martes, 30 de octubre de 2007

GRACIAS MONSEÑOR CARMELO GIAQUINTA

COMPARTIR LOS BIENES QUE DIOS NOS DA (II)
Apuntes de + CJG para la homilía del Domingo 30 septiembre 2007 (Lc 16,19-31).

I. El rico comilón que no comparte
1. El pasaje de San Lucas (16,19-31), que acabamos de leer, continúa la enseñanza del domingo pasado. Una especie de catequesis a dos tiempos sobre la administración de los bienes materiales para ganarnos con ellos amigos en el cielo. Primero fue la parábola del administrador estafador que, con el dinero de su patrón, supo ganarse amigos que luego lo protegieran en su desgracia. Hoy es un hombre rico que banquetea espléndidamente, despreocupado del pobre Lázaro. Por ello al morir se va al infierno. Según dice San Lucas en una frase no leída, “los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús” (v. 14). Por eso tuvo que insistir con una nueva parábola.

2. Si nos fijamos bien, la parábola de hoy no dice que los bienes del rico fuesen una cosa mala, ni mal habidos. Sólo dice que, “a su puerta, cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse con lo que caía de la mesa del rico” (v.20). Es decir, éste no los compartía. Incluso, los derrochaba: “se vestía de púrpura y lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes” (v. 19). Había olvidado la finalidad de sus bienes. Esta no es amontonarlos, ni derrocharlos, sino administrarlos bien, compartirlos, y con ellos ganarse amigos que un día lo recibiesen en la patria del cielo. Por ello, cuando murió, ya no fue posible que Lázaro mojase la punta de su dedo en el agua y refrescase su lengua, ni fuese a avisar a sus cinco hermanos de la triste suerte que les esperaba si no compartían (cf. vv. 24.27-28).

II. “Compartir”: una enseñanza cristiana fundamental
3. La enseñanza del Evangelio sobre “compartir” los bienes es esencial. Vale para todos los discípulos de Jesús. En cambio, el modo cómo se la practica es conforme a la vocación de cada uno y las circunstancias en que vive. Al hombre rico que le pregunta a Jesús “¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?”, le responde que cumpla con los Diez Mandamientos, y, por tanto, que no ponga al dinero en lugar de Dios. Pero si quiere seguirlo para ser su apóstol, le pide que se desprenda de sus bienes (cf Lc 18,18-23).
A todos los cristianos la Iglesia nos enseña la obligación que tenemos “de ayudarla en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas y de caridad y el conveniente sustento de los ministros” (C.I.C c. 222). Pero no impone a todos un mismo estilo de pobreza. Por ejemplo, a mi, que soy clérigo, me prohíbe ejercer el comercio (cf. C.I.C. c. 286). En cambio, a Ustedes laicos, no. Basta que lo ejerzan honestamente.
4. San Lucas muestra gran simpatía por el desprendimiento de los bienes. Y en el segundo tomo de su obra, que es el libro de los Hechos de los Apóstoles, pondera cómo en la primitiva Iglesia algunos “vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos según las necesidades de cada uno” (Hch 2,45). Pero nos recuerda también que ello no era obligatorio. Así lo muestra el caso de Ananías. Cuando éste vende una propiedad y entrega su producto a los Apóstoles, Pedro lo reprende, pero no porque no entrega todo el producto de la venta, sino porque miente: “Ananías, ¿por qué dejaste que Satanás se apoderara de ti hasta el punto de engañar al Espíritu Santo, guardándote una parte del dinero del campo? ¿Acaso no eras dueño de quedarte con él? Y después de venderlo, ¿no podías guardarte el dinero? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? No mentiste a los hombres, sino a Dios” (Hch 5,3-4).

III. Plan Compartir para la reforma económica de la Iglesia
5. El domingo pasado les recordé que se cumplen diez años de la resolución del Episcopado de promover la reforma económica de la Iglesia y de la aprobación del Plan “Compartir” como instrumento para ello. Les dije también que la meta del Plan no consiste en acumular un gran capital monetario para que la Iglesia viva después de sus intereses, sino en amontonar un capital espiritual que no se devalúe nunca. ¿Qué se quiere decir con esto?

6. A pesar de los diez años transcurridos, el tema de la economía de la Iglesia es todavía un “tabú”. No se lo habla suficientemente ni entre los fieles ni entre lo clérigos. No se lo enfoca debidamente en los Seminarios. No siempre las diversas entidades eclesiásticas cuentan con el Consejo de Asuntos Económicos dispuesto por la Iglesia, ni siempre se conocen las demás normas establecidas por ella para la administración. No siempre las Curias, Parroquias, Colegios, Congregaciones religiosas cuentan con gente capaz para administrar los bienes, de acuerdo al espíritu del Evangelio y a una economía inteligente y honesta. Y, sobre todo, falta aún en el pueblo de Dios la conciencia de que le corresponde sostener con sus bienes la obra evangelizadora de la Iglesia, en forma integral y permanente. Todo ello supone un cambio de mentalidad. A esto se llama “acumular un capital espiritual”.

7. Para ello nada mejor que multiplicar en nuestras Parroquias gente con una nueva mentalidad. Mejor si son muchas las Parroquias de Buenos Aires que se suman al Plan. Porque si bien Buenos Aires vale tanto como cualquier otra Diócesis, dado el peso determinante que tiene la capital, importa que una decisión pastoral como la reforma económica sea asumida con entusiasmo por toda la feligresía porteña.

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