sábado, 27 de febrero de 2010

«SI SIEMPRE ME CONFIESO DE LO MISMO...»


 

Cómo desmontar las 14 excusas más habituales para no confesarse


 

«Me confieso directamente con Dios»; «no sirve de nada, siempre vuelvo a caer»; «me da vergüenza»... son solo algunas de ls excusas más frecuentes para no confesarse. Tienen respuesta y solución.


 

Actualizado 22 febrero 2010

 Eduardo Volpacchio/La Senda

  
 

Cuando se trata de acercarse al sacramento de la confesión es muy común escuchar algunos de los siguientes «motivos» para justificar su inutilidad o su inconveniencia. Estos son los 14 más habituales: 

 
 

1 ¿Quién es el señor cura para perdonar los pecados?

Sólo Dios puede perdonarlos Sabemos que el Señor les dio ese poder a los Apóstoles; además, ese argumento lo he leído antes… precisamente en el Evangelio: lo decían los fariseos, indignados, cuando Jesús perdonaba los pecados… (consúltese Mt 9, 1-8).

 
 

2 Yo me confieso directamente con Dios, sin intermediarios

Genial … pero hay algunos «peros» que se tienen que considerar… ¿Cómo sabes que Dios acepta tu arrepentimiento y te perdona? ¿Escuchas alguna voz celestial que te lo confirma?

 
 

¿Cómo sabes que estás en condiciones de ser perdonado? Te darás cuenta de que la cosa no es tan sencilla… Una persona que roba un banco y se niega a devolver el dinero, por más que se confiese directamente con Dios o con un sacerdote, si no tiene intención de reparar el daño hecho -en este caso, devolver el dinero-, no puede ser perdonada… porque ella misma no quiere «deshacerse» del pecado.

 
 

Por otro lado, este argumento no es nuevo: hace casi 1600 años, San Agustín replicaba a quien argumentaba del mismo modo: «Nadie piense: yo obro privadamente, de cara a Dios… ¿Es que sin motivo el Señor dijo: "Lo que atareis en la tierra, será atado en el Cielo"? ¿Acaso les fueron dadas a la Iglesia las llaves del Reino de los Cielos sin necesidad? Al proceder así, frustramos el Evangelio de Dios, hacemos inútil la palabra de Cristo».

 
 

3 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre como yo?

Porque ese hombre no es un hombre cualquiera: tiene el poder especial para perdonar los pecados (el Sacramento del Orden). Esa es la razón por la que tienes que acudir a él.

 
 

4 ¿Por qué le voy a decir mis pecados a un hombre que es tan pecador como yo? 

El problema no radica en la «cantidad» de pecados: si es menos, igual o más pecador que tú…. No vas a confesarte porque sea santo e inmaculado, sino porque te puede dar la absolución, un poder que tiene por el Sacramento del Orden, y no por su bondad. Es una suerte -en realidad, una disposición de la sabiduría divina- que el poder de perdonar los pecados no dependa de la calidad personal del sacerdote, cosa que sería terrible, ya que uno nunca sabría quién sería suficientemente santo como para perdonar. Además, el hecho de que sea un hombre y que como tal tenga pecados, facilita la confesión: precisamente porque sabe en carne propia lo que es ser débil, te puede entender mejor.

 
 

5 Me da vergüenza

Es lógico, pero hay que superarla. Hay un hecho comprobado universalmente: cuanto más te cueste decir algo, tanto mayor será la paz interior que consigas después de decirlo. Y cuesta, precisamente, porque te confiesas poco; en cuanto lo hagas con frecuencia, verás como superarás esa vergüenza.

 
 

Asimismo, no creas que eres tan original…. Lo que vas a decir, el sacerdote ya lo ha escuchado miles de veces. A estas alturas de la historia, es difícil creer que puedas inventar pecados nuevos.

 
 

Por último, no te olvides de lo que nos enseñó un gran santo: el Diablo quita la vergüenza para pecar, y la devuelve aumentada para pedir perdón. No caigas en su trampa.

 
 

6 Siempre me confieso de lo mismo 

Eso no es problema. Hay que confesar los pecados que uno ha cometido, y es bastante lógico que nuestros defectos sean siempre más o menos los mismos. Sería terrible ir cambiando constantemente de defectos; además, cuando te bañas o lavas la ropa, no esperas que aparezcan manchas nuevas, que nunca antes habías tenido; la suciedad es más o menos siempre del mismo tipo. Para desear estar limpio basta con querer remover la mugre… independientemente de cuán original u ordinaria sea.

 
 

7 Siempre confieso los mismos pecados 

No es verdad que sean siempre los mismos pecados: son diferentes, aunque sean de la misma especie. Si yo insulto a mi madre diez veces, no se trata del mismo insulto, cada vez es uno distinto; así como no es lo mismo matar a una persona que a diez: si asesiné a diez no es el mismo pecado, sino diez asesinatos distintos. Los pecados anteriores ya me han sido perdonados, ahora necesito el perdón de los «nuevos», es decir, de los cometidos desde la última confesión.

 
 

8 Confesarme no sirve de nada, sigo cometiendo los pecados que confieso 

El desánimo puede hacer que pienses: «es lo mismo si me confieso o no, total, nada cambia, todo sigue igual». No es verdad. El hecho de que uno se ensucie, no hace concluir que es inútil bañarse. Alguien que se baña todos los días, se ensucia igual todos los días. Pero gracias a que se baña, no va acumulando mugre, y puede lucir limpio. Lo mismo pasa con la confesión. Si hay lucha, aunque uno caiga, el hecho de ir sacándose de encima los pecados hace que sea mejor. Es mejor pedir perdón, que no pedirlo. Pedirlo nos hace mejores.

 
 

9 Sé que voy a volver a pecar, lo que muestra que no estoy arrepentido 

Depende… Lo único que Dios me pide es que esté arrepentido del pecado cometido y que ahora, en este momento, esté dispuesto a luchar por no volver a cometerlo. Nadie pide que empeñemos el futuro que ignoramos. ¿Qué va a pasar en quince días? No lo sé. Se me pide que tenga la decisión sincera, de verdad, ahora, de rechazar el pecado. El futuro hay que dejarlo en las manos de Dios.

 
 

10 ¿Y si el confesor piensa mal de mí?

El sacerdote está para perdonar. Si pensara mal, sería un problema suyo del que tendría que confesarse. De hecho, siempre tiende a pensar bien: valora tu fe (sabe que si estás ahí contando tus pecados, no es por él, sino porque crees que él representa a Dios), tu sinceridad, tus ganas de mejorar, etcétera.

 
 

Supongo que te darás cuenta de que sentarse a escuchar pecados, gratuitamente -sin ganar un peso-, durante horas, si no se hace por amor a las almas, no se hace. De ahí que, si te dedica tiempo, te escucha con atención, es porque quiere ayudarte y le importas. Aunque no te conozca te valora lo suficiente como para querer ayudarte a ir al Cielo.

 
 

11 ¿Y si el sacerdote después le cuenta a alguien mis pecados?

No te preocupes por eso. La Iglesia cuida tanto este asunto que aplica la pena más grande que existe en el Derecho Canónico -la excomunión- al sacerdote que se atreviera a decir algo que conoce por la confesión. De hecho hay mártires por el sigilo sacramental: sacerdotes que han muerto por no revelar el contenido de la confesión.

 
 

12 Me da pereza

Puede ser toda la verdad que quieras, pero no creo que sea un obstáculo verdadero, puesto que es bastante fácil de superar. Es como si uno dijese que hace un año que no se baña porque le da pereza…

 
 

13 No tengo tiempo

No creo que te creas que en los últimos meses no hayas tenido disponibles diez minutos para confesarte. ¿Te animarías a comparar cuántas horas de televisión has visto en ese tiempo? Multiplica el número de horas diarias que ves por el número de días.

 
 

14 No encuentro un padre 

Los sacerdotes no son una raza en extinción, hay miles de ellos. En el último de los casos, en la sección amarilla busca el teléfono de tu parroquia; si ignoras el nombre, busca por la diócesis, así será más sencillo. De este modo podrás saber, en tres minutos como máximo, el nombre de un padre con el que te puedes confesar, e incluso concertar una cita para que no tengas que esperar.


 


 

Cortesía de Alejo Fernández

Mérida (España), 22 de febrero de 2010

Alejo Fernández Pérez

Alejo1926@gmail.com

En el centro de la pasión humana

José Luis Restán24/02/2010

En su magisterio acuciante y espléndido, prodigado a manos llenas estos días, Benedicto XVI ha insistido en dos ideas convergentes que llaman especialmente la atención: la maternidad de la Iglesia y la compasión como dimensión esencial del sacerdote. Son claves esenciales para dar su forma justa a la respuesta que el momento histórico presente demanda de la Iglesia.

 
 


En la homilía de Nuestra Señora de Lourdes comienza mi sorpresa. Allí el Papa habla del Magníficat explicando que "no es el cántico de aquellos a quienes sonríe la fortuna, que tienen siempre el viento en popa; es más bien la acción de gracias de quien conoce los dramas de la vida, pero confía en la obra redentora de Dios. Es un canto que expresa la fe probada de generaciones de hombres y mujeres que han puesto en Dios su esperanza y se han comprometido en primera persona, como María, en ser de ayuda a los hermanos en necesidad". La Iglesia, podríamos decir, es esta sucesión de generaciones de hombres y mujeres que han probado la fe, que han verificado su capacidad de generar y sostener lo humano incluso en medio de las dificultades y derrotas de la vida. Una fe que genera un vínculo de ayuda, una comunidad más fuerte y permanente que la que establecen los vínculos de la carne y de la sangre.

