domingo, 18 de marzo de 2012

La conmovedora historia del sacerdote que murió en el atentado



Hoy, 17 de marzo, se cumplen 20 años del brutal atentado a la Embajada de Israel, ocurrido en 1992.
El estallido de un coche bomba a metros de la sede judía, en la calle Arroyo 916, Capital Federal, provocó la muerte de 29 personas, más la cifra de 242 heridos. Aún no se juzgó a los responsables del ataque.

La siguiente, es una de las tantas historias de familiares que conmueven a la sociedad toda por el inmenso dolor que provoca la muerte, pero sobre todo, por la injusticia de saber que se trata de un crimen impune.

Cuando cuesta comprender la voluntad de Dios

Era un cálido día de un ya fatigado verano. El sol y la temperatura, junto con una fecha que marca el cambio de estación, empezaba a dar señales de una etapa que finalizaba para darle lugar a la llegada del otoño.

Mi hermano se encontraba en la parroquia Mater Admirabilis de la entonces Capital Federal, luego de una mañana como a él le gustaba, con tareas parroquiales y dedicación a Dios y ala Virgen. Con sus dos años y cuatro meses de fecundo ministerio sacerdotal y una vida dedicada a comprender al prójimo, ese día de sol, le esperaría un momento muy especial.
Criados en una familia católica, muy creyente y practicante, Juan Carlos Brumana fue mi hermano menor, de un total de cuatro hermanos, siendo Juan el único varón. Nuestro papá fue un escribano muy dedicado y apasionado por lo que hacía, aunque claro; muy simple y sencillo en su cotidiana vida. Nuestra mamá fue una persona única desde muchos aspectos. Nos sirvió de inspiración a todos pero especialmente a Juan Carlos con quien compartía ese temple y la capacidad de hacer sentir a uno especial con solo una mirada, brindando amor sin esperar nada a cambio. Un simple abrazo te hacía sentir importante en este mundo.

Juan Carlos siempre se dedicó con pasión a todo lo que emprendió, pero al momento de recordarlo, lo primero que me viene a la mente es su humildad, sencillez de vida, su capacidad de reflexión y síntesis para aconsejar, siempre conciso y con una claridad notable. No conocemos a nadie que lo haya escuchado hablarle mal a alguien o resolver algunos problemas que tuvo en su vida desde la bronca y el resentimiento. Siempre la paz, la serenidad y el bien estuvieron presentes en su modo, desde muy chico.

Una anécdota que con frecuencia recuerdo de cuando éramos chicos, se relaciona con la bondad que el tenía. Cada vez que mi mamá pedía un favor, siempre (y esto era prácticamente una ley en su modo) él se acercaba primero y se ponía a disposición para ayudar, mientras que yo salía corriendo. Lo mismo sucedía a la hora de rezar cada noche, siempre se arrodillaba primero frente a la Virgen para acompañar a mi mamá en el rezo, mientras que yo, nuevamente, me escapaba cada vez que podía.
Si bien todas las hermanas compartimos la vida en comunidad y religiosa, Juan Carlos tuvo una dedicación muy especial y participó desde pequeño en varios grupos comunitarios, colaborando con diversas instituciones apostólicas y realizando misiones en la Patagonia. Su amor por la Virgen María, cultivado desde niño, lo llevó a formar parte dela Legión de María y brindarse por completo a ella, le tenía un amor único.

Juan Carlos ingresó al seminario el 19 de marzo de 1982 y se ordenó sacerdote el 25 de noviembre de 1989, cultivando la lectura y el estudio dela Sagrada Escritura.

Nosotros siempre vimos en Juan Carlos ese don que lo hacía tan especial, que nos mostraba que se ocupaba primero de el prójimo antes que de él mismo, aunque a veces no lo comprendíamos. Recuerdo una vez, mientras se encontraba cursando el seminario, en un almuerzo familiar dominical lo veo que llevaba unos zapatos por poco destruidos. Ante eso le doy $500 a modo de regalo y le digo que con esa plata se compre unos zapatos nuevos. Al domingo siguiente lo veo y, nuevamente, tenía los zapatos rotos. Mi asombro se notó cuando le dije: “¿por que no te compraste zapatos nuevos?”; a lo que él con un velo de tristeza me respondió: “Disculpame Bea pero le di el dinero a alguien que lo necesitaba más que yo.”
Quienes compartimos un tiempo de la vida junto a él admitimos que tenía cualidades únicas, aquellas que muchas veces utilizamos para rotular a una persona con el título de “santo”.

A sus escasos 37 años de edad, y sin saberlo, se dirigió a uno de los espacios de la casa parroquial en Mater Admirabilis, que se encontraba justo en frente ala Embajada de Israel. Por gracia de Dios, y esa voluntad que a veces nos cuesta comprender, a las 14.45 del 17 de marzo de 1992 dejó esta vida terrenal, junto a las otras víctimas de la explosión.

Aunque el dolor de su intempestiva ida se mantiene en los corazones de su familia, el de amigos y de todos quienes recibían la gracia de compartir algún tiempo con él, su paso por este mundo no fue en vano. Nos enseñó a muchos que lo importante de la vida está en vivir con paz y amor al prójimo, y valorando las cosas realmente importantes, aquellas que casual, y especialmente en estos días, son las que menos miramos por buscar aquellas cosas que cuando llegue el momento de irnos, no nos pertenecerán.

María Beatriz Brumana, hermana de Juan Carlos Brumana.
(Fuente: Infobae)

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