miércoles, 31 de octubre de 2012

La Iglesia es el lugar de transmisión de la Fe

En la audiencia general de los miércoles Benedicto XVI, continuando la catequesis sobre la fe católica, partió esta vez de algunas preguntas: “¿Tiene la fe sólo un carácter personal, individual?, ¿Vivo la fe sólo?”. “Ciertamente- dijo el Papa a los fieles reunidos en la Plaza de San Pedro- el acto de fe es eminentemente personal, es una experiencia íntima que marca un cambio de dirección, una conversión personal. Pero este creer no es el resultado de una reflexión solitaria sino el fruto de una relación, de un diálogo con Jesús que me hace salir de mi “yo” para abrirme al amor de Dios Padre”.

“Es como un renacer en que me descubro unido no sólo a Jesús, sino también a todos los que han recorrido y recorren el mismo camino, y este nuevo nacimiento, que empieza con el bautismo, prosigue a lo largo de toda la existencia”.

Sin embargo, observó el pontífice, “la fe personal no puede construirse sobre un diálogo privado con Jesús porque la fe me la da Dios a través de una comunidad creyente que es la Iglesia y me inserta en la multitud de creyentes en una comunión que no es sólo sociológica, sino radicada en el amor eterno de Dios. El catecismo de la Iglesia Católica lo resume de forma clara: “Creer es un acto eclesial. La fe de la Iglesia precede, genera, sostiene y nutre nuestra fe. La Iglesia es la Madre de todos los creyentes”.

Al principio de la aventura cristiana, cuando el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos el día de Pentecostés “la Iglesia naciente recibe la fuerza para cumplir la misión que le confió el Señor resucitado: difundir en todos los rincones de la tierra el Evangelio; la buena noticia del Reino de Dios y guiar así a todos los hombres al encuentro con El, a la fe que salva”.

“Inicia así el camino de la Iglesia, comunidad que difunde este anuncio en el tiempo y en el espacio, comunidad que es el Pueblo de Dios y cuyos miembros no pertenecen a un particular grupo social o étnico: son hombres y mujeres procedentes de todas las naciones y todas las culturas. Es un pueblo “católico” que habla lenguas nuevas, abierto universalmente para acoger a todos, más allá de las fronteras, derribando todas las barreras”.

“La Iglesia, desde el principio, es el lugar de la fe, el lugar de la transmisión de la fe. Hay una cadena ininterrumpida de vida de la Iglesia, de anuncio de la Palabra de Dios, de celebración de los Sacramentos, que llega hasta nosotros y que llamamos Tradición; ella nos da la garantía de que lo creemos es el mensaje original de Cristo, predicado por los apóstoles. En la comunidad eclesial la fe personal crece y madura”.

Para ilustrar este punto el Papa explicó que en el Nuevo Testamento el término “santos” designa a los cristianos en su conjunto y “ciertamente -dijo- no todos tenían las cualidades para ser declarados santos por la Iglesia”. Este apelativo significaba que “aquellos que tenían fe en Cristo resucitado estaban llamados a ser un punto de referencia para todos los demás, poniéndolos así en contacto con la persona y con el mensaje de Jesús que revela el rostro de Dios vivo. Esto es válido también para nosotros: un cristiano que, poco a poco, se deja guiar y plasmar por la fe de la Iglesia, a pesar de sus debilidades, sus límites y dificultades, es como una ventana abierta a la luz del Dios vivo, que recibe esta luz y la refleja en el mundo”.

“La tendencia, tan difundida hoy, a relegar la fe a la esfera privada contradice su misma naturaleza. Necesitamos a la Iglesia para confirmar nuestra fe y para experimentar juntos los dones de Dios. En un mundo donde el individualismo parece regir las relaciones entre las personas, haciéndolas cada vez más frágiles, la fe nos llama a ser Pueblo de Dios, a ser Iglesia, portadores del amor y de la comunión de Dios para todo el género humano”, finalizó el Santo Padre.+ VER MAS: http://www.romereports.com/palio/la-fe-es-personal-pero-tambien-debe-ser-vivida-en-publico-y-en-la-iglesia-spanish-8147.html

lunes, 29 de octubre de 2012

Fe y esperanza también mueven a salir del propio país no sólo el progreso material

Mensaje de Benedicto XVI con motivo de la 99 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado


Por H. Sergio Mora

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 29 octubre 2012 (ZENIT.org).- El mensaje de Benedicto XVI para la 99 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, fue presentado hoy en la Sala de Prensa de la Santa Sede, por el cardenal Antonio María Veglió, presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral del Migrante y por el secretario del mismo dicasterio, el arzobispo Joseph Kalathiparambil.

Un tema que se relaciona con la nueva evangelización, pues como fue indicado por el papa en su homilía de ayer domingo, muchos de quienes aún no conocen el mensaje de Jesucristo viven en países de antigua evangelización.
El cardenal Veglió, cifras en la mano, indicó que “el vasto fenómeno migratorio impresiona por el gran número de personas que involucra”, y citó el último informe de la Organización Mundial de las Migraciones (OIM) en el que se calcula que los migrantes hacia el exterior son unos 214 millones de personas, o sea el 3% de la población mundial. Mientras que los de migración interna son unos 740 millones de personas”, en total más de mil millones de personas, equivalente a un séptimo de la población mundial”.

El presidente del Pontificio Consejo de la Pastoral del Migrante indicó que en “su peregrinación existencial hacia un mundo mejor”, los migrantes llevan consigo sentimientos de fe y de esperanza “aunque no saben bien qué es lo que están buscando exactamente”.
“Decir que intentan solamente mejorar su situación económica o social es simplificar demasiado la realidad”, precisó el purpurado.

Indicó que no todos los inmigrantes consideran su viaje como un ir hacia Dios, si bien tienen confianza que Él les acompañará. Entretanto las personas que ellos van a conocer y en particular los que viajan a países de antigua evangelización pueden descubrirlo y experimentar la genuina bondad de muchas realidades eclesiales que les acogen y les ayudan”. Añadió que “en el vasto contexto de las migraciones, la Iglesia está llamada a realizar su maternal solicitud sin distinción”.

Por este motivo, dijo el cardenal, el papa ha indicado dos canales complementarios. Uno son las actividades con los inmigrantes, como las intervenciones en las emergencias, lo que encuentra más acogida mediática; y la segunda en cambio, que requiere más empeño --aunque sea menos notada, porque muchas veces requiere un cambio de mentalidad- es favorecer la integración del inmigrante en el nuevo contexto cultural.
El cardenal Veglió recordó que el mensaje pontificio indica que las migraciones comprenden derechos y deberes: atender y curar los inmigrantes para que tengan una vida decorosa, y ellos deben respetar los valores que ofrece la sociedad que los recibe.

“La Iglesia tiene un papel importante en el proceso de la integración y pone el acento en la centralidad de la persona con la recomendación de tutelar las minorías; para ello hay que valorizar su cultura, su contribución a la pacificación universal, la dimensión eclesial y misionera del fenómeno migratorio, la importancia del diálogo y del debate en el interior de la sociedad civil, de la comunidad eclesial y entre las diversas religiones” dijo.

El arzobispo Joseph Kalathiparambil por su parte subrayó la dificultad de los refugiados, en particular quienes buscan asilo, que sufren medidas restrictivas que obstaculizan el acceso a algunos países, y para conseguir los visados, etc.

El secretario del dicasterio añadió que las limitaciones “incentivan las actividades de los contrabandistas, traficantes y peligrosas travesías marítimas que han visto desaparecer entre las olas demasiadas vidas humanas”. Todo esto sucede --indicó- a pesar de las obligaciones que tiene la comunidad internacional sobre la protección de los refugiados y solicitantes de asilo”.
El arzobispo de la India reivindicó también elementos primarios como “alimento, alojamiento, vestuario y atención médica, el derecho al trabajo y a la libre circulación”. Y que “no se enfatiza nunca suficientemente que ellos deben enfrentar viajes fuera de sus fronteras y sin poseer documentos válidos de viaje o identidad”.



Para leer el mensaje de Benedicto XVI íntegro entrar en: http://www.zenit.org/article-43471?l=spanish.

domingo, 28 de octubre de 2012

Cardenal Cañizares: Divorciados no están excluidos de la Eucaristía

ROMA, 28 Oct. 12 / 06:20 pm.- El Prefecto para la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Cardenal Antonio Cañizares Llovera, consideró que la Eucaristía es el pilar base para la Nueva Evangelización, y recordó que los divorciados en nueva unión, pueden participar de Ella de manera espiritual.


El Cardenal Cañizares explicó a ACI Prensa, que la Eucaristía es imprescindible porque “cuando se vive en su realidad de misterio, suscita el envío, el comunicar que se ha participado de la Eucaristía en el mundo”.