Pero hay un segundo momento aún más conmovedor: "la Iglesia, como María, guarda dentro de sí los dramas del hombre y el consuelo de Dios, los tiene juntos, a lo largo de su peregrinación en la historia". Así pues, la Iglesia, para ser ella misma, debe conservar siempre unidos en un permanente diálogo el drama del hombre y la respuesta de Dios. Fue el propio cardenal Ratzinger quien diagnosticó que la crisis de la predicación cristiana depende en buena medida de que las respuestas de la fe (aun siendo correctas) dejaron a un lado las preguntas de los hombres, resultando así ineficaces. Qué extraordinario valor tiene este apunte para dar forma hoy a la evangelización, a la presencia católica en la ciudad secular, para desarrollar ese diálogo con los no creyentes al que el Papa nos reclama con insistencia. Pero también para la educación en la fe de las propias comunidades cristianas, en la que es decisivo mostrar cómo la fe responde al drama del corazón humano en todas sus facetas.

Los cristianos no somos gente perfectamente puesta en orden, subida en su torre de marfil desde cuya altura disecciona con suficiencia las penalidades y miserias del mundo. Nuestros pies se hunden en el barro de la tierra, nuestro corazón sangra y anhela como el de todos, y nuestra libertad experimenta debilidad y cansancio en la prosecución fatigosa del bien. No somos la cofradía de los que les va viento en popa, sino la comunidad de los que por pura gracia han encontrado a Jesucristo presente, y por eso experimentan ya en medio de muchos tumultos y derrotas su compañía que nos libera del mal y sostiene nuestra esperanza. De aquí nace una mirada hacia el mundo como la de Jesús cuando lloró ante Jerusalén: ¡si conocieras el don de Dios!

 
 

En una sociedad crecientemente alejada de la tradición cristiana que ha forjado nuestra historia, en un mundo confuso y atribulado en el que tantos buscan desesperadamente respuestas por caminos oscuros y sin salida, los cristianos debemos aprender esa mirada de Jesús, debemos tener siempre viva esa chispa que conecta la herida del corazón con la presencia del Resucitado en medio de su Iglesia. Y esto me permite traer a colación la Lectio divina pronunciada por Benedicto XVI ante todos los párrocos de Roma al hilo de una lectura de la Carta a los Hebreos, en el fragmento en que dice que el sacerdote "debe ser uno con compasión hacia quienes están en la ignorancia y el error, estando él mismo revestido de debilidad". Y el Papa añade que "un elemento esencial de nuestro ser hombres es la compasión, es el sufrir con los otros... la verdadera humanidad es participar realmente en el sufrimiento del ser humano, ser un hombre de compasión, o sea, estar en el centro de la pasión humana, llevar con los otros sus sufrimientos, las tentaciones de nuestro tiempo". Es cierto que el Papa habla aquí a los sacerdotes y de los sacerdotes, pero no creo abusar si digo que señala una dimensión esencial de todo cristiano.             

Nada tiene que ver esta compasión tan hondamente descrita con el relativismo o el sentimentalismo, sino con el amor que remueve las entrañas del propio Creador del universo frente a la peripecia del hombre, ese amor cuya única medida exacta es Jesús, el Verbo encarnado, clavado en una cruz. Los cristianos nacemos de ese gesto, y por eso no podemos retirarnos a nuestra ciudadela sino que debemos estar inmersos en la pasión de este mundo (en la soledad, el desconsuelo, la ignorancia de Dios, la rebeldía frente a su designio) para llevarlo hasta Él. Claro que el Papa advierte que esto sólo será posible si mantenemos el corazón fijo en Dios a través de la pertenencia obediente y sencilla a su Iglesia, pero conmueve el apremio que dirige en primer lugar a sus sacerdotes para que no se queden en el umbral, sino que entren de lleno en el pantano de la pasión de nuestro tiempo. Hace falta coraje, inteligencia, pero sobre todo un amor humilde y lleno de gratitud por lo que nos ha sucedido

jueves, 25 de febrero de 2010

NUEVOS PARROCOS EN BAHIA BLANCA

Bahía Blanca (Buenos Aires), 25, Feb. 10 (AICA)

Arzobispado de Bahía Blanca
El arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Guillermo José Garlatti, pondrá en posesión al presbítero Luciano Leonardo Guardia como párroco de la Exaltación de la Santa Cruz, de Ingeniero White, el viernes 12 de marzo a las 19. El padre Luciano Guardia fue ordenado sacerdote el 20 de octubre de 2007 en Tres Arroyos, su ciudad natal, y ha venido desarrollando su ministerio sacerdotal en las parroquias San Luis Gonzaga y San José, de Bahía Blanca.
Asimismo, monseñor Garlatti presidirá la toma de posesión del padre Matías Pardo como párroco de Nuestra Señora de los Desamparados, de Carhué, el sábado 13 de marzo a las 20.
El sacerdote desempeñó su ministerio como vicario parroquial de Santa Teresita del Niño Jesús, de Casbas, y Nuestra Señora de la Candelaria, de Guaminí.
Además de asumir como párroco de Carhué, el padre Pardo es administrador parroquial de las parroquias de Casbas y Rivera, ambas puestas bajo la advocación de Santa Teresita del Niño Jesús.
Más información: (0291) 4550707 y arzobis@arzobispadobahia.org.ar.+

miércoles, 24 de febrero de 2010

COMUNICADO DEL OBISPADO DE COMODORO RIVADAVIA

Comodoro Rivadavia, Argentina

A raíz de la delicada y grave situación planteada por la solicitud de un aborto para una joven violada en la ciudad de Comodoro Rivadavia (Vid Notividas Nº 651 al 656), la Comunidad Diocesana, encabezada por su Administrador Apostólico, Mons Virginio D. Bressanelli scj, difundió un comunicado.

La Diócesis ofrece su "acompañamiento cálido y comprensivo para la joven violada y su familia" en este momento "de dolor profundo". Están dispuestos a "acompañar a la familia a lo largo del embarazo, nacimiento y ulterior acogida en su hogar natural o también, como alternativa posible, le ofrece el amor de muchas otras familias dispuestas a adoptar la criatura".

Señalan que la dignidad de la persona humana "no depende de ninguna variable de evolución, de condición o de circunstancias en que llegó a la vida" y que "el aborto constituye un grave atentado a la vida humana, por el que se condena a muerte a quien no es culpable de nada". "La muerte del niño por nacer -afirman- nunca resuelve el problema inicial, en este caso la violación. Lo único que se logra es sumar otro hecho doloroso".

Manifiestan su preocupación porque "organismos y entidades que se constituyen para luchar en contra de la discriminación" niegan derechos fundamentales. Cuestionan la actuación del INADI mientras que apoyan al Comité de Bioética del Hospital Regional y a la Jueza de Familia Nº 3 de Comodoro Rivadavia, Dra. Verónica Daniela Robert que rechazó el pedido de aborto.

A continuación el texto completo del comunicado de la Diócesis de Comodoro Rivadavia:

LA VIDA SIEMPRE ES UN DON

-         Como padre y pastor de la grey católica de este lugar quisiera ofrecer mis reflexiones a los fieles, a las personas de buena voluntad y a toda la sociedad, en torno a la delicada y grave situación planteada ante la solicitud de práctica de aborto para una joven violada en la ciudad de Comodoro Rivadavia

-         En primer lugar quiero expresar mi acompañamiento cálido y comprensivo para la joven y su familia que viven un momento de dolor profundo y desesperante.

-         Tan delicada situación requiere una adecuada respuesta de la sociedad para evitar que las decisiones en contexto de desesperación, provoquen daños aún mayores.

-         La vida humana es un don precioso que comienza en el momento de la fecundación, tal como lo reconoce la ciencia médica y la legislación vigente. Allí comienza un nuevo ser con características e identidad genética propias, que es por tanto, sujeto de derechos.

-         Sus derechos y su dignidad no dependen de ninguna variable de evolución, de condición o de circunstancias en que llegó a la vida.

-         De esta forma queda claro que el aborto constituye un grave atentado a la vida humana, por el que se condena a muerte a quien no es culpable de nada. La condición de inocencia de la persona por nacer, muestra a las claras el desenfoque en el que se incurre: la muerte del niño por nacer nunca resuelve el problema inicial, en este caso la violación. Lo único que se logra es sumar otro hecho doloroso.

-         Esta percepción del valor de la vida humana pertenece a la identidad cultural de nuestro pueblo. En efecto, nuestro pueblo valora la vida y la defiende, y sólo llega a plantearse el aborto acosado por la desesperación. Desde nuestra experiencia pastoral podemos constatar las traumáticas consecuencias que se desencadenan en la conciencia de las personas que han recurrido al aborto.

-         Por eso nos preocupa que organismos y entidades que se constituyen para luchar en contra de la discriminación y a favor de la igualdad de derechos, pretendan que se alcancen dichos objetivos negando un derecho tan fundamental.

-         Nos preocupa que se pretenda instalar en la sociedad la grave contradicción conceptual que considera el aborto como un derecho, cuando en realidad es exactamente lo contrario: la negación a alguien del derecho fundamental a la vida.

-         El país ha sufrido mucho por el imperio de la muerte, como fácil solución de problemas emergentes. Hoy padecemos sus consecuencias. Darle cabida al aborto sería ahondar la herida de nuestra Nación, y agravar su enfermedad. El Estado, desde todas sus instituciones debe ser el garante de la vida, los derechos y la felicidad de todos.

-         Por esta razón nos preocupa además que trate de negarse la consideración religiosa y espiritual que merece el caso, como lo hizo la representante de INADI en Chubut, argumentando que somos un estado laico. Las convicciones religiosas de la familia implicada en esta dolorosa situación no pueden ser ignoradas ya que también constituyen un derecho de las personas.

