sábado, 30 de enero de 2010

"HASTA DAR LA VIDA"....


"ID POR TODO EL MUNDO Y

ANUNCIAD EL EVANGELIO"


LOS AGENTES PASTORALES ASESINADOS EN EL 2009

Ciudad del Vaticano (Agencia Fides) – Como de costumbre, la Agencia Fides publica al final del año el elenco de los agentes pastorales que han perdido la vida en modo violento durante los últimos 12 meses. Según las informaciones que tenemos, en el 2009 han sido asesinados 37 agentes pastorales: 30 sacerdotes, 2 religiosas, 2 seminaristas, 3 voluntarios laicos. Son casi el doble respecto al pasado 2008, y es el número más alto de los últimos diez años.
Analizando el elenco por continente, este año al primer puesto figura, con un número extremadamente elevado, AMÉRICA, bañada por la sangre de 23 agentes pastorales (18 sacerdotes, 2 seminaristas, 1 religiosa, 2 laicos), seguida por ÁFRICA, donde han perdido la vida en modo violento 9 sacerdotes, 1 religiosa y 1 laico, ASIA, con 2 sacerdotes asesinados y finalmente por EUROPA, con un sacerdote asesinado.
El conteo de Fides no hace referencia sólo a los misioneros ad gentes en sentido estricto, sino a todos los agentes pastorales muertos en modo violento. A propósito no usamos el término “mártires”, sino en su sentido etimológico de “testigo”, para nos entrar en mérito al juicio que la Iglesia podrá eventualmente dar sobre algunos de ellos, y también por las pocas noticias que, en la mayor parte de los casos, se logran recoger sobre su vida e incluso sobre las circunstancias de su muerte.
Como ha dicho el Santo Padre Benedicto XVI el día de la fiesta del protomártir San Esteban, “el testimonio de san Esteban, como el de los mártires cristianos, indica a nuestros contemporáneos, a menudo distraídos y desorientados, en quién deben poner su confianza para dar sentido a la vida. De hecho, el mártir es quien muere con la certeza de saberse amado por Dios y, sin anteponer nada al amor de Cristo, sabe que ha elegido la mejor parte. Configurándose plenamente a la muerte de Cristo, es consciente de que es germen fecundo de vida y abre en el mundo senderos de paz y de esperanza. Hoy, presentándonos al diácono san Esteban como modelo, la Iglesia nos indica asimismo que la acogida y el amor a los pobres es uno de los caminos privilegiados para vivir el Evangelio y testimoniar a los hombres de modo creíble el reino de Dios que viene” (Ángelus del 26 de diciembre de 2009).
En las pocas notas biográficas de estos hermanos y hermanas asesinados, podemos leer la entrega generosa y sin condiciones a la gran causa del Evangelio, sin callar la limitación de la fragilidad humana: es esto lo que los ha unido en la vida y también en la muerte violenta, incluso encontrándose en situaciones y contextos profundamente diversos. Para anunciar el amor de Cristo, muerto y resucitado para la salvación del hombre, testimoniándolo en obras concretas de amor a los hermanos, no han dudado en poner cotidianamente su vida en riesgo en contextos de sufrimiento, de pobreza extrema, de tensión, de violencia generalizada, para ofrecer la esperanza de un mañana mejor y buscar arrancar tantas vidas, sobre todo jóvenes, a la degradación y al círculo de la mala vida, acogiendo a todos aquellos que la sociedad rechaza y margina.
Algunos han sido víctimas de aquella violencia que estaban combatiendo o de la disponibilidad para ir en ayuda de los demás poniendo en segundo plano su propia seguridad. Muchos han sido asesinados en intentos de robo y de secuestro, sorprendidos en sus habitaciones por bandidos en búsqueda de irreales tesoros, y que la mayoría de las veces se han tenido que contentar con un coche viejo o con el teléfono celular de las víctimas, llevándose sin embargo el tesoro más precioso, una vida donada por Amor. Otros han sido eliminados sólo porque en el nombre de Cristo oponían el amor al odio, la esperanza a la desesperación, el diálogo a la contraposición violenta, el derecho al abuso.
Recordar los muchos agentes pastorales asesinados en el mundo y rezar por ellos “es un deber de gratitud de toda la Iglesia y un estímulo para cada uno de nosotros a testimoniar de modo cada vez más valiente nuestra fe y nuestra esperanza en Aquel que en la cruz venció para siempre el poder del odio y de la violencia con la omnipotencia de su amor” (Benedicto XVI, Regina Coeli, 24 de marzo de 2008).
A este elenco provisional redactado anualmente por la Agencia Fides, debe añadirse siempre la larga lista de aquellas personas de las que quizás nunca se tendrá noticia, que en cada ángulo del planeta sufren y pagan incluso con la vida su fe en Cristo. Se trata de aquella “nube de soldados desconocidos de la gran causa de Dios” – según la expresión del Papa Juan Pablo II – a quienes miramos con gratitud y veneración, incluso sin conocer sus rostros, y sin los cuales la Iglesia y el mundo serían muchísimo más pobres.

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