“La Eucaristía siempre suscita hombres nuevos, mujeres nuevas, y una realidad nueva donde se viva el amor y se sea testigo del Dios vivo, como lo único y necesario. Por eso, la Eucaristía es imprescindible para la Nueva Evangelización. No habrá Nueva Evangelización si no centramos mucho más la Eucaristía en nuestra vida, de los sacerdotes y de todos los fieles cristianos”.

El Purpurado indicó que la Iglesia lleva preparándose para la Nueva Evangelización con 10 años enteramente eucarísticos, y subrayó que “no habrá futuro de evangelización sin la Eucaristía en el centro”.

En cuanto a la administración de este Sacramento a los divorciados vueltos a casar, afirmó que las personas en situación irregular “sí pueden participar en la celebración de la Eucaristía, pero no pueden acercarse plenamente, porque no viven la comunión plena con la Iglesia”.

La autoridad vaticana recordó que la comunión en la Eucaristía “significa y realiza precisamente esa comunión plena en la Iglesia”, y en estos casos en estas situaciones que siempre son de dolor, la Iglesia acerca a estar personas “la comunión espiritual, que es el deseo de comunión”.

El Sacramento de la Eucaristía pasa en primer lugar por la Comunión espiritual, que es la forma en la que la persona se une personalmente a Cristo en el momento de la redención del Santo Sacrificio, para después recibir la Comunión Eucarística, en la boca. Según la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio de Juan Pablo II, sin la primera, no puede existir la segunda.

La Iglesia Católica explicó a través de la Congregación de la Doctrina para la Fe en su carta a todos los obispos del mundo de 1994, que los divorciados vueltos a casar no pueden participar de la Comunión, porque el matrimonio "es la imagen de la relación entre Cristo y su Iglesia".

Dentro de este marco, para acercarse a los Sacramentos de la Penitencia y a la Eucaristía, deben resolver la irregularidad matrimonial por el Tribunal de los Procesos Matrimoniales.

Al respecto el Beato Juan Pablo II señaló que la Iglesia espera de estas parejas que participen de la vida de la Iglesia hasta donde les sea posible: la participación de la Misa, la adoración Eucarística, las devociones y la Eucaristía de manera espiritual.

viernes, 26 de octubre de 2012

“La nueva evangelización para la transmisión de la fe”

Hermanos y hermanas:


“Gracia a vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo” (Rm 1, 7). Obispos de todo el mundo, invitados por el Obispo de Roma, el Papa Benedicto XVI, nos hemos reunido para reflexionar juntos sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana” y, antes de volver a nuestras Iglesias particulares, queremos dirigirnos a todos vosotros, para animar y orientar el servicio al Evangelio en los diversos contextos en los que estamos llamados a dar hoy testimonio.

1. Como la samaritana en el pozo

Nos dejamos iluminar por una página del Evangelio: el encuentro de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4, 5-42). No hay hombre o mujer que en su vida, como la mujer de Samaría, no se encuentre junto a un pozo con un cántaro vacío, con la esperanza de saciar el deseo más profundo del corazón, aquel que sólo puede dar significado pleno a la existencia. Hoy son muchos los pozos que se ofrecen a la sed del hombre, pero conviene hacer discernimiento para evitar aguas contaminadas. Es urgente orientar bien la búsqueda, para no caer en desilusiones que pueden ser ruinosas.

Como Jesús, en el pozo de Sicar, también la Iglesia siente el deber de sentarse junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, para hacer presente al Señor en sus vidas, de modo que puedan encontrarlo, porque sólo su Espíritu es el agua que da la vida verdadera y eterna. Sólo Jesús es capaz de leer hasta lo más profundo del corazón y desvelarnos nuestra verdad: “Me ha dicho todo lo que he hecho”, cuenta la mujer a sus vecinos.

Esta palabra de anuncio – a la que se une la pregunta que abre a la fe: “¿Será Él el Cristo?” – muestra que quien ha recibido la vida nueva del encuentro con Jesús, a su vez no puede hacer menos que convertirse en anunciador de verdad y esperanza para con los demás. La pecadora convertida se convierte en mensajera de salvación y conduce a toda la ciudad hacia Jesús. De la acogida del testimonio la gente pasará después a la experiencia directa del encuentro: “Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo”.

2. Una nueva evangelización
Conducir a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo hacia Jesús, al encuentro con Él, es una urgencia que aparece en todas las regiones, tanto las de antigua como las de reciente evangelización. En todos los lugares se siente la necesidad de reavivar una fe que corre el riesgo de apagarse en contextos culturales que obstaculizan su enraizamiento personal, su presencia social, la claridad de sus contenidos y sus frutos coherentes. No se trata de comenzar todo de nuevo, sino – con el ánimo apostólico de Pablo, el cual afirma: “¡Ay de mí si non anuncio el Evangelio!” (1 Cor 9,16) – de insertarse en el largo camino de proclamación del Evangelio que, desde los primeros siglos de la era cristiana hasta el presente, ha recorrido la historia y ha edificado comunidades de creyentes por toda la tierra. Por pequeñas o grandes que sean, éstas son el fruto de la entrega de tantos misioneros y de no pocos mártires, de generaciones de testigos de Jesús, de los cuales guardamos una memoria agradecida.

Los cambios sociales, culturales, económicos, políticos y religiosos nos llaman, sin embargo, a algo nuevo: a vivir de un modo renovado nuestra experiencia comunitaria de fe y el anuncio, mediante una evangelización “nueva en su ardor, en sus métodos, en sus expresiones” (Juan Pablo II, Discurso a la XIX Asamblea del CELAM, Port-au-Prince 9 marzo 1983, n. 3) como dijo Juan Pablo II. Una evangelización dirigida, como nos ha recordado Benedicto XVI, “principalmente a las personas que, habiendo recibido el bautismo, se han alejado de la Iglesia viven sin referencia alguna a la vida cristiana [...], para favorecer en estas personas un nuevo encuentro con el Señor, el único que llena de significado profundo y de paz nuestra existencia; para favorecer el redescubrimiento de la fe, fuente de gracia que lleva consigo alegría y esperanza para la vida personal, familiar y social”. (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la solemne inauguración de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 7 octubre 2012)

3. El encuentro personal con Jesucristo en la Iglesia
Antes de entrar en la cuestión sobre la forma que debe adoptar esta nueva evangelización, sentimos la exigencia de deciros, con profunda convicción, que la fe se decide, sobre todo, en la relación que establecemos con la persona de Jesús, que sale a nuestro encuentro. La obra de la nueva evangelización consiste en proponer de nuevo al corazón y a la mente, no pocas veces distraídos y confusos, de los hombres y mujeres de nuestro tiempo y, sobre todo a nosotros mismos, la belleza y la novedad perenne del encuentro con Cristo. Os invitamos a todos a contemplar el rostro del Señor Jesucristo, a entrar en el misterio de su existencia, entregada por nosotros hasta la cruz, ratificada como don del Padre por su resurrección de entre los muertos y comunicada a nosotros mediante el Espíritu. En la persona de Jesús se revela el misterio de amor de Dios Padre por la entera familia humana. Él no ha querido dejarla a la deriva de su imposible autonomía, sino que la ha unido a sí mismo por medio de una renovada alianza de amor.

La Iglesia es el espacio ofrecido por Cristo en la historia para poderlo encontrar, porque Él le ha entregado su Palabra, el bautismo que nos hace hijos de Dios, su Cuerpo y su Sangre, la gracia del perdón del pecado, sobre todo en el sacramento de la Reconciliación, la experiencia de una comunión que es reflejo mismo del misterio de la Santísima Trinidad y la fuerza del Espíritu que nos mueve a la caridad hacia los demás.

Hemos de constituir comunidades acogedoras, en las cuales todos los marginados se encuentren como en su casa, con experiencias concretas de comunión que, con la fuerza ardiente del amor, -“Mirad como se aman” (Tertulliano, Apologetico, 39, 7) – atraigan la mirada desencantada de la humanidad contemporánea. La belleza de la fe debe resplandecer, en particular, en la sagrada liturgia, sobre todo en la Eucaristía dominical. Justo en las celebraciones litúrgicas la Iglesia muestra su rostro de obra de Dios y hace visible, en las palabras y en los gestos, el significado del Evangelio.

Es nuestra tarea hoy el hacer accesible esta experiencia de Iglesia y multiplicar, por tanto, los pozos a los cuales invitar a los hombres y mujeres sedientos y posibilitar su encuentro con Jesús, ofrecer oasis en los desiertos de la vida. De esto son responsables las comunidades cristianas y, en ellas, cada discípulo del Señor. Cada uno debe dar un testimonio insustituible para que el Evangelio pueda cruzarse con la existencia de tantas personas. Por eso, se nos exige la santidad de vida.