-         Esta familia es creyente, hija de la Iglesia, cree en Jesucristo que es Dios de la vida y del amor. El, desde el misterio de la cruz y de la resurrección, toma parte en su sufrimiento y en esta terrible noche oscura por la que esta familia atraviesa. El le ofrece la fuerza para acoger con valentía el don de la vida inocente a pesar de las circunstancias en las que se gestó.

-         La Iglesia se compromete a acompañar a la familia a lo largo del embarazo, nacimiento y ulterior acogida en su hogar natural o también, como alternativa posible, le ofrece el amor de muchas otras familias dispuestas a adoptar la criatura.

-         Sentimos el deber de felicitar y sostener al Comité de Bioética del Hospital Regional y a la Jueza de Familia Nº 3 de Comodoro Rivadavia, Dra. Verónica Daniela Robert que, asumiendo su recomendación, se posicionó en defensa de la vida rechazando el pedido de aborto.

-         Valoramos asimismo a los Medios (Diario "Crónica", entre ellos) por su servicio no sólo de informar, sino de ampliar oportunamente los horizontes del debate de un tema tan delicado.

-         La vida es un don. Su acogida es fuente de bendición para las personas y las sociedades. En este caso particular puede serlo para la comunidad de Comodoro Rivadavia, que proyecta su futuro con esperanza.


 

Comodoro Rivadavia, 23 de febrero de 2010.

Día del nacimiento de nuestra ciudad.


 

+ P. Virginio D. Bressanelli scj

Administrador Apostólico y

Comunidad Diocesana de Comodoro Rivadavia

martes, 23 de febrero de 2010

Arzobispo Fulton Sheen:

En el día de mi Ordenación, tomé dos decisiones:

1. Que ofrecería la Sagrada Eucaristía todos los sábados, en honor a la Santa Madre, para implorar su protección sobre mi sacerdocio. (La Epístola a los Hebreos ordena al sacerdote ofrecer sacrificios no sólo por los demás, sino también por sí mismo, ya que sus pecados son mayores debido a la dignidad de su oficio).

2. Resolví también que todos los días pasaría una Hora Santa en presencia de Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

He mantenido ambas decisiones en el curso de mi sacerdocio. La Hora Santa se originó en una práctica que desarrollé un año antes de ser ordenado. La capilla grande del Seminario de San Pablo cerraba a las seis de la tarde; todavía había capillas privadas disponibles para devociones privadas y oraciones nocturnas. Esa tarde en particular, durante el recreo, caminé durante casi una hora, de un lado a otro, por la parte de afuera de la capilla mayor. Un pensamiento me surgió -¿Por qué no hacer una Hora Santa de adoración en presencia del Santísimo Sacramento?- Empecé al día siguiente, hoy la práctica ya lleva más de sesenta años.


 

Expondré brevemente algunas razones por las que he mantenido esta práctica, y por lo que la he fomentado en los demás.


 

Primero, la Hora Santa no es una devoción; es una participación en la obra de la Redención. En el Evangelio de san Juan, Nuestro Santísimo Señor usó las palabras ´hora´ y ´día´ en dos connotaciones totalmente diferentes. ´Día´ pertenece a Dios; la ´hora´ pertenece al maligno. Siete veces en el Evangelio de san Juan, se usa la palabra ´hora´, y en cada instancia se refiere al demonio, y a los momentos en los que Cristo ya no está en las Manos del Padre, sino en las manos de los hombres. En el huerto de Getsemaní, Nuestro Señor contrastó dos ´horas´ -una era la hora del mal ´esta es vuestra hora´- con la que Judas pudo apagar las luces del mundo. En contraste, Nuestro Señor preguntó: ´¿No pueden velar una hora Conmigo?´ En otras palabras, Él pidió una hora de reparación para combatir la hora del mal; una hora de unión víctima con la Cruz para sobreponernos al anti-amor del pecado.

En segundo lugar, la única vez que Nuestro Señor les pidió algo a sus Apóstoles, fue la noche de su agonía. No se lo pidió a todos... tal vez porque sabía que no podía contar con su fidelidad. Pero al menos esperaba que tres le fueran fieles, Pedro, Santiago y Juan. Desde ese momento, y muy seguido en la historia de la Iglesia, el mal está despierto, pero los discípulos están durmiendo. Es por eso que de Su angustiado y solitario Corazón salió el suspiro: ´¿No pueden velar tan solo una hora Conmigo?´. El no rogaba por una hora de actividad, sino por una hora de compañía.

La tercera razón por la que mantengo la Hora Santa es para crecer más y más a semejanza de Él. Como lo plantea san Pablo: ´Nos transformamos en aquello en lo que fijamos nuestra mirada´. Al contemplar el atardecer, la cara toma un resplandor dorado. Al contemplar al Señor Eucarístico una hora, transforma el corazón de un modo misterioso, así como el rostro de Moisés se transformó luego de Su compañía con Dios en la montaña. Nos pasa algo parecido a lo que les pasó a los discípulos de Emaus, el domingo de Pascua por la tarde, cuando el Señor los encontró. Él les preguntó por qué estaban tan tristes, y después de pasar algún tiempo en Su presencia, y oír nuevamente el secreto de la espiritualidad -´El Hijo del Hombre debe sufrir para entrar en Su Gloria´- el tiempo de estar con Él terminó, y sus ´corazones ardían´.

La Hora Santa. ¿Es difícil? Algunas veces parecería ser difícil; podría significar tener que sacrificar un compromiso social, o levantarse una hora más temprano, pero en el fondo nunca ha sido una carga, sólo una alegría. No quiero decir que todas las Horas Santas hayan sido edificantes como, por ejemplo, aquella en la Iglesia de San Roch en París. Entré en la Iglesia alrededor de las tres de la tarde, sabiendo que tenía que tomar un tren a Lourdes dos horas más tarde. Sólo hay unos diez días al año en los que puedo dormir durante el día; y este era uno de esos. Me arrodillé, y recé una oración de adoración, y luego me senté a meditar e inmediatamente me quedé dormido. Al despertar le dije al Buen Señor:´¿Habré hecho una Hora Santa?´ Pensé que Su ángel me decía: ´Bueno, esa es la forma en la que los Apóstoles hicieron su primera Hora Santa en el huerto de Getsemaní, pero no lo hagas otra vez´.

Una Hora Santa difícil que recuerdo fue cuando tomé un tren de Jerusalén a El Cairo. El tren partió a las cuatro de la mañana; eso significó levantarse muy temprano. En otra ocasión en Chicago, una tarde a las siete, le pedí permiso al párroco para entrar a su iglesia para hacer una Hora Santa, ya que la iglesia estaba cerrada. Más tarde él se olvidó de que me había dejado entrar, y me pasé alrededor de dos horas tratando de encontrar una manera de escapar. Finalmente salté por una pequeña ventana y aterricé en la carbonera. Esto asustó al casero, que vino en mi auxilio.

Al principio de mi sacerdocio hacía la Hora Santa durante el día o a la tarde. Al acumularse los años, me volví más ocupado, y hacía la Hora temprano a la mañana, generalmente antes de la Santa Misa. Los sacerdotes, como todas las personas, se dividen en dos clases: gallos y búhos. Algunos trabajan mejor por la mañana, otros durante la noche.

El objetivo de la Hora Santa es fomentar un encuentro personal y profundo con Jesucristo. El santo y glorioso Dios nos invita constantemente a acercarnos a Él, conversar con Él, para pedirle las cosas que necesitamos y para experimentar la bendición de la amistad con Él. Cuando recién nos ordenamos, es fácil darnos por entero a Cristo, porque el Señor nos llena entonces de dulzura, de la misma manera en que una madre le da un caramelo a su bebe para animar su primer paso. El entusiasmo, sin embargo, no dura mucho; rápidamente aprendemos el costo del apostolado, que significa dejar redes y barcos, y contar mesas. La luna de miel termina pronto, como también el engreimiento de oír por primera vez aquel estimulante título de ´Padre´.

El amor sensible o amor humano disminuye con el tiempo, pero el Amor Divino no. El primero concierne al cuerpo, que responde cada vez menos a los estímulos, pero en el orden de la gracia, la respuesta de lo Divino, a lo pequeño, los actos humanos de amor se intensifican.

Ni el conocimiento teológico, ni la acción social sola, son suficientes para mantenernos en amor con Jesucristo, a menos que ambos estén precedidos por un encuentro personal con Él.

Moisés vio la zarza ardiendo en el desierto que no se alimentaba de ningún combustible. La llama, sin alimentarse de nada visible, continuaba existiendo sin destruir la madera. Una dedicación tan personal a Cristo no deforma ninguno de nuestros dones naturales, disposiciones o carácter; sólo renueva sin matar. Como la madera se transforma en fuego, y el fuego perdura, así nos transformamos en Cristo y Cristo perdura.

He descubierto que lleva algún tiempo enfervorizarse rezando. Esta ha sido una de las ventajas de la Hora diaria. No es tan corta como para no permitir al alma abismarse, y sacudirse las múltiples distracciones del mundo. Sentarse ante Su Presencia es como exponer el cuerpo al sol para absorber sus rayos. El silencio en la Hora es como un tête-à-tête con el Señor. En esos momentos, uno no saca tanto oraciones escritas, sino que escucha más. No decimos: ´Oye, Señor, porque Tu siervo habla´, sino ´Habla, Señor, que Tu siervo escucha´.

He buscado muchas veces una manera de explicar el hecho de que nosotros los sacerdotes debemos conocer más a Jesucristo, que más sobre Jesucristo. Muchas traducciones de la Biblia usan la palabra ´conocer´ para indicar la unión carnal de dos-en-uno. Por ejemplo: ´Salomón no la conocía´, lo que significaba que no había tenido relaciones carnales con ella. La Santa Madre le dijo al Ángel en la Anunciación:´No conozco ningún hombre.´ San Pablo exhorta a los maridos a poseer a sus mujeres en ´conocimiento´. La palabra ´conocer´ aquí indica unidad carnal de dos-en-uno. La cercanía de esa identidad proviene de la cercanía de la mente con cualquier objeto que conozca. Ningún cuchillo podría separar mi mente de la idea que ella tiene de una manzana. La unión extática de marido y mujer descrita como ´conocimiento´ debe ser el fundamento de ese Amor por el cual el sacerdote ama a Cristo.

Intimidad es... apertura sin reservas, que no guarda ningún secreto, y revela el corazón abierto a Cristo. Demasiadas veces los amigos son sólo "dos barcos que pasan en la noche". El amor carnal, a pesar de que parece íntimo, a menudo puede ser un intercambio de egoísmos. El ego se proyecta en la otra persona, y lo que se ama no es la otra persona, sino el placer que la otra persona brinda. He notado a lo largo de mi vida que cuando yo retrocedía ante las demandas que el encuentro me había impuesto, me volvía más ocupado, y más preocupado con actividades. Esto me daba una excusa para decir: ´No tengo tiempo´, como un marido que puede absorberse en el trabajo, y olvidarse del amor de su mujer.

Es imposible para mí explicar lo útil que fue la Hora Santa para preservar mi vocación. La Escritura brinda una considerable evidencia para probar que un sacerdote comienza a fallar en su sacerdocio cuando falla en el amor a la Eucaristía. Demasiado seguido se asume que Judas cayó porque amaba el dinero. La avaricia es rara vez el principio del error, y la caída de un embajador. La historia de la Iglesia prueba que hay muchos con dinero que se han quedado en ella. El principio de la caída de Judas, y el fin de Judas, ambos giran en torno a la Eucaristía. La primera vez que se menciona que Nuestro Señor sabía quién era el que lo iba a traicionar, es al final del capítulo seis de san Juan, que es la anunciación de la Eucaristía. La caída de Judas llegó la noche que Nuestro Señor instituyó la Eucaristía, la noche de la Ultima Cena.

La Eucaristía es tan esencial para nuestra unión con Cristo, que ni bien Nuestro Señor la anunció en el Evangelio, comenzó a ser la prueba de fidelidad de Sus seguidores. Primero, perdió las masas, porque era muy duro en sus palabras, y ya no lo siguieron. En segundo lugar, perdió algunos de sus discípulos: ´Ellos ya no caminaron más con Él´. Tercero, dividió su grupo de apóstoles, ya que aquí, Judas es anunciado como el traidor.

Por lo tanto, la Hora Santa, más allá de sus beneficios espirituales, previno mis pies de deambular muy lejos. Estar atado a un Sagrario, la propia soga no es tan larga para encontrar otras pasturas. Esa tenue lámpara del tabernáculo, aunque pálida y difusa, tiene una misteriosa luminosidad para oscurecer el brillo de ´las luces brillantes´. La Hora Santa se volvió como un tanque de oxígeno para revivir el soplo del Espíritu Santo en el medio de la sucia y hedionda atmósfera del mundo. Aún cuando parecía tan poco provechoso, y carente de intimidad espiritual, todavía tenía la sensación de ser al menos como un perro en la puerta de su amo, listo en caso de que me llamase.

La Hora, también, se volvió un magisterio, y una maestra, ya que aunque antes de amar a alguien debemos conocer a esa persona, sin embargo, después sabemos, que es el Amor el que aumenta el conocimiento. Las convicciones teológicas no sólo se obtienen de las dos coberturas de un libro formal, sino de dos rodillas sobre un reclinatorio ante un Sagrario.

Finalmente, haciendo una Hora Santa cada día constituía para mí un área de la vida en la que podía predicar lo que practicaba. Muy pocas veces en mi vida prediqué ayunar en una manera muy rigurosa, ya que siempre el ayuno me pareció extremadamente difícil; pero podía pedirle a otros que hagan la Hora Santa, porque yo lo hacía.

Algunas veces me hubiera gustado haber llevado un registro de las miles de cartas que he recibido de sacerdotes y laicos contándome cómo había sido la práctica de la Hora Santa. Cada retiro para sacerdotes que predicaba tenía la Hora Santa como resolución práctica. Demasiadas veces los retiros son como las conferencias sobre salud. Hay un acuerdo general sobre la necesidad de salud, pero falta una recomendación específica sobre cómo ser saludable. La Hora Santa se transformó en un desafío para los sacerdotes del retiro, y después cuando los videos de mis retiros estaban disponibles para los laicos, era edificante leer sobre los que respondían a la gracia, cumpliendo una hora diaria frente al Señor. Un monseñor, por debilidad ante el alcohol, y el consecuente escándalo, se le ordena dejar su parroquia, y fue puesto a prueba en otra diócesis, de donde vino a mi retiro. Respondiendo a la Gracia de Dios, dejó el alcohol, fue restituido efectivamente en su sacerdocio, siguió haciendo la Hora Santa todos los días, y murió en Presencia del Santísimo Sacramento.

Como ejemplo de la gran amplitud de efectos de la Hora Santa, una vez recibí una carta de un sacerdote en Inglaterra que decía, son sus propias palabras:"Dejé el sacerdocio, y caí en un estado de degradación." Un sacerdote amigo lo invitó a oír el cassette sobre la Hora Santa de un retiro que había predicado. Respondiendo a la Gracia, fue restituido nuevamente al sacerdocio, y se le confió el cuidado de una parroquia. La Divina Misericordia produjo en él, un cambio, y recibí esta carta:

´La semana pasada tuvimos nuestra Solemne Exposición anual del Santísimo Sacramento. Animé a bastantes personas a venir y velar todo el día, y todos los días, y así no teníamos que reservar el Santísimo Sacramento por la falta de personas para velar. La última tarde, organicé una procesión con los Primeros Comulgantes, tirando pétalos de rosas delante del Señor. Los hombres de la parroquia formaron una Guardia de Honor. El resultado fue sorprendente: había más de 250 personas presentes para la procesión fina, y la Hora Santa. Estoy convencido de que nuestra gente está buscando muchas de las viejas devociones que muchas de las parroquias han sacado, y esto pasa porque nosotros los sacerdotes no podemos ser molestados con incomodidades. El año que viene espero que la Exposición Solemne sea aun con más cantidad de gente ya que ahora se está conociendo la noticia. El último par de semanas he empezado un grupo de estudio de la Biblia; esto es para animar a nuestra gente a leer la Palabra de Dios. Comienzo con la lectura de las Escrituras que meditamos esa tarde; luego tenemos una breve exposición del Santísimo Sacramento, y meditación hasta el momento de la Bendición. He empezado también a recorrer las calles alrededor de la parroquia, y rezo Misa cada semana en una casa de cada cuadra, e invito a toda la gente de esa calle a venir y participar. La respuesta ha sido bastante buena, teniendo en cuenta que recién empiezo. No me quiero convertir en un sacerdote activista, así que me levanto temprano hago mi Hora Santa. Aun tengo mis problemas personales para controlar, pero he tomado coraje de sus palabras: ´tendrás que combatir muchas batallas, pero no te preocupes porque al final ganarás la guerra ante el Santísimo Sacramento´.

Muchos laicos que han leído los libros u oído los casettes, también están haciendo la Hora Santa.

Otro de los frutos de la Hora Santa es la sensibilidad a la Presencia Eucarística de Nuestro Divino Señor. Me acuerdo de haber leído en Lacordaire, el famoso orador de la Catedral de Notre Dame en París: ´dame un joven que pueda atesorar por días, semanas y años, el regalo de una rosa, o el apretón de la mano de un amigo´.

Viendo al principio de mi sacerdocio que cuando la sensibilidad y la delicadeza se pierden, los matrimonios se destruyen y los amigos se separan, tome varias medidas para conservar esa responsabilidad. Recién ordenado, y como estudiante en la Universidad Católica de Washington, nunca entraba a clase, sin antes subir la escalera hasta la capilla en Caldwell Hall para hacer un pequeño acto de amor a Nuestro Señor en el Santísimo Sacramento. Mas tarde en la Universidad de Louvain en Bélgica, entraba a visitar a Nuestro Santísimo Señor en cada una de las iglesias por las que pasaba para llegar a clase. Cuando seguí el trabajo de graduación en Roma, y fui a la Angelicum y Gregoriana, visitaba cada iglesia en el camino desde la zona del Trastevere donde vivía. Esto no es nada fácil en Roma, porque hay iglesias en casi todas las esquinas. Fred Allen dijo una vez que Roma tiene una iglesia en una esquina, para que se pueda rezar antes de cruzar la calle, y la iglesia en la otra esquina, para agradecer a Dios de haberlo logrado.

Tiempo después como profesor en la Universidad Católica en Washington, arreglé para poner una capilla al frente de mi casa. Esto es para que siempre pudiera, antes y después de salir, ver la lámpara del Sagrario como una señal para ir a adorar el Corazón de Jesucristo por lo menos por unos pocos segundos. He tratado de ser fiel a esta practica durante toda mi vida, y aun ahora, en el departamento en New York donde vivo, la capilla está entre mi estudio y mi dormitorio. Esto quiere decir que no me puedo mover de un área, de mi pequeño departamento, a la otra sin al menos una genuflexión, y una pequeña jaculatoria a nuestro Señor en el Santísimo Sacramento.