4. Las ocasiones del encuentro con Jesús y la escucha de la Escritura
Algunos preguntarán cómo llevar a cabo todo esto. No se trata de inventar nuevas estrategias, casi como si el Evangelio fuera un producto para poner en el mercado de las religiones sino descubrir los modos mediante los cuales, ante el encuentro con Jesús, las personas se han acercado a Él y por Él se han sentido llamadas y adaptarlos a las condiciones de nuestro tiempo.

Recordamos, por ejemplo, cómo Pedro, Andrés, Santiago y Juan han sido llamados por Jesús en el contexto de su trabajo, cómo Zaqueo ha podido pasar de la simple curiosidad al calor de la mesa compartida con el Maestro, cómo el centurión pide la intervención del Señor ante la enfermedad de una persona cercana, como el ciego de nacimiento lo ha invocado como liberador de su propia marginación, como Marta y María han visto recompensada su hospitalidad con su propia presencia. Podemos continuar aún recorriendo las páginas de los Evangelios y encontrando tantos y tantos modos en los que la vida de las personas se ha abierto, desde diversas condiciones, a la presencia de Cristo. Y lo mismo podemos hacer con todo lo que la Escritura nos dice de la experiencia misionera de los apóstoles en la Iglesia naciente.

La lectura frecuente de la Sagrada Escritura, iluminada por la Tradición de la Iglesia que nos la entrega y la interpreta auténticamente, no sólo es un paso obligado para conocer el contenido mismo del Evangelio, esto es, la persona de Jesús en el contexto de la historia de la salvación, sino que, además, nos ayuda a hallar espacios nuevos de encuentro con Él, nuevas formas de acción verdaderamente evangélicas, enraizadas en las dimensiones fundamentales de la vida humana: la familia, el trabajo, la amistad, la pobreza y las pruebas de la vida, etc.

5. Evangelizarnos a nosotros mismos y disponernos a la conversión

Queremos resaltar que la nueva evangelización se refiere, en primer lugar, a nosotros mismos. En estos días, muchos obispos nos han recordado que, para poder evangelizar el mundo, la Iglesia debe, ante todo, ponerse a la escucha de la Palabra. La invitación a evangelizar se traduce en una llamada a la conversión.

Sentimos sinceramente el deber de convertirnos a la potencia de Cristo, que es capaz de hacer todas las cosas nuevas, sobre todo nuestras pobres personas. Hemos de reconocer con humildad que la miseria, las debilidades de los discípulos de Jesús, especialmente de sus ministros, hacen mella en la credibilidad de la misión. Somos plenamente conscientes, nosotros los Obispos los primeros, de no poder estar nunca a la altura de la llamada del Señor y del Evangelio que nos ha entregado para su anuncio a las gentes. Sabemos que hemos de reconocer humildemente nuestra debilidad ante las heridas de la historia y no dejamos de reconocer nuestros pecados personales. Estamos, además, convencidos de que la fuerza del Espíritu del Señor puede renovar su Iglesia y hacerla de nuevo esplendorosa si nos dejamos transformar por Él. Lo muestra la vida de los santos, cuya memoria y el relato de sus vidas son instrumentos privilegiados de la nueva evangelización.

Si esta renovación fuese confiada a nuestras fuerzas, habría serios motivos de duda, pero en la Iglesia la conversión y la evangelización no tienen como primeros actores a nosotros, pobres hombres, sino al mismo Espíritu del Señor. Aquí está nuestra fuerza y nuestra certeza, que el mal no tendrá jamás la última palabra, ni en la Iglesia ni en la historia: “No se turbe vuestro corazón y no tengáis miedo” (Jn 14, 27), ha dicho Jesús a sus discípulos.

La tarea de la nueva evangelización descansa sobre esta serena certeza. Nosotros confiamos en la inspiración y en la fuerza del Espíritu, que nos enseñará lo que debemos decir y lo que debemos hacer, aún en las circunstancias más difíciles. Es nuestro deber, por eso, vencer el miedo con la fe, el cansancio con la esperanza, la indiferencia con el amor.

6. Reconocer en el mundo de hoy nuevas oportunidades de evangelización
Este sereno coraje sostiene también nuestra mirada sobre el mundo contemporáneo. No nos sentimos atemorizados por las condiciones del tiempo en que vivimos. Nuestro mundo está lleno de contradicciones y de desafíos, pero sigue siendo creación de Dios, y aunque herido por el mal, siempre es objeto de su amor y terreno suyo, en el que puede ser resembrada la semilla de la Palabra para que vuelva a dar fruto.

No hay lugar para el pesimismo en las mentes y en los corazones de aquellos que saben que su Señor ha vencido a la muerte y que su Espíritu actúa con fuerza en la historia. Con humildad, pero también con decisión – aquella que viene de la certeza de que la verdad siempre vence – nos acercamos a este mundo y queremos ver en él una invitación del Resucitado a ser testigos de su nombre. Nuestra Iglesia está viva y afronta los desafíos de la historia con la fortaleza de la fe y del testimonio de tantos hijos suyos.

Sabemos que en el mundo debemos afrontar una batalla contra “los Principados y las Potencias” y “los espíritus del mal” (Ef 6,12). No ocultamos los problemas que tales desafíos suponen, pero no nos atemorizan. Esto lo señalamos especialmente ante los fenómenos de globalización, que deben ser para nosotros oportunidad para extender la presencia del Evangelio.

También las migraciones -aún con el peso del sufrimiento que conllevan, y con las que queremos estar sinceramente cercanos, con la acogida propia de los hermanos- son ocasiones, como ha sucedido en el pasado, de difusión de la fe y de comunión en todas sus formas. La secularización y la crisis del primado de la política y del Estado piden a la Iglesia repensar su propia presencia en la sociedad, sin renunciar a ella. Las muchas y siempre nuevas formas de pobreza abren espacios inéditos al servicio de la caridad: la proclamación del Evangelio compromete a la Iglesia a estar al lado de los pobres y compartir con ellos sus sufrimientos, como lo hacía Jesús. También en las formas más ásperas de ateísmo y agnosticismo podemos reconocer, aún en modos contradictorios, no un vacío, sino una nostalgia, una espera que requiere una respuesta adecuada.

Frente a los interrogantes que las culturas dominantes plantean a la fe y a la Iglesia, renovamos nuestra fe en el Señor, ciertos de que también en estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre. No somos nosotros quienes para conducir la obra de la evangelización, sino Dios. Como nos ha recordado el Papa: “La primera palabra, la iniciativa verdadera, la actividad verdadera viene de Dios y sólo introduciéndonos en esta iniciativa divina, sólo implorando esta iniciativa divina, podemos nosotros también llegar a ser –con él y en él- evangelizadores”. (Benedicto XVI, Meditación de la primera congregación general de la XIII Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, Roma 8 octubre 2012)

7. Evangelización, familia y vida consagrada
Desde la primera evangelización la transmisión de la fe, en el transcurso de las generaciones, ha encontrado un lugar natural en la familia. En ella – con un rol muy significativo desarrollado por las mujeres, sin que con esto queramos disminuir la figura paterna y su responsabilidad – los signos de la fe, la comunicación de las primeras verdades, la educación en la oración, el testimonio de los frutos del amor, han sido infundidos en la vida de los niños y adolescentes en el contexto del cuidado que toda familia reserva al crecimiento de sus pequeños. A pesar de la diversidad de las situaciones geográficas, culturales y sociales, todos los obispos del Sínodo han confirmado este papel esencial de la familia en la transmisión de la fe. No se puede pensar en una nueva evangelización sin sentirnos responsables del anuncio del Evangelio a las familias y sin ayudarles en la tarea educativa.


No escondemos el hecho de que hoy la familia, que se constituye con el matrimonio de un hombre y una mujer que los hace “una sola carne” (Mt 19,6) abierta a la vida, está atravesada por todas partes por factores de crisis, rodeada de modelos de vida que la penalizan, olvidada de las políticas de la sociedad, de la cual es célula fundamental, no siempre respetada en sus ritmos ni sostenida en sus esfuerzos por las propias comunidades eclesiales. Precisamente por esto, nos vemos impulsados a afirmar que tenemos que desarrollar un especial cuidado por la familia y por su misión en la sociedad y en la Iglesia, creando itinerarios específicos de acompañamiento antes y después del matrimonio. Queremos expresar nuestra gratitud a tantos esposos y familias cristianas que con su testimonio continúan mostrando al mundo una experiencia de comunión y de servicio que es semilla de una sociedad más fraterna y pacífica.