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Capítulo XII de la Autobiografía ´Treasure in Clay'

lunes, 22 de febrero de 2010

El valor de la fidelidad en el matrimonio

Por María Ángela Almacellas

D. Alfonso López Quintás, catedrático emérito de filosofía en la Universidad Complutense (Madrid) y miembro de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, ha resaltado en varias de sus obras el carácter creativo de la fidelidad. Queremos rogarle que clarifique un poco la idea de fidelidad, que juega un papel decisivo en nuestra vida de interrelación.

—¿Es la fidelidad actualmente un valor en crisis? ¿A qué se debe el declive actual de la actitud fiel?       

—A juzgar por el número de separaciones matrimoniales que se producen, la fidelidad conyugal es un valor que se halla actualmente cuestionado. Entre las múltiples causas de tal fenómeno, deben subrayarse diversos malentendidos y se confunde, a menudo, la fidelidad y el aguante.

Aguantar significa resistir el peso de una carga, y es condición propia de muros y columnas. La fidelidad supone algo mucho más elevado: crear en cada momento de la vida lo que uno, un día, prometió crear. Para cumplir la promesa de crear un hogar con una persona, se requiere soberanía de espíritu, capacidad de ser fiel a lo prometido aunque cambien las circunstancias y los sentimientos que uno pueda tener en una situación determinada.

Para una persona fiel, lo importante no es cambiar, sino realizar en la vida el ideal de la unidad en virtud del cual decidió casarse con una persona. Pero hoy se glorifica el cambio, término que adquirió últimamente condición de "talismán": parece albergar tal riqueza que nadie osa ponerlo en tela de juicio. Frente a esta glorificación del cambio, debemos grabar a fuego en la mente que la fidelidad es una actitud creativa y presenta, por ello, una alta excelencia.       

Si uno adopta una actitud hedonista y vive para acumular sensaciones placenteras, debe cambiar incesantemente para mantener cierto nivel de excitación, ya que la sensibilidad se embota gradualmente. Esta actitud lleva a confundir el amor personal -que pide de por sí estabilidad y firmeza- con la mera pasión, que presenta una condición efímera.       

De ahí el temor a comprometerse de por vida, pues tal compromiso impide el cambio. Se olvida que, al hablar de un matrimonio indisoluble, se alude ante todo a la calidad de la unión. El matrimonio que es auténtico perdura por su interna calidad y valor. La fidelidad es nutrida por el amor a lo valioso, a la riqueza interna de la unidad conyugal.

Obligarse a dicho valor significa renunciar en parte a la libertad de maniobra -libertad de decisión arbitraria- a fin de promover la auténtica libertad humana, que es la libertad para ser creativo. La psicóloga norteamericana Maggie Gallagher indica, en su libro Enemies of Eros, que millones de jóvenes compatriotas rehuyen casarse por pensar que no hay garantía alguna de que el amor perdure. Dentro de los reducidos límites de seguridad que admite la vida humana, podemos decir que el amor tiene altas probabilidades de perdurar si presenta la debida calidad. El buen paño perdura.

El amor que no se reduce a mera pasión o mera apetencia, antes implica la fundación constante de un auténtico estado de encuentro, supera, en buena medida, los riesgos de ruptura provocados por los vaivenes del sentimiento.

—Si la fidelidad se halla por encima del afán hedonista de acumular gratificaciones, ¿qué secreto impulso nos lleva a ser fieles?       

—La fidelidad, bien entendida, brota del amor a lo valioso, lo que se hace valer por su interna riqueza y se nos aparece como fiable, como algo en lo que tenemos fe y a lo que nos podemos confiar. Recordemos que las palabras fiable, fe, confiar en alguien, confiarse a alguien... están emparentadas entre sí, por derivarse de una misma raíz latina: fid.

El que descubre el elevado valor del amor conyugal, visto en toda su riqueza, cobra confianza en él, adivina que puede apostar fuerte por él, poner la vida a esa carta y prometer a otra persona crear una vida de hogar. Prometer llevar a cabo este tipo de actividad es una acción tan excelsa que parece en principio insensata. Prometo hoy para cumplir en días y años sucesivos, incluso cuando mis sentimientos sean distintos de los que hoy me inspiran tal promesa.

Prometer crear un hogar en todas las circunstancias, favorables o adversas, implica elevación de espíritu, capacidad de asumir las riendas de la propia vida y estar dispuestos a regirla no por sentimientos cambiantes sino por el valor de la unidad, que consideramos supremo en nuestra vida y ejerce para nosotros la función de ideal.        

 —Según lo dicho, no parece tener sentido confundir la fidelidad con la intransigencia...       

—Ciertamente. El que es fiel a una promesa no debe ser considerado como terco, sino como tenaz, es decir, perseverante en la vinculación a lo valioso, lo que nos ofrece posibilidades para vivir plenamente, creando relaciones relevantes. Ser fiel no significa sólo mantener una relación a lo largo del tiempo, pues no es únicamente cuestión de tiempo sino de calidad. Lo decisivo en la fidelidad no es conseguir que un amor se alargue indefinidamente, sino que sea auténtico merced a su valor interno.        

Por eso la actitud de fidelidad se nutre de la admiración ante lo valioso. El que malentiende el amor conyugal, que es generoso y oblativo, y lo confunde con una atracción interesada no recibe la fuerza que nos otorga lo valioso y no es capaz de mantenerse por encima de las oscilaciones y avatares del sentimiento. Será esclavo de los apetitos que lo acucian en cada momento. No tendrá la libertad interior necesaria para ser auténticamente fiel, es decir, creativo, capaz de cumplir la promesa de crear en todo instante una relación estable de encuentro.        

Así entendida, la fidelidad nos otorga identidad personal, energía interior, autoestima, dignidad, honorabilidad, armonía y, por tanto, belleza. Recordemos la indefinible belleza de la historia bíblica de Ruth, la moabita, que dice estas bellísimas palabras a Noemí, la madre de su marido difunto: "No insistas en que te deje y me vuelva. A dónde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos, y, si no, que el Señor me castigue".        

—En Iberoamérica y en España parece concederse todavía bastante importancia a la fidelidad conyugal. ¿Cómo se conjuga esto con la crisis del valor de la fidelidad?       

—En estos países todavía se conserva en alguna medida la concepción del matrimonio como un tipo de unidad valiosa que debe crearse incesantemente entre los cónyuges. De ahí el sentimiento de frustración que produce la deslealtad de uno de ellos. Esto no impide que muchas personas se dejen arrastrar por el prestigio del término cambio, utilizado profusamente de forma manipuladora en el momento actual.

—¿Puede decirse que lo que está en crisis actualmente son las instituciones a las que se debiera tener fidelidad?

—Exige menos esfuerzo entender el matrimonio como una forma de unión que podemos disolver en un momento determinado que como un modo de unidad que merece un respeto incondicional por parte de los mismos que han contribuido a crearla. Este tipo de realidades pertenecen a un nivel de realidad muy superior al de los objetos. Hoy día vivimos en una sociedad utilitarista, afanosa de dominar y poseer, y tendemos a pensar que podemos disponer arbitrariamente de todos los seres que tratamos, como si fueran meros objetos. Esta actitud nos impide dar a los distintos aspectos de nuestra vida el valor que les corresponde. Nos hallamos ante un proceso de empobrecimiento alarmante de nuestra existencia.       

Por eso urge realizar una labor de análisis serio de los modos de realidad que, debido a su alto rango, no deben ser objeto de posesión y dominio sino de participación, que es una actividad creadora. Participar en el reparto de una tarta podemos hacerlo con una actitud pasiva. Estamos en el nivel 1 de conducta. Participar en la interpretación de una obra musical compromete nuestra capacidad creativa. Este compromiso activo se da en el nivel 2. Para ser fieles a una persona o a una institución, debemos participar activamente en su vida, crear con ella una relación fecunda de encuentro –nivel 2–. Esta participación nos permite descubrir su riqueza interior y comprender, así, que nuestra vida se enriquece cuando nos encontramos con tales realidades y se empobrece cuando queremos dominarlas y servirnos de ellas, rebajándolas a condición de medios para un fin.       

—Al analizar la cuestión de la fidelidad, volvemos a advertir que la corrupción de la sociedad suele comenzar por la corrupción de la mente...       

—Sin duda. Es muy conveniente leer la Historia entre líneas y descubrir que el deseo de dominar a los pueblos suele llevar a no pocos dirigentes sociales a adueñarse de las mentes a través de los recursos tácticos de la manipulación. Si queremos ser libres y vivir con la debida dignidad, debemos clarificar a fondo los conceptos, aprender a pensar con rigor, conocer de cerca los valores y descubrir cuál de ellos ocupa el lugar supremo y constituye el ideal auténtico de nuestra vida

viernes, 19 de febrero de 2010

“Gracias, mamá, por no haberme abortado”, dijo el campeón


 

Pese a los denodados esfuerzos e intentos de bloqueo, de diversos grupos abortistas y feministas, el pasado domingo 7 de febrero, durante el "Super Bowl", el acontecimiento deportivo más importante del país y el más sintonizado del mundo, se pasó por los canales de televisión un sensacional anuncio pro-vida, en el que la máxima estrella del fútbol americano universitario de los Estados Unidos, Tim Tebow, agradece a su madre no haberse practicado un aborto cuando lo esperaba a él, rechazando así la "recomendación" de sus médicos.

     El anuncio, que fue transmitido por la cadena estadounidense CBS, fue elaborado por la institución "Focus on the Familiy" (Enfoque a la Familia) y tuvo el propósito de recordar el inalienable derecho a la vida que tiene toda persona.