Nuestra reflexión se ha dirigido también a las situaciones familiares y de convivencia en las que no se muestra la imagen de unidad y de amor para toda la vida que el Señor nos ha enseñado. Hay parejas que conviven sin el vínculo sacramental del matrimonio; se extienden situaciones familiares irregulares construidas sobre el fracaso de matrimonios anteriores: acontecimientos dolorosos que repercuten incluso sobre la educación en la fe de los hijos. A todos ellos les queremos decir que el amor de Dios no abandona a nadie, que la Iglesia los ama y es una casa acogedora con todos, que siguen siendo miembros de la Iglesia, aunque no puedan recibir la absolución sacramental ni la Eucaristía. Que las comunidades católicas estén abiertas a acompañar a cuantos viven estas situaciones y favorezcan caminos de conversión y de reconciliación.



La vida familiar es el primer lugar en el cual el Evangelio se encuentra con la vida ordinaria y muestra su capacidad de transformar las condiciones fundamentales de la existencia en el horizonte del amor. Pero no menos importante es, para el testimonio de la Iglesia, mostrar como esta vida en el tiempo se abre a una plenitud que va más allá de la historia de los hombres y que conduce a la comunión eterna con Dios. Jesús no se presenta a la mujer samaritana simplemente como aquel que da la vida sino como el que da la “vida eterna” (Jn 4, 14). El don de Dios que la fe hace presente, no es simplemente la promesa de unas mejores condiciones de vida en este mundo, sino el anuncio de que el sentido último de nuestra vida va más allá de este mundo y se encuentra en aquella comunión plena con Dios que esperamos en el final de los tiempos.

De este sentido de la vida humana más allá de lo terrenal son particulares testigos en la Iglesia y en el mundo cuantos el Señor ha llamado a la vida consagrada, una vida que, precisamente porque está dedicada totalmente a él, en el ejercicio de la pobreza, la castidad y la obediencia, es el signo de un mundo futuro que relativiza cualquier bien de este mundo. Que de la Asamblea del Sínodo de los Obispos llegue a estos hermanos y hermanas nuestros la gratitud por su fidelidad a la llamada del Señor y por la contribución que han hecho y hacen a la misión de la Iglesia, la exhortación a la esperanza en situaciones nada fáciles para ellos en estos tiempos de cambio y la invitación a reafirmarse como testigos y promotores de nueva evangelización en los varios ámbitos de la vida en que los carismas de cada instituto los sitúa.

8. La comunidad eclesial y los diversos agentes de la evangelización

La obra de la evangelización no es labor exclusiva de alguien en la Iglesia sino del conjunto de las comunidades eclesiales, donde se tiene acceso a la plenitud de los instumentos del encuentro con Jesús: la Palabra, los sacramentos, la comunión fraterna, el servicio de la caridad, la misión.

En esta perspectiva emerge sobre todo el papel de la parroquia como presencia de la Iglesia en el territorio en el que viven los hombres, “fuente de la villa”, como le gustaba llamarla a Juan XXIII, en la que todos pueden beber encontrando la frescura del Evangelio. Su función permanece imprescindible, aunque las condiciones particulares pueden requerir una articulación en pequeñas comunidades o vínculos de colaboración en contextos más amplios. Sentimos, ahora, el deber de exhortar a nuestras parroquias a unir a la tradicional cura pastoral del Pueblo de Dios las nuevas formas de misión que requiere la nueva evangelización. Éstas, deben alcanzar también a las variadas formas de piedad popular.

En la parroquia continúa siendo decisivo el ministerio del sacerdote, padre y pastor de su pueblo. A todos los presbíteros, los obispos de esta Asamblea sinodal expresan gratitud y cercanía fraterna por su no fácil tarea y les invitamos a unirse cada vez más al presbiterio diocesano, a una vida espiritual cada vez más intensa y a una formación permanente que los haga capaces de afrontar los cambios sociales.

Junto a los sacerdotes reconocemos la presencia de los diáconos así como la acción pastoral de los catequistas y de tantas figuras ministeriales y de animación en el campo del anuncio y de la catequesis, de la vida litúrgica, del servicio caritativo, así como las diversas formas de participación y de corresponsabilidad de parte de los fieles, hombres y mujeres, cuya dedicación en los diversos servicios de nuestras comunidades no será nunca suficientemente reconocida. También a todos ellos les pedimos que orienten su presencia y su servicio en la Iglesia en la óptica de la nueva evangelización, cuidando su propia formación humana y cristiana, el conocimiento de la fe y la sensibilidad a los fenómenos culturales actuales.

Mirando a los laicos, una palabra específica se dirige a las varias formas de asociación, antiguas y nuevas, junto con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Todas ellas son expresiones de la riqueza de los dones que el Espíritu entrega a la Iglesia. También a estas formas de vida y compromiso en la Iglesia expresamos nuestra gratitud, exhortándoles a la fidelidad al propio carisma y a la plena comunión eclesial, de modo especial en el ámbito de las Iglesias particulares.

Dar testimonio del Evangelio no es privilegio exclusivo de nadie. Reconocemos con gozo la presencia de tantos hombres y mujeres que con su vida son signos del Evangelio en medio del mundo. Lo reconocemos también en tantos de nuestros hermanos y hermanas cristianos con los cuales la unidad no es todavía perfecta, aunque han sido marcados con el bautismo del Señor y son sus anunciadores. En estos días nos ha conmovido la experiencia de escuchar las voces de tantos responsables de Iglesias y Comunidades eclesiales que nos han dado testimonio de su sed de Cristo y de su dedicación al anuncio del Evangelio, convencidos también ellos de que el mundo tiene necesidad de una nueva evangelización. Estamos agradecidos al Señor por esta unidad en la exigencia de la misión.

9. Para que los jóvenes puedan encontrarse con Cristo

Nos sentimos cercanos a los jóvenes de un modo muy especial, porque son parte relevante del presente y del futuro de la humanidad y de la Iglesia. La mirada de los obispos hacia ellos es todo menos pesimista. Preocupada, sí, pero no pesimista. Preocupada porque justo sobre ellos vienen a confluir los embates más agresivos de estos tiempos; no pesimista, sin embargo, sobre todo porque, lo resaltamos, el amor de Cristo es quien mueve lo profundo de la historia y además, porque descubrimos en nuestros jóvenes aspiraciones profundas de autenticidad, de verdad, de libertad, de generosidad, de las cuales estamos convencidos que sólo Cristo puede ser respuesta capaz de saciarlos.

Queremos ayudarles en su búsqueda e invitamos a nuestras comunidades a que, sin reservas, entren en una dinámica de escucha, de diálogo y de propuestas valientes ante la difícil condición juvenil. Para aprovechar y no apagar la potencia de su entusiasmo. Y para sostener en su favor la justa batalla contra los lugares comunes y las especulaciones interesadas de las fuerzas de este mundo, esforzadas en disipar sus energías y a agotarlas en su propio interés, suprimiendo en ellos cualquier memoria agradecida por el pasado y cualquier planteamiento serio por el futuro.

La nueva evangelización tiene un campo particularmente arduo pero al mismo tiempo apasionante en el mundo de los jóvenes, como muestran no pocas experiencias, desde las más multitudinarias como las Jornadas Mundiales de la Juventud, a aquellas más escondidas pero no menos importantes, como las numerosas y diversas experiencias de espiritualidad, servicio y misión. A los jóvenes les reconocemos un rol activo en la obra de la evangelización, sobre todo en sus ambientes.

10. El Evangelio en diálogo con la cultura y la experiencia humana y con las religiones
La nueva evangelización tiene su centro en Cristo y en la atención a la persona humana, para hacer posible el encuentro con él. Pero su horizonte es tan ancho como el mundo y no se cierra a ninguna experiencia del hombre. Eso significa que ella cultiva, con particular atención, el diálogo con las culturas, con la confianza de poder encontrar en todas ellas las “semillas del Verbo” de las que hablaban los Santos Padres. En particular, la nueva evangelización tiene necesidad de una renovada alianza entre fe y razón, con la convicción de que la fe tiene recursos suficientes para acoger los frutos de una sana razón abierta a la trascendencia y tiene, al mismo tiempo, la fuerza de sanar los límites y las contradicciones en las que la razón puede tropezar. La fe no deja de contemplar los lacerantes interrogantes que supone la presencia del mal en la vida y la historia de los hombres, encontrando la luz de su esperanza en la Pascua de Cristo.

El encuentro entre fe y razón nutre el esfuerzo de la comunidad cristiana en el mundo de la educación y la cultura. Un lugar especial en este campo lo ocupan las instituciones educativas y de investigación: escuelas y universidades. Donde se desarrolla el conocimiento sobre el hombre y se da una acción educativa, la Iglesia se ve impulsada a testimoniar su propia experiencia y a contribuir a una formación integral de la persona. En este ámbito merecen una atención especial las escuelas y universidades católicas, en las que la apertura a la trascendencia, propia de todo itinerario cultural sincero y educativo, debe completarse con caminos de encuentro con la persona de Jesucristo y de su Iglesia. Vaya la gratitud de los obispos a todos los que, en condiciones muchas veces difíciles, desempeñan esta tarea.

La evangelización exige que se preste gran atención al mundo de las comunicaciones sociales, que son un camino, especialmente en el caso de los nuevos medios, en el que se cruzan tantas vidas, tantos interrogantes y tantas expectativas. Son el lugar donde en muchas ocasiones se forman las conciencias y se muestran los hechos de la propia vida y deben ser una oportunidad nueva para llegar al corazón de los hombres.

Un particular ámbito de encuentro entre fe y razón se da hoy en el diálogo con el conocimiento científico. Éste, por otro lado, no se encuentra lejos de la fe, siendo manifestación de aquel principio espiritual que Dios ha puesto en sus criaturas y que les permite comprender las estructuras racionales que se encuentran en la base de la creación. Cuando la ciencia y la técnica no presumen de encerrar la concepción del hombre y del mundo en un árido materialismo se convierten, entonces, en un precioso aliado para el desarrollo de la humanización de la vida. También a los responsables de esta delicada tarea se dirige nuestro agradecimiento.

Queremos, además, agradecer su esfuerzo a los hombres y mujeres que se dedican a otra expresión del genio humano: el arte en sus varias formas, desde las más antiguas a las más recientes. En sus obras, en cuanto tienden a dar forma a la tensión del hombre hacia la belleza, reconocemos un modo particularmente significativo de expresión de la espiritualidad. Estamos especialmente agradecidos cuando sus bellas creaciones nos ayudan a hacer evidente la belleza del rostro de Dios y de sus criaturas. La vía de la belleza es un camino particularmente eficaz de la nueva evangelización.

Más allá del arte, toda obra del hombre es un espacio en el que, mediante el trabajo, él se hace cooperador de la creación divina. Al mundo de la economía y del trabajo queremos recordar como de la luz del Evangelio surgen algunas llamadas urgentes: liberar el trabajo de aquellas condiciones que no pocas veces lo transforman en un peso insoportable con una perspectiva incierta, amenazada por el desempleo, especialmente entre los jóvenes, poner a la persona humana en el centro del desarrollo económico y pensar este mismo desarrollo como una ocasión de crecimiento de la humanidad en justicia y unidad. El hombre, a través del trabajo con el que transforma el mundo, está llamado a salvaguardar el rostro que Dios ha querido dar a su creación, también por responsabilidad hacia las generaciones venideras.

El Evangelio ilumina también las situaciones de sufrimiento en la enfermedad. En ellas, los cristianos están llamados a mostrar la cercanía de la Iglesia para con los enfermos y discapacitados y con los que con profesionalidad y humanidad trabajan por su salud.

Un ámbito en el que la luz de Evangelio puede y debe iluminar los pasos de la humanidad es el de la vida política, a la cual se le pide un compromiso de cuidado desinteresado y transparente por el bien común, desde el respeto total a la dignidad de la persona humana desde su concepción hasta su fin natural, de la familia fundada sobre el matrimonio de un hombre y una mujer, de la libertad educativa, en la promoción de la libertad religiosa, en la eliminación de las injusticias, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia, el racismo, el hambre y la guerra. A los políticos cristianos que viven el precepto de la caridad se les pide un testimonio claro y transparente en el ejercicio de sus responsabilidades.

El diálogo de la Iglesia tiene su natural destinatario, finalmente, en los seguidores de las religiones. Si evangelizamos es porque estamos convencidos de la verdad de Cristo, y no porque estemos contra nadie. El Evangelio de Jesús es paz y alegría y sus discípulos se alegran de reconocer cuanto de bueno y verdadero el espíritu religioso humano ha sabido descubrir en el mundo creado por Dios y ha expresado en las diferentes religiones.

El diálogo con los creyentes de las diversas religiones quiere ser una contribución a la paz, rechaza todo fundamentalismo y denuncia cualquier violencia que se produce contra los creyentes y las graves violaciones de los derechos humanos. Las Iglesias de todo el mundo son cercanas desde la oración y la fraternidad a los hermanos que sufren y piden a quienes tienen en sus manos los destinos de los pueblos que salvaguarden el derecho de todos a la libre elección, confesión y testimonio de la propia fe.

11. En el año de la fe, la memoria del Concilio Vaticano II y la referencia al Catecismo de la Iglesia Católica
En el camino abierto por la nueva evangelización podremos sentirnos a veces como en un desierto, en medio de peligros y privados de referencias. El Santo Padre Benedicto XVI, en la homilía de la Misa de apertura del Año de la fe, ha hablado de una “desertificación espiritual” que ha avanzado en estos últimos decenios, pero él mismo nos ha dado fuerza afirmando que “a partir de esta experiencia de desierto, de este vacío, podemos nuevamente descubrir la alegría del creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se descubre el valor de aquello que es esencial para vivir” (Benedicto XVI, Homilía en la celebración eucarística para la apertura del Año de la fe, Roma 11 octubre 2012). En el desierto, como la mujer la samaritana, se va en busca de agua y de un pozo del que sacarla: ¡dichoso el que en él encuentra a Cristo!

Agradecemos al Santo Padre por el don del Año de la Fe, preciosa entrada en el itinerario de la nueva evangelización. Le damos las gracias también por haber unido este Año a la memoria gozosa por los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, cuyo magisterio fundamental para nuestro tiempo se refleja en el Catecismo de la Iglesia Católica, propuesto, a los veinte años de su publicación, como referencia segura de la fe. Son aniversarios importantes que nos permiten reafirmar nuestra plena adhesión a las enseñanzas del Concilio y nuestro convencido esfuerzo en continuar su puesta en marcha.

12. Contemplando el misterio y cercanos a los pobres
En esta óptica queremos indicar a todos los fieles dos expresiones de la vida de la fe que nos parecen de especial relevancia para incluirlas en la nueva evangelización. El primero está constituido por el don y la experiencia de la contemplación.

Sólo desde una mirada adorante al misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, sólo desde la profundidad de un silencio que se pone como seno que acoge la única Palabra que salva, puede desarrollarse un testimonio creíble para el mundo. Sólo este silencio orante puede impedir que la palabra de la salvación se confunda en el mundo con los ruidos que lo invaden.Vuelve de nuevo a nuestros labios la palabra de agradecimiento, ahora dirigida a cuantos, hombres y mujeres, dedican su vida, en los monasterios y conventos, a la oración contemplativa. Necesitamos que momentos de contemplación se entrecrucen con la vida ordinaria de la gente. Lugares del espíritu y del territorio que son una llamada hacia Dios; santuarios interiores y templos de piedra que son cruce obligado por el flujo de experiencias que en ellos se suceden y en los cuales todos podemos sentirnos acogidos, incluso aquellos que no saben todavía lo que buscan.

El otro símbolo de autenticidad de la nueva evangelización tiene el rostro del pobre. Estar cercano a quien está al borde del camino de la vida no es sólo ejercicio de solidaridad, sino ante todo un hecho espiritual. Porque en el rostro del pobre resplandece el mismo rostro de Cristo: “Todo aquello que habéis hecho por uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). A los pobres les reconocemos un lugar privilegiado en nuestras comunidades, un puesto que no excluye a nadie, pero que quiere ser un reflejo de como Jesús se ha unido a ellos. La presencia de los pobres en nuestras comunidades es misteriosamente potente: cambia a las personas más que un discurso, enseña fidelidad, hace entender la fragilidad de la vida, exige oración; en definitiva, conduce a Cristo.


El gesto de la caridad, al mismo tiempo, debe ser acompañado por el compromiso con la justicia, con una llamada que se realiza a todos, ricos y pobres. Por eso es necesaria la introducción de la doctrina social de la Iglesia en los itinerarios de la nueva evangelización y cuidar la formación de los cristianos que trabajan al servicio de la convivencia humana desde la vida social y política.

13. Una palabra a las Iglesias de las diversas regiones del mundo
La mirada de los obispos reunidos en Asamblea sinodal abraza a todas las comunidades eclesiales presentes en todo el mundo. Una mirada de unidad, porque única es la llamada al encuentro con Cristo, pero sin olvidar la diversidad.