     Sin embargo, para la abortista Jehmu Green, presidenta del "Women's Media Center", "esta campaña colocó un tema demasiado controvertido en un lugar en el que todos los estadounidenses deberíamos estar unidos, no divididos".

     Asimismo, para la también activista anti-vida, Erin Matson, vicepresidenta de la Organización Nacional de Mujeres (NOW, por sus siglas en inglés) "este anuncio fue francamente ofensivo" y alega que "es odio pintado de amor. Envió el mensaje de que el aborto siempre es un error".

     Al respecto, el propio Tim Tebow comentó que quienes rechazan este anuncio que defiende la vida "deben al menos respetar que defiendo lo que creo. Siempre he estado convencido de esto porque esa es la razón por la que estoy aquí. Mi madre fue una mujer muy valiente".

     Para Gary Schneeberger de Enfoque a la Familia, el anuncio "celebró la vida y la familia" y considera además que "no tenía nada de político o controvertido. Es una historia personal de amor entre una madre y su hijo".

Comprometido con la causa pro-vida
     Tebow es actualmente mariscal de campo de los Florida Gators, equipo al que el año pasado guió a su segundo campeonato nacional de la NCAA (la liga universitaria) y ya es una estrella nacional. Tebow nunca ocultó su profunda fe cristiana.

     Tebow también manifestó su alegría por la publicidad dada a la historia de su madre que ayudó a otras mujeres a optar por no abortar a sus hijos no nacidos. En efecto, la madre de Tebow servía como misionera junto al padre del futbolista en Filipinas cuando estaba embarazada de Tim, el quinto de sus hijos.

     Durante la gestación, la madre contrajo una infección severa y los médicos le propusieron abortar para salvar su vida. La mujer se opuso y superó la infección. Tim nació con perfecta salud el 14 de agosto de 1987.

     "Hay mucha gente que decidió no someterse a un aborto, porque escuchó la historia de mi mamá, o que se sintieron alentados porque comparto mi fe en la televisión o en los reportajes", dijo Tebow, quien suele lucir citas bíblicas en el rostro durante los partidos.

     Tebow creció ayudando a sus padres en la misión cristiana de Filipinas. Fue educado en casa por su madre, quien inculcó en todos sus hijos fuertes valores cristianos. Fue además el primer atleta educado en casa en recibir el Trofeo Heisman, el máximo galardón para los jóvenes futbolistas estadounidenses.

     A mediados del año pasado, Tim Tebow, de 22 años, dejó estupefactos a decenas de reporteros cuando admitió en una rueda de prensa que había decidido preservar su castidad y esperar al matrimonio

domingo, 14 de febrero de 2010

PECADO DE OMISION...."pude haberlo hecho y no lo hice"

Fuente: Web Católico de Javier

Lo defino como "el bien que podemos hacer y no hacemos"; he ahí tal vez el más grande pecado que cometemos, quedándonos de brazos cruzados.
Justificamos nuestra indiferencia diciendo "eso no tiene que ver conmigo", "yo no tengo la culpa" y otras frases de cajón, que adormecen la conciencia ante aquello que pudiéndolo dar, no lo dimos.La lágrima que vimos rodar en el rostro de quien camina a nuestro lado y por no querernos involucrar, no la enjugamos... El papel que tirado en el piso, no lo recogimos; porque fue otro quien lo arrojó, nosotros no lo hicimos...El pedazo de pan que no compartimos, porque nadie nos lo regaló, de nuestro propio esfuerzo lo obtuvimos... El no querer trabajar un minuto más, porque el contrato dice el tiempo exacto con el cual nos comprometimos...La riña que no quisimos evitar, para no meternos en problemas que no son míos, la herida que no quisimos curar, porque no fuimos nosotros quién la hicimos...
La palabra de aliento que nunca regalamos, a quien encontramos afligido; por temor o por cualquier cosa que justifique ese bien que pudiéndolo hacer, omitimos...El tiempo que negamos para escuchar a alguien que necesitaba hablar; diciendo que no hay tiempo que perder, aún hay mucho por hacer y trabajar...
La limosna que no ofrecimos, porque no queremos contribuir a la mendicidad y ociosidad; la mano que no estrechamos para que otros no piensen mal y no sentirnos juzgados...La respuesta igual de desagravio que al que nos hirió le dimos; porque si callamos y no nos vengamos, creerán que somos idiotas y pueden siempre herirnos y pisotearnos...
La sonrisa que no regalamos a aquel que encontramos en el camino, porque no tiene nada que ver conmigo... La oración que no elevamos por el que nadie oró, el perdón que no ofrecimos, la carta que alguien esperó y nunca escribimos; la visita a ese enfermo que solo quedó en el olvido, tanto pero tanto bien, que pudiéndolo hacer, por mil excusas que inventamos para justificarnos, no lo hicimos... Esa es la rutina en la que a diario vivimos, ese es el camino que se nos presenta cada día pero que no elegimos; porque nos dejamos llevar por lo que dicen y hacen los demás; pensamos en el bien propio e ignoramos lo que siente, piensa y necesita el resto de la humanidad...Vivimos creyendo que con hacer lo que nos toca o evitar realizar algún mal, nos hemos ganado el cielo, y ya somos buenos...
No nos damos cuenta que estamos haciendo lo que no nos cuesta, somos igual que los demás; es más valioso marcar la diferencia, si nos esforzamos un poco más en regalar amor al que lo ha de necesitar; eso es lo que nos hace semejantes a Dios; quien para salvar la humanidad, hizo realidad el amor, y no se conformó con sanar y predicar; sino que inventó una nueva definición del amor, algo que le da su inigualable valor, y es ser capaz de amar tan al extremo que la vida dar por amor... y no sólo lo dijo, sino que así lo vivió, porque por amor, su vida en la cruz entregó...

Aún estamos a tiempo, hay mucho bien que sin darnos cuenta, podemos realizar...

sábado, 13 de febrero de 2010

Ayuno y abstinencia.

El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.

La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad.

Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia.

El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana.


¿Por qué el Ayuno?

Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios.

El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística".

Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de Ia civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre.

Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, Ia excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor.

El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No.

No es Ia renuncia por Ia renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

sábado, 6 de febrero de 2010

MENSAJE DEL STO PADRE PARA LA JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO


Queridos hermanos y hermanas:
El próximo 11 de febrero, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, se celebrará en la basílica vaticana la XVIII Jornada mundial del enfermo.
La feliz coincidencia con el 25° aniversario de la institución del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios constituye un motivo más para agradecer a Dios el camino recorrido hasta ahora en el sector de la pastoral de la salud. Deseo de corazón que ese aniversario sea ocasión para un celo apostólico más generoso al servicio de los enfermos y de quienes cuidan de ellos.
Cada año, con la Jornada mundial del enfermo, la Iglesia quiere sensibilizar a toda la comunidad eclesial sobre la importancia del servicio pastoral en el vasto mundo de la salud, un servicio que es parte integrante de su misión, ya que se inscribe en el surco de la misma misión salvífica de Cristo. Él, Médico divino, "pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo" (Hch 10, 38). En el misterio de su pasión, muerte y resurrección, el sufrimiento humano encuentra sentido y la plenitud de la luz. En la carta apostólica Salvifici doloris, el siervo de Dios Juan Pablo II tiene palabras iluminadoras al respecto: "El sufrimiento humano —escribió— ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo. Y a la vez ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unido al amor (...), a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su origen. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva" (n. 18).
El Señor Jesús en la última Cena, antes de volver al Padre, se inclinó para lavar los pies a los Apóstoles, anticipando el acto supremo de amor de la cruz. Con ese gesto invitó a sus discípulos a entrar en su misma lógica, la del amor que se da especialmente a los más pequeños y a los necesitados (cf. Jn 13, 12-17). Siguiendo su ejemplo, todo cristiano está llamado a revivir, en contextos distintos y siempre nuevos, la parábola del buen Samaritano, el cual, pasando al lado de un hombre al que los ladrones dejaron medio muerto al borde del camino, "al verlo tuvo compasión; y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva"" (Lc 10, 33-35).
Al final de la parábola, Jesús dice: "Ve y haz tú lo mismo" (Lc 10, 37). Con estas palabras se dirige también a nosotros. Nos exhorta a inclinarnos sobre las heridas del cuerpo y del espíritu de tantos hermanos y hermanas nuestros que encontramos por los caminos del mundo; nos ayuda a comprender que, con la gracia de Dios acogida y vivida en la vida de cada día, la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento puede llegar a ser escuela de esperanza. En verdad, como afirmé en la encíclica
Spe salvi, "lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que sufrió con amor infinito" (n. 37).
Ya el concilio ecuménico Vaticano II recordaba la importante tarea de la Iglesia de ocuparse del sufrimi
ento humano. En la constitución dogmática Lumen gentium leemos que como "Cristo fue enviado por el Padre "para anunciar a los pobres la Buena Nueva, para sanar a los de corazón destrozado" (Lc 4, 18), "a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19, 10); de manera semejante la Iglesia abraza con amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, reconoce en los pobres y en los que sufren la imagen de su fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar sus necesidades y pretende servir en ellos a Cristo" (n. 8).
Esta acción humanitaria y espiritual de la comunidad eclesial en favor de los enfermos y los que sufren a lo largo de los siglos se ha expresado en múltiples formas y estructuras sanitarias también de carácter institucional. Quisiera recordar aquí las gestionadas directamente por las diócesis y las que han nacido de la generosidad de varios institutos religiosos. Se trata de un valioso "patrimonio" que responde al hecho de que "el amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado" (
Deus caritas est, 20). La creación del Consejo pontificio para la pastoral de los agentes sanitarios, hace veinticinco años, forma parte de esa solicitud eclesial por el mundo de la salud. Y debo añadir que, en el actual momento histórico-cultural, se siente todavía más la exigencia de una presencia eclesial atenta y generalizada al lado de los enfermos, así como de una presencia en la sociedad capaz de transmitir de manera eficaz los valores evangélicos para la defensa de la vida humana en todas sus fases, desde su concepción hasta su fin natural.
Quisiera retomar aquí el
Mensaje a los pobres, a los enfermos y a todos los que sufren, que los padres conciliares dirigieron al mundo al final del concilio ecuménico Vaticano II: "Vosotros que sentís más el peso de la cruz —dijeron— (...), vosotros que lloráis (...), vosotros los desconocidos del dolor, tened ánimo: vosotros sois los preferidos del reino de Dios, el reino de la esperanza, de la bondad y de la vida; vosotros sois los hermanos de Cristo sufriente y con él, si queréis, salváis al mundo" (Concilio Vaticano II. Constituciones. Decretos. Declaraciones. BAC, Madrid 1966, p. 845). Agradezco de corazón a las personas que cada día "realizan un servicio para con los que están enfermos y los que sufren", haciendo que "el apostolado de la misericordia de Dios, al que se dedican, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias" (Juan Pablo II, constitución apostólica Pastor bonus, art. 152).
En este
Año sacerdotal mi pensamiento se dirige en particular a vosotros, queridos sacerdotes, "ministros de los enfermos", signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento. Os invito, queridos presbíteros, a no escatimar esfuerzos para prestarles asistencia y consuelo. El tiempo transcurrido al lado de quien se encuentra en la prueba es fecundo en gracia para todas las demás dimensiones de la pastoral. Me dirijo por último a vosotros, queridos enfermos, y os pido que recéis y ofrezcáis vuestros sufrimientos por los sacerdotes, para que puedan mantenerse fieles a su vocación y su ministerio sea rico en frutos espirituales, para el bien de toda la Iglesia.
Con estos sentimientos, imploro para los enfermos, así como para los que los asisten, la protección maternal de María, Salus infirmorum, y a todos imparto de corazón la bendición apostólica.
Vaticano, 22 de noviembre de 2009, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo.

BENEDICTUS PP. XVI


La educación para el amor


Aurelio Fernández


 

Se puede encontrar una versión breve de este artículo en Temes d'avui

Es una obviedad asentir al dato de que el amor entre el hombre y la mujer es un valor excepcional de la antropología y, consecuentemente, en la biografía de cada persona. Pero tampoco es vano consignar que la expresión de ese amor es ambivalente, pues o eleva al individuo hasta cotas de perfección suma o le degrada hasta límites de indescriptible bajeza. De hecho, las páginas más brillantes de la literatura universal se han escrito para ensalzar el amor humano; pero también la literatura más sórdida ha descrito las aberrantes degradaciones del pretendido amor entre el varón y la mujer. Ahora bien, esa exaltación o, en su caso, el envilecimiento del amor que llenan la literatura universal de todos lo tiempos no son un fenómeno exclusivamente literario, sino que se corresponden con la expresión del amor en la existencia concreta del ser humano en todos los momentos de la historia.

Pues bien, dado que el amor entre el hombre y la mujer –tan decisivo en la conducta en la persona– puede seguir caminos tan dispares, es lógico que requiera la atención de quienes tienen la misión educativa desde la niñez hasta que el hombre y la mujer alcancen el amor esponsalicio, que, en palabras del papa Benedicto XVI, es «el arquetipo del amor humano» (Encíclica Deus caritas est, n.2). Y, aún en el matrimonio, los esposos han de ser verdaderos usuarios el amor que les une con el fin de que engrandezca sus vidas y no las deteriore hasta hacerles infelices, de forma que fracasen en su compromiso de amarse hasta la muerte.

Esta es la razón del empeño de los padres, de los formadores, de los poderes públicos e incluso de la Iglesia por la educación sexual a todos los niveles, especialmente en la etapa de la adolescencia y, en general, de la edad escolar. Por añadidura, este compromiso se hace más apremiante por motivos circunstanciales de nuestro tiempo, debido a que las manifestaciones sexuales de la sociedad actual son tan abundantes como desmedidas, hasta el punto de vulnerar la esencia misma del amor humano. En este contexto nace la expresión «hacer el amor», siendo así que el amor no se «hace» como se elabora un instrumento, sino que se «vive». En efecto, a los más diversos niveles, se denuncia, que las formas obscenas, la pornografía y el erotismo son factores que impregnan la vida pública. Asimismo, los modos de comportamiento sexual, las formas de vestir y las más variadas expresiones culturales –que algunos califican como «subcultura»– deforman el amor humano y lo degradan con graves consecuencias para el individuo y para la entera sociedad, especialmente en la vida de los jóvenes.

En consecuencia, parece lógico que los proyectos educativos deberían prestar una especial atención a este tema. En efecto, el descubrimiento biológico y afectivo de la sexualidad se despierta en la edad media de la vida académica de los alumnos e influye de un modo decisivo no solo en el comportamiento escolar, sino también en las relaciones con su familia, en la convivencia social, en el rendimiento académico del alumno e incluso en la práctica religiosa y en la conducta moral. Por ello, no deja de sorprender que algunas instituciones –incluso los centros de enseñanza– pasen en paralelo ante un fenómeno que influye tan directamente en la conducta de los jóvenes precisamente en una etapa de la vida en la que la educación en el amor es tan decisiva.

Estas consideraciones no son ajenas a la enseñanza de la Iglesia. Así, por ejemplo, el papa Juan Pablo II describió con términos bien certeros estas situaciones, por lo cual urge a que se atiendan y se les dé respuesta en la enseñanza catequética:

«[…] Luego vienen la pubertad y la adolescencia, con las grandezas y los riesgos que presenta esa edad. Es el momento del descubrimiento de sí mismo y del propio mundo interior; el momento de los proyectos generosos, momento en que brota el sentimiento del amor, así como los impulsos biológicos de la sexualidad, del deseo de estar juntos; momento de una alegría particularmente intensa, relacionada con el embriagador descubrimiento de la vida. Pero también es a menudo la edad de los interrogantes más profundos, de búsquedas angustiosas, incluso frustrantes, de desconfianza de los demás y de peligrosos repliegues sobre sí mismo; a veces también la edad de los primeros fracasos y de las primeras amarguras. La catequesis no puede ignorar esos aspectos fácilmente cambiantes de un período tan delicado de la vida. Podrá ser decisiva una catequesis capaz de conducir al adolescente a una revisión de su propia vida y al diálogo, una catequesis que no ignore sus grandes temas -la donación de sí mismo, la fe, el amor y su mediación que es la sexualidad» (Catechesi tradendae, 18-X-1979, n. 38). 

Asimismo, la Congregación para la Educación Católica hizo público un amplio documento sobre Orientaciones sobre el amor humano (1-XI-1983), en el que se presenta extensamente la necesidad de la educación del amor sexuado entre la mujer y el hombre. Posteriormente, el Consejo Pontificio para la Familia publicó otro amplio documento acerca del sentido de la sexualidad y su educación: Sexualidad humana. Verdad y significado. Orientaciones educativas en familia (8-XII-1995).

A estos documentos de especial relieve en el magisterio ordinario de la Iglesia, es preciso añadir las numerosas catequesis de los últimos Papas sobre este mismo tema, las cuales se recogen y compendian en la doctrina del Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2331 ss.; 2520-2527).

Aquí no es posible detenerse en la exposición de las medidas concretas educativas que suscita la sexualidad en las relaciones amorosas hombre-mujer. No obstante, entre los muchos temas que cabría mencionar en la educación sexual de los jóvenes, cabe contemplar dos cuestiones de especial interés: 1º. ¿Quiénes son los agentes de esta importante y urgente misión educativa? 2º. ¿Cuáles son sus ámbitos propios; es decir, si se concreta en la mera información de la vida sexual humana o si, por el contrario, su objetivo debe ser una verdadera formación? En ambas cuestiones se trata de que los individuos se conduzcan de acuerdo con una vida sexual sana, conforme a la naturaleza sexuada –masculina y femenina– del ser humano.

La primera cuestión es debatida actualmente en España con especial acritud con ocasión de la ley sobre la asignatura de Educación para la ciudadanía, que pretende pasar al Estado el derecho de la formación de la sexualidad de los alumnos en la etapa escolar. Ante tal pretensión, los padres han reclamado de continuo que ellos tienen la misión principal de llevar a cabo la tarea educativa de sus hijos, especialmente en este campo de intimidad y decisión para la conducta futura de sus hijos. Por su parte, también la Iglesia, de acuerdo con la enseñanza bíblica, ha sentido continuamente la obligación de emitir juicios morales sobre el comportamiento sexual del hombre y de la mujer, de forma que les ayude a un comportamiento sexual que se inicia y se consuma en el amor esponsalicio.

Ahora bien, es preciso reconocer que esta triple competencia –familia, Estado e Iglesia– no se excluye mutuamente. Bien al contrario, admite la suma de estos tres agentes, de modo que todos ellos –cada uno en su propio ámbito– concurran en la educación sexual de los jóvenes. Tal como se admite por todos los que valoran la familia, es claro que en el campo educativo la labor principal es incumbencia de los padres y que el papel del Estado, en cuanto servidor de la sociedad, se concreta en facilitarles los medios adecuados para cumplir su labor. Este derecho se respalda en la Declaración de los Derechos Humanos de la ONU (a. 26) y en la Constitución Española (a. 27). Asimismo el Pontificio Consejo para la Familia reconoce este mismo derecho de los padres en la tarea educativa de sus hijos (cfr. Sexualidad humana. Verdad y significado (nn. 31-33).