Una consideración particular, llena de afecto y gratitud, reservamos los obispos reunidos en el Sínodo a vosotros, cristianos de las Iglesias Orientales Católicas, herederos de la primera difusión del Evangelio, experiencia custodiada por vosotros con amor y fidelidad y a vosotros, cristianos presentes en el Este de Europa. Hoy el Evangelio se os repropone como nueva evangelización a través de la vida litúrgica, la catequesis, la oración familiar diaria, el ayuno, la solidaridad entre las familias, la participación de los laicos en la vida de la comunidad y al diálogo con la sociedad. En no pocos lugares vuestras Iglesias son sometidas a prueba y tribulaciones que dan testimonio de vuestra participación en la cruz de Cristo; algunos fieles están obligados a emigrar y, manteniendo viva la pertenencia a sus propias comunidades de origen, pueden contribuir a la tarea pastoral y a la obra de la evangelización en los países de acogida. El Señor continúe bendiciendo vuestra fidelidad y que sobre vuestro futuro brillen horizontes de firme confesión y práctica de la fe en condiciones de paz y de libertad religiosa.

Nos dirigimos a vosotros, hombres y mujeres, que vivís en los países de África y resaltamos nuestra gratitud por el testimonio que ofrecéis del Evangelio muchas veces en situaciones humanas muy difíciles. Os exhortamos a relanzar la evangelización recibida en tiempos aún recientes, a edificaros como Iglesia “familia de Dios”, a reforzar la identidad de la familia y a sostener la labor de los sacerdotes y catequistas, especialmente en las pequeñas comunidades cristianas. Afirmamos, por otra parte, la exigencia de desarrollar el encuentro del Evangelio con las antiguas y nuevas culturas. Dirigimos una llamada de atención al mundo de la política y a los gobiernos de los diversos países africanos para que, con la colaboración de todos los hombres de buena voluntad, se promuevan los derechos humanos fundamentales y el continente sea liberados de la violencia y los conflictos que lo atormentan.

Los obispos de la Asamblea sinodal os invitan a los cristianos de Norteamérica a responder con gozo a la llamada de la nueva evangelización, mientras admiramos como en vuestra joven historia vuestras comunidades cristianas han dado frutos generosos de fe, caridad y misión. También conviene reconocer que muchas de las expresiones de la cultura de vuestra sociedad están lejos del Evangelio. Se hace, pues, necesario una invitación a la conversión, de la que nace un compromiso que no os coloca fuera de vuestra cultura, sino que os llama a ofrecer a todos la luz de la fe y la fuerza de la vida. Mientras acogéis en vuestras generosas tierras a nueva población de inmigrantes y refugiados, estad dispuestos a abrir las puertas de vuestras casas a la fe. Fieles a los compromisos adquiridos en la Asamblea sinodal para América, sed solidarios con la América Latina en la permanente tarea de evangelización de vuestro continente.

El mismo sentimiento de gratitud dirige la Asamblea del Sínodo a las Iglesia de América Latina y el Caribe. Nos llama la atención en particular cómo se han desarrollado a través de los siglos en vuestro países formas de piedad popular fuertemente enraizadas en los corazones de tantos de vosotros, formas de servicio en la caridad y de diálogo con las culturas. Ahora, frente a los desafíos del presente, sobre todo la pobreza y la violencia, la Iglesia en Latinoamérica y en el Caribe es exhortada a vivir en un estado permanente de misión, anunciando el Evangelio con esperanza y alegría, formando comunidades de verdaderos discípulos misioneros de Jesucristo, mostrando con vuestro testimonio como el Evangelio es fuente de una sociedad justa y fraterna. También el pluralismo religioso interroga a vuestras Iglesias y les exige un renovado anuncio del Evangelio.

También a vosotros, cristianos de Asia sentimos la necesidad de dirigiros una palabra de fortalecimiento y exhortación. Vuestra presencia, a pesar de ser una pequeña minoría en el continente en el que viven casi dos tercios de la población mundial, es una semilla profunda, confiada a la fuerza del Espíritu, que crece en el diálogo con las diversas culturas, con las antiguas religiones y con tantos pobres. Aunque a veces está situada al margen de la vida social y en diversos lugares incluso perseguida, la Iglesia de Asia, con su fe fuerte, es una presencia preciosa del Evangelio de Cristo que anuncia justicia, vida y armonía. Cristianos de Asia, sentid la cercanía fraterna de los cristianos de los demás países del mundo, los cuales no pueden olvidar que en vuestro continente, en la Tierra Santa, nació, vivió, murió y resucitó el mismo Jesús.

Una palabra de reconocimiento y de esperanza queremos dirigir los obispos a las Iglesias del continente europeo, hoy en parte marcado por una fuerte secularización, a veces agresiva, y todavía hoy herido por los largos decenios de gobiernos marcados por ideologías enemigas de Dios y del hombre. Reconocemos vuestro pasado y también vuestro presente, en el cual el Evangelio ha creado en Europa certezas y experiencias de fe concretas y decisivas para la evangelización del mundo entero, muchas veces rebosantes de santidad: riqueza del pensamiento teológico, variedad de expresiones carismáticas, formas variadas al servicio de la caridad con los pobres, profundas experiencias contemplativas, creación de una cultura humanística que ha contribuido a dar rostro a la dignidad de la persona y a la construcción del bien común. Las dificultades del presente no os pueden dejar abatidos, queridos cristianos europeos: éstas os deben desafiar a un anuncio más gozoso y vivo de Cristo y de su Evangelio de vida.

Los obispos de la Asamblea sinodal saludan, finalmente, a los pueblos de Oceanía, que viven bajo la protección de la Cruz del Sur, y les damos gracias por el testimonio del Evangelio de Jesús. Nuestra plegaria por vosotros es para que, como la mujer samaritana en el pozo, también vosotros sintáis viva la sed de una vida nueva y podáis escuchar la Palabra de Jesús que dice: “¡Si conocieras el don de Dios!” (Jn 4, 10). Comprometeos a predicar el Evangelio y a dar a conocer a Jesús en el mundo de hoy. Os exhortamos a encontrarlo en vuestra vida cotidiana, a escucharle y a descubrir, mediante la oración y la meditación, la gracia de poder decir: “Sabemos que este es verdaderamente el salvador del mundo” (Jn 4, 42).


14. La estrella de María ilumina el desierto
A punto de finalizar esta experiencia de comunión entre los obispos de todo el mundo y de colaboración con el ministerio del Sucesor de Pedro, sentimos resonar en nosotros el mandato de Jesús a sus apóstoles: “Id y haced discípulos de todos los pueblo [...]. Sabed que yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20). La misión de la Iglesia no se dirige a un territorio en concreto, sino que sale al encuentro de la pliegues más oscuros del corazón de nuestros contemporáneos, para llevarlos al encuentro con Jesús, el Viviente que se hace presente en nuestras comunidades.

Esta presencia llena de gozo nuestros corazones. Agradecidos por el don recibido de él en estos días le dirigimos nuestro canto de alabanza: “Proclama mi alma la grandeza del Señor [...] Ha hecho obras grandes por mí” (Lc 1, 46.49). Las palabras de María son también las nuestras: el Señor ha hecho realmente grandes cosas a través de los siglos por su Iglesia en los diversos rincones del mundo y nosotros lo alabamos, con la certeza de que no dejará de mirar nuestra pobreza para desplegar la potencia de su brazo incluso en nuestros días y sostenernos en el camino de la nueva evangelización.

La figura de María nos orienta en el camino. Este camino, como nos ha dicho Benedicto XVI, podrá parecer una ruta en el desierto; sabemos que tenemos que recorrerlo llevando con nosotros lo esencial: el don del Espíritu Santo, la cercanía de Jesús, la verdad de su Palabra, el pan eucarístico que nos alimenta, la fraternidad de la comunión eclesial y el impulso de la caridad. Es el agua del pozo la que hace florecer el desierto y como en la noche en el desierto las estrellas se hacen más brillantes, así en el cielo de nuestro camino resplandece con vigor la luz de María, la Estrella de la nueva evangelización a quien, confiados, nos encomendamos.


Malala volverá a levantarse tras el atentado que unió a Pakistán

BIRMINGHAM, 26 Oct. 12 / 04:52 pm (ACI/Europa Press).- El padre de Malala Yousufzai, la activista pakistaní de 15 años a la que los talibanes trataron de asesinar, aseguró este viernes que su hija "volverá a levantarse" y que tras el atentado sufrido por la pequeña, la sociedad pakistaní se ha unido para conseguir un cambio.


Malala, que recibió varios disparos cuando regresaba a casa de la escuela el pasado 9 de octubre en Mingora, en el valle del Swat (noroeste de Pakistán), fue trasladada a la ciudad británica para recibir tratamiento por las heridas sufridas.
Su padre Ziauddin Yousufzai, y otros miembros de su familia llegaron este jueves al Reino Unido para visitarla y ayudarla en su recuperación. "Para nosotros es un milagro (...) estaba en unas condiciones muy malas", reconoció a los periodistas.

"Querían matarla. Pero solo se ha caído durante un tiempo. Volverá a levantarse, volverá a defenderse", aseguró el padre con la voz quebrada.

"Está mejorando a una velocidad esperanzadora", señaló el progenitor de la pequeña, conocida en su país por hacer campaña a favor de la asistencia de las niñas a la escuela y que durante el control de los talibanes del valle del Swat en 2009 elaboró un diario para la BBC relatando los abusos cometidos por estos.

"Cuando cayó, Pakistán permaneció quieto. Esto supone un cambio de rumbo", afirmó Yousufzai. "Por primera vez en Pakistán, todos los partidos políticos, el Gobierno, los niños, los mayores, estaban llorando y rezando a Dios", indicó.

El director médico del hospital, Dave Rosser, ha explicado que en unos meses se habrá recuperado del todo para poder volver a Pakistán. "Está completamente segura de que seguirá con sus estudios", indicó Rosser. De momento, no está claro si la familia volverá a su país de origen.

El padre ha explicado que lloró cuando el jueves volvió a reunirse con su hija Malala y que ésta le ha pedido que le traiga los libros del colegio para seguir estudiando en el hospital. "Estamos muy contentos (...) rezo por ella", añadió.

martes, 23 de octubre de 2012

Llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano...

“El bautizado ya es santo, pues el bautismo lo une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo debe llegar a serlo, conformándose a él cada vez más íntimamente. A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos, en realidad llegar a ser santo es la tarea de todo cristiano”, dice monseñor Santiago Olivera, obispo de Cruz del Eje y delegado episcopal para las causas de los santos en la Argentina, en una nota preparatoria para la Jornada Nacional por la santificación que se celebrará en todo el país el 1º de noviembre, solemnidad de Todos los Santos.


La celebración, establecida por la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), se titula “Jornada Nacional de oración por la santificación del pueblo argentino y la glorificación de sus siervos de Dios”.

Citando al beato Juan Pablo II y a San Pablo, monseñor Olivera dice que “todos los seres humanos estamos llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en la ‘semejanza’ a él según la cual hemos sido creados”.

“Por eso -añade- celebrar la Jornada Nacional de oración por la santificación del pueblo cristiano nos invita a renovar nuestra común vocación, nos invita a renovar y responder a la vocación a la santidad”, porque “la santidad supone vivir en la sencillez de lo cotidiano la fe, la esperanza y la caridad. Ahí está todo”.

Recordó una expresión de Benedicto XVI cuando dijo que "a menudo seguimos pensando que la santidad es una meta reservada a pocos elegidos. Sin embargo, la santidad, la plenitud de la vida cristiana, no consiste en llevar a cabo hazañas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en hacer nuestras sus actitudes, su comportamiento. El Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia, habla con claridad sobre la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido".

“Es muy importante tener esto muy claro -señala la nota del delegado para las casusas de los santos-, la santidad no es para unos pocos, ni para unos genios, es para todos. El Concilio Vaticano II, dijo Benedicto XVI, nos da una indicación clara; nos dice que la santidad cristiana no es más que la caridad plenamente vivida". Pero para que la caridad "como una buena semilla, crezca en el alma y dé frutos, los fieles deben escuchar de buen grado la palabra de Dios y, con la ayuda de su gracia, cumplir con obras su voluntad, participando con frecuencia en los sacramentos, especialmente la Eucaristía, aplicarse a la oración, a la entrega de sí en el servicio de los hermanos y al ejercicio de todas las virtudes. Por lo tanto, el verdadero discípulo de Cristo se caracteriza por la caridad, sea hacia Dios como hacia el prójimo". Ser santos es vivir en familiaridad con Dios.

“Esta nueva Jornada -concluye monseñor Olivera-, nos da una nueva oportunidad para reflexionar sobre la santidad y para renovar en todos el compromiso de oración pidiendo la gracia de la santidad en nosotros ya que la oración nos recuerda constantemente la primacía de Cristo, la primacía de la vida interior y de la santidad.

Por los siervos de Dios de la Argentina

La Jornada del 1º de noviembre está dedicada también para rezar por la glorificación de los Siervos de Dios de nuestro país. “También rezamos -dice la nota preparatoria de la Jornada- para que tantos beatos, siervos de Dios y venerables de nuestra Patria sean presentados por la Iglesia como modelos concretos de santidad, porque ellos son Amigos de Jesús. ¡Testigos de la fe! De un modo especial este año lo hacemos dando gracias por la Hermana del Huerto, Crescencia Pérez, cuya beatificación se llevará a cabo en la ciudad de Pergamino, el sábado 17 de noviembre próximo, con la presencia, en representación del papa Benedicto XVI del cardenal Angelo Amato SDB, prefecto de la Congregación vaticana para las Causas de los Santos.

Preparación de la Jornada : Además del subsidio para una catequesis sobre el tema de la santidad, y con el propósito de motivar la celebración de dicha Jornada, la Delegación Episcopal para las Causas de los Santos ha elaborado unas seria de sugerencias para las parroquias y las comunidades eclesiales, ha distribuido una oración apropiada para ese día y ha hecho imprimir unos carteles y tarjetas con la imagen de los santos, beatos, venerables y siervos de Dios argentinos.

Todo el material puede solicitarse en los respectivos obispados o en la Oficina del Libro de la Conferencia Episcopal Argentina: teléfonos: (011) 4328-0859 / 0993 / 5823; fax: (011) 4328-9570 y 4322-4788; correo electrónico: libro@cea.org.ar

Santos, beatos, venerables y siervos de Dios de la Argentina

El calendario litúrgico de la Argentina incluye un santo: san Héctor Valdivielso Sáez, mártir, cuya celebración litúrgica es el 9 de octubre; 6 beatos, 8 venerables y 30 siervos de Dios. (Entre paréntesis la diócesis donde se inició la causa de beatificación.

Beatos

-Nazaria Ignacia March Mesa, religiosa, beatificada en 1992 (Buenos Aires). Su memoria el 6 de julio.

-María Tránsito de Jesús Sacramentado (Madre Cabanillas), beatificada en 2002 (Córdoba). Se conmemora el 25 de agosto.

-María Ludovica De Angelis, religiosa, beatificada en 2004 (La Plata). Su fiesta el 25 de febrero.

-Artémides Zatti (coadjutor salesiano), beatificado en 2002 (Viedma). Se conmemora el 13 de noviembre.

-Laura Vicuña, laica, beatificada en 1988 (Viedma). Se celebra el 22 de enero.

-Ceferino Namuncurá, laico, beatificado en 2007 (Viedma). Su fiesta el 26 de agosto.

Venerables

•María Antonia de San José.(Paz y Figueroa, Mama Antula) (Buenos Aires).

•Madre Catalina María, religiosa (Córdoba).

•José Gabriel del Rosario Brochero, presbítero (Córdoba-Cruz del Eje).

•José León Torres, religioso mercedario (Córdoba).

•Mamerto Esquiú, franciscano. Obispo (Córdoba).

•Camila Rolón, religiosa (La Plata).

•Eleonora López de Maturana, religiosa (Mercedes-Luján).

•María Crescencia Pérez, religiosa (San Nicolás de los Arroyos).

Siervos de Dios

•Cecilia Perrín de Buide, laica (Bahía Blanca)

•Emanuel Pascual Perrín, laico (Bahía Blanca)

•Luis María Etcheverry Boneo, presbítero (Buenos Aires)

•Antonio Solari, laico (Buenos Aires)

•Alfonso Lambe, laico (Buenos Aires)

•Enrique Shaw, laico (Buenos Aires)

•María Agustina de Jesús, religiosa (Buenos Aires)

•María Benita Arias, religiosa (Buenos Aires)

•María Eufrasia Iaconis, religiosa (Buenos Aires)

•María Mercedes del Niño Jesús Guerra, religiosa (Buenos Aires)

•Mercedes del Carmen Pacheco, religiosa (Buenos Aires)

•Marta María Pereyra Iraola, religiosa (Buenos Aires)

•Isabel Fernández, religiosa (Buenos Aires)

•Pascual Pirozzi, sacerdote Misionero de los Sagrados Corazones (Buenos Aires)

•Leonor de Santa María Ocampo, religiosa (Córdoba)

•Pura Rosa del Carmen Olmos, religiosa (Córdoba)

•Victorina Rivara de Perazzo, laica (Goya)

•María Antonia Cerini, religiosa (Mercedes-Luján)

•Tarcisio Rubín, sacerdote religioso (Jujuy)

•Pedro Ortiz de Zárate, presbítero, y Juan Antonio Solinas, sacerdote jesuita (Mártires de Zenta) (Orán)

•María Lourdes del Santísimo Sacramento, religiosa (Rosario)

•José Gregorio Bunader, laico (Eparquía Maronita)

•José Américo Orzali, obispo (San Juan de Cuyo)

•Mauricio Giménez, sacerdote jesuita (San Miguel)

•José Marcos Figueroa, religioso jesuita (Santa Fe de la Vera Cruz)

•Sofronia Serafina Erdely, religiosa (Eparquía Ucrania)

•Isidoro Ledesma, laico Opus Dei (Madrid)

•José Canovai, presbítero (Roma)

•Eduardo Francisco Pironio, cardenal (Roma)

•Recientemente se abrió la causa de beatificación de Mons. Jorge Gottau, obispo de Añatuya, fallecido en Buenos Aires el 24 de abril de 1994



Oración por la santificación del Pueblo Argentino y la Glorificación de sus Siervos de Dios

Señor, en Ti creemos. Auméntanos la Fe para que podamos vivir siempre conforme al Evangelio.