Pero, de acuerdo con la naturaleza misma de la escuela, como institución delegada de los padres para la educación de los hijos, los centros escolares tampoco son ajenos en la educación sexual de los alumnos. También la Congregación para la Educación Católica mantiene este juicio: «Supuesto el deber de la familia, el cometido propio de la escuela es asistir y completar la obra de los padres, proporcionando a los niños y jóvenes una estima de la sexualidad como valor y función de toda persona creada, varón y mujer, a imagen de Dios» (Orientaciones sobre el amor humano, 69; cf. n. 23).

La misma opinión la mantienen los pedagogos. Así se expresa el reconocido autor Víctor García de la Hoz:

«La educación de la sexualidad, como cualquier otro tipo de educación, es el resultado de distintos estímulos, por lo que quienes tienen alguna responsabilidad en la misma no pueden desentenderse de esta cuestión. Sin embargo, en tanto que no se trata de una enseñanza "científica", sino relativa a la esfera personal del muchacho, esta responsabilidad corresponde en primer lugar a los padres; luego han de colaborar los profesores» (La educación del estudiante en la familia. Madrid 1990, p. 264).  

Es evidente que la escuela puede cumplir esta función cuando para ello es delegada por los padres, los cuales, o bien no saben impartirla o se sienten inseguros al tratar este tema con sus hijos. Este fenómeno es más común en la etapa de la pubertad. Pero, aún en el caso de que sean los respectivos padres quienes asumen este empeño, la escuela tiene otros ámbitos en los que puede arrogarse la educación de la sexualidad de los alumnos. En primer lugar, a nivel «informativo», por ejemplo, en el área de las Ciencias Naturales, en la asignatura de Biología que explica la anatomía y la fisiología propia del hombre y de la mejer; pero también en la exposición de otras asignaturas. Pienso, por ejemplo, en las clases de Historia, en cuyo desarrollo los asuntos familiares,

el amor y las aventuras sexuales en ocasiones han jugado un papel decisivo en los cambios de los pueblos. En otras áreas, por ejemplo, en la explicación del arte y de la literatura, se faltaría al rigor intelectual si la explicación del profesor se fijase exclusivamente en los datos artísticos o en el estilo literario sin subrayar el tema de la grandeza del amor y sus degradaciones que aparecen en las piezas de arte o que se desarrollan en tantas obras de la literatura universal.

Pero la educación de la sexualidad en la escuela ha de evitar el riesgo de quedarse exclusivamente en el ámbito «informativo», el cual, siendo en sí necesario, no es suficiente, sino tiene que tiene que abrirse a facilitar al alumno una concepción verdadera sobre la sexualidad específicamente humana, de forma que alcance el verdadero sentido de su ser hombre o ser mujer. La escuela no solo «informa», sino que «forma» y el profesor no es un mero «enseñante», sino un «formador», sin caer, ciertamente, en un adoctrinamiento ideológico de partido. Para ello, la escuela, además de informar sobre los elementos que constituyen la realidad sexual del hombre y de la mujer, debe enseñar el modo de integrarlo en la propia persona.

A este respecto, la formación sexual al alumno debe dejar patente que la sexualidad humana no es solo instintiva y placentera, sino intelectual y voluntaria (y, consecuentemente, responsable), al tiempo que es inseparable del aspecto afectivo-sentimental que interrelaciona al hombre y a la mujer. Asimismo tiene que empeñarse en descubrir la verdad y significado del amor humano, que relaciona mutuamente al hombre y a la mujer en orden al matrimonio y a la creación de la familia, lo cual connota también la procreación. Todos estos elementos que confluyen en la condición sexuada del ser humano deben ser tenidos en cuenta en la educación de la sexualidad. Esta consideración está de acuerdo con la concepción cristiana de la educación sexual, tal como se expresa la Congregación para la Educación Católica:

«En perspectiva antropológica cristiana, la educación afectivo-sexual considera la totalidad de la persona y exige, por tanto, la integración de los elementos biológicos, psicoafectivos, sociales y espirituales. Esta integración resulta difícil porque también el creyente lleva las consecuencias del pecado original. Una verdadera "formación" no se limita a informar la inteligencia, sino que presta particular atención a la educación de la voluntad, de los sentimientos y de las emociones. En efecto para tender a la madurez de la vida afectivo-sexual es necesario el dominio de sí, el cual presupone virtudes como el pudor, la templanza, el respeto propio y ajeno y la apertura al prójimo» (AH, n. 35). 

Al momento de precisar algunos aspectos que deben ser tenidos en cuenta en la educación sexual de los alumnos, parece conveniente tener a la vista los elementos que la constituyen, de forma que su comportamiento y ejercicio se corresponda con su naturaleza específica. Algunos de estos elementos constitutivos de la sexualidad específicamente humana se han mencionado más arriba. Aquí concretamos en ocho dimensiones que se integran en la constitución sexuada del ser humano. Son los siguientes:

a)
Genético. La diferencia sexual se origina ya en los mismos genes: si se tiene un patrimonio genético de 44 cromosomas, más dos cromosomas sexuales X, tal sujeto será de sexo femenino (o sea, 22 pares, más uno XX). Por el contrario, si tiene un patrimonio genético con 44 cromosomas más un cromosoma X y otro cromosoma Y, es de sexo masculino (o sea, 22 pares, más otro par XY). A este respecto, conviene que el alumno caiga en la cuenta en la diferencia biológica entre el hombre y la mujer con el fin de eliminar ciertas tendencias que intentan igualar ambos sexos. 

b) Morfológico-genital. La diferencia sexuada entre el hombre y la mujer conlleva una configuración somática muy diferenciada. La más marcada es la genitalidad masculina y femenina, pero también en otros datos específicos y secundarios del hombre (por ejemplo, la barba) y de la mujer (la anchura de caderas). Por ello, la diferencia del cuerpo marca ya conductas distintas en el hombre y en la mujer.

c) Instintivo. La sexualidad es un instinto fundamental y primario del ser humano: tiene la finalidad de continuar la especie generando nuevos individuos de la raza humana. Por la grandeza del fin procreador, tal instinto se muestra especialmente fuerte y en ocasiones no resulta fácil dominarlo. Se hace imperativo hacer una advertencia a este respecto, con el fin de que el alumno se empeñe en adquirir el dominio del instinto sexual, al modo como debe dominar todos los demás instintos (la ira, por ejemplo), los cuales, siendo constitutivos del ser humano, tienden a desbordarse, causándole mal al propio individuo.

d) Cognoscitivo. La sexualidad del hombre y de la mujer no es puro instinto como en los animales, sino que es humana, y por ello supone también el uso de la razón. Ello implica, pues, que en su ejercicio intervenga la inteligencia, pues no son una simple pareja de macho-hembra. El uso irracional de la sexualidad puede comportar que se ejercite de un modo in-humano.

e) Voluntario. La calidad instintiva de la sexualidad supone también la voluntad de dominio sobre el instinto y la libertad de su ejercicio. Por ello se exige la responsabilidad cuando se lleva a cabo: de ahí la expresión «maternidad y paternidad responsables». 

f) Afectivo. La sexualidad humana no es meramente genital, sino que integra la totalidad de la persona. De ahí la importancia del componente afectivo-sentimental en la aparición y desarrollo de la relaciones sexuales entre el hombre y la mujer. Cuando la sexualidad se aísla del amor, se deshumaniza y se desliza lentamente hacia el zoologismo sexual.

g) Placentero. El placer es un componente esencial que acompaña a la actividad sexual. Ahora bien, el placer, además del orgasmo fisiológico, incluye la satisfacción del encuentro amoroso hombre-mujer. Será preciso advertir que no es humano reducir la sexualidad a puro placer, pero se supone e incluso se debe buscar en ese encuentro amoroso entre la mujer y el hombre.

h) Procreador. Finalmente, la sexualidad conlleva un componente esencial: la relación sexual entre los esposos lleva consigo la gestación de una nueva vida, si bien no se realiza en cada acto, pues la fecundidad está escrita en la dimensión biológica de la mujer.

Esta riqueza y singularidad de la sexualidad humana es puesta de relieve por La Declaración Persona humana de la Congregación para la Doctrina de la Fe:

«La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la vida de los hombres. A la verdad, en el sexo radican las notas características que constituyen a las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo así mucha parte en la evolución individual y en su inserción en la sociedad. Por eso, como se puede comprobar fácilmente, la sexualidad es en nuestros días tema abordado con frecuencia en libros, semanarios, revistas y otros medios de comunicación social» (PH, 1). 

Según los estudios de la ciencia, esos ocho componentes de la sexualidad específicamente humana es lo que la distingue de la mera sexualidad instintiva, próxima a la de otras especies de animales. Ahora bien, la grandeza de la sexualidad humana demanda que todos esos elementos se integren armónicamente. Tal unidad integradora constituye la virtud de la castidad, tal como se especifica en el Catecismo de la Iglesia Católica:

«La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo entero y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer. La virtud de la castidad, por tanto, entraña la integridad de la persona y la integridad del don» (CEC, 2337; cfr. 2520).

No cabe duda que esta grandeza de la sexualidad humana, tal como la enseña la doctrina cristiana de acuerdo con los hallazgos de las ciencias humanas, si su práctica se lleva de acuerdo con lo que realmente es, es fuente de grandes satisfacciones. Ello explica que Jesucristo compare el reino de los cielos (la existencia cristiana) como unas bodas.