Señor, por el bautismo nos llamaste a ser santos, danos la gracia de la docilidad para poder responder a nuestra común vocación.

Te pedimos también por aquellos hombres y mujeres, amigos tuyos, que en nuestra tierra han dado frutos evangélicos siendo testigos de la fe.

Completa en ellos tu obra, glorificándolos con la corona de los santos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Padre Nuestro. Ave María y Gloria.


sábado, 20 de octubre de 2012

Fue un regalo de Dios a la Iglesia y todavía no hemos entendido todo lo que nos dijo

ROMA, 20 octubre 2012 (ZENIT.org).- Era el padre conciliar más joven que participó en la cuarta sesión del Concilio Vaticano II, apenas nombrado obispo. Hoy el cardenal Francis Arinze, con 80 años bien llevados, asegura que el Concilio Vaticano II fue una gracia para la Iglesia, sin la cual solo Dios puede saber como habrían ido las cosas.


El planteamiento hacia el mundo que dio la Gaudium et Spes y los otros documentos son los instrumentos que le permitieron a la Iglesia enfrentar el tsunami de la secularización. Lo indicó su excelencia en entrevista exclusiva a ZENIT que les proponemos a continuación, en la que nos habla también sobre si es necesario o no Vaticano III y del sacramento de la reconciliación.

Francis Arinze, nacido en Eziowelle, Nigeria, en 1932, es prefecto emérito de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, de 2002 y 2008. Fue incluso uno de los candidatos barajados en la última elección papal. Nació cuando Nigeria era colonia británica, en la archidiócesis de Onitsha, de la que llegaría a ser arzobispo. Se convirtió al catolicismo de un religión tradicional africana y fue bautizado en su noveno cumpleaños.

Usted fue el obispo más joven del Concilio, ¿verdad?

--Card. Arinze: Participé solamente en la última de las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II, apenas consagrado obispo en agosto de 1965. Para mi fue el inicio, algo que no se puede olvidar. Sabía que la Iglesia era universal, entretanto ver a dos mil y tantos obispos llegados desde todas las partes del mundo, y grandes nombres como Ottaviano, Suenens, Frings, Alfrink, Doepfner, Montini y otros menos conocidos era impresionante. ¿Quién podía saber que el entonces Wojtyla o el joven cardenal Ratzinger habrían sido papas? Si bien Dios lo sabía. Era el más joven, no tenía gran cosa que decir, para mi era importante escuchar a los mayores; además porque en mi cultura africana el joven no tiene que hablar cuando lo hacen los mayores.

¿Cómo ve hoy al Vaticano II con una perspectiva de cincuenta años?

-- Card. Arinze: El Concilio fue un regalo de Dios a toda la Iglesia, un patrimonio inacabado visto que después de cincuenta años no fuimos capaces de entender todo lo que nos dijo.

Poco después del Concilio llega el 68, con la revolución de la Sorbona y el tsunami de la secularización. ¿Qué hubiera sucedido si estos hechos hubieran sucedido sin antes el Concilio Vaticano II?

--Card. Arinze: Sólo Dios sabe qué hubiera pasado. Nosotros podemos quizás intuirlo. Seguramente la Iglesia hubiera tenido fuerte dificultad para vivir con el mundo de hoy. La historia no se detiene, el mundo continúa con lo que tiene de positivo y de negativo. Aquella rebelión de 1968 golpeó a las universidades, pero también a los sacerdotes, los seminarios. No perdonó a nadie. Y fue una prueba dura, también para los padres porque los hijos se rebelaban.

Y el Concilio, cómo ayudó ante este desafío?

-- Card. Arinze: El Concilio Vaticano II dió muchos instrumentos a la Iglesia que ayudaron, no diría a enfrentar, sino más bien a encontrar al mundo de hoy, no como un enemigo, sino como peregrinos que están en la vida. Como se ve en el documento Gaudium et Spes, la Iglesia quiere hacer participar en la esperanza los proyectos del mundo de hoy, aunque por lo que se refiere a los valores, quiere ayudarlo. Nosotros no somos del mundo pero estamos en el mundo. La basílica de san Pedro no es una sacristía que es necesario llenar con todos los cristianos, sino que ellos tienen que estar por todas partes. La Iglesia tienen que encontrar al mundo de hoy, pueblos, idiomas, costumbres, estén o no en línea con el evangelio. Y también a las religiones cristiana, musulmana, budista, etc. Nos ayudó a encontrar al hombre y a los jóvenes y a sus preguntas.

¿Cuál es la mayor dificultad que encuentra el Vaticano II?

--Card. Arinze: La mayor dificultad es que muchos no leen los documentos del Concilio. Hablan porque 'oyeron decir' y se nutren de aquel comentario negativo de alguien, cuando lo que deberían hacer es leer sus documentos. Y vale también para mi que participé a la última sesión cuando la mitad de los documentos ya habían sido finalizados. El gran obstáculo es que algunas personas tienen ideas fijas y han tomado una decisión antes de leer los documentos. Y entonces si no ven aquellas ideas suyas en el Vaticano II quieren un Vaticano III o IV.

¿Y las críticas?

-- Card. Arinze: Están también quienes leen los documentos para buscar algo en concreto, y si ven una línea que dice algo que se parece a sus teorías, entonces paran enseguida de leer por miedo de arruinar sus tesis. Entretanto si uno lee los dieciséis documentos se ve la visión positiva, gozosa, no de Jeremías profeta que se lamenta desde el 1 de enero al 31 de diciembre.

¿Hoy cincuenta años después, el Concilio se ve con más madurez? ¿Es posible que se logre entender mejor?

--Card. Arinze: Sí, es posible, siempre sin embargo que la persona esté serena, no tenga prejuicios, y ni miedo a lo que verdaderamente se dijo. La persona que lee entiende que la Iglesia es divina y humana, con elementos divinos que nunca fallan y elementos humanos que pueden venir a menos. Entonces no pretendamos que el Vaticano II haya resuelto todos los problemas de toda la humanidad. Un día llegará también un Vaticano III. No hay que pensar que sea una Iglesia nueva, diversa de la preconciliar. Es la misma Iglesia que progresa al entender mejor el evangelio y testimoniar a Jesús.

Eminencia ¿Usted a veces no tiene la impresión que quien pide un Vaticano III, en el fondo quiere otra Iglesia?

--Card. Arinze: No podemos no sospechar esto, si bien debemos suponer que la persona que lo propone sea honesta. Aunque me gustaría preguntarle: "¿Ha leído todo el Vaticano II y lo ha digerido? ¿O hay alguna otra cosa que usted quiere y como el Vaticano II no lo dijo, piensa en un Vaticano III? No podemos hacer un concilio cada semana. Además está el Sínodo de los Obispos casi cada tres años.

¿Hay cosas que ni un concilio puede cambiar?

--Card. Arinze: Sí, por ejemplo los diez mandamientos, incluso si se celebraran diez o cuarenta concilios.

¿Sobre el futuro a la luz del Concilio?

--Card. Arinze: El Concilio ha ayudado a la Iglesia a presentarse ante el mundo de hoy, ante la realidad. Encontrar en Cristo la clave para dar testimonio. No somos nosotros quienes inventamos la Iglesia sino Jesús, y el Concilio nos ayuda de maneras diversas a encontrar al otro cristiano que no es católico. Al otro creyente o al no creyente. Esta apertura es valiosísima, sin por esto dudar nunca de nuestra fe. Quien duda de la fe en Cristo ha perdido la identidad cristiana, como un ciudadano que perdió la noción de su país no puede ser embajador.

¿Cuál fue la visión del Concilio sobre María?

--Card. Arinze: Nos orientó muy bien sobre cómo entender mejor a la Madre de Dios, María Santísima, en el contexto de toda la Iglesia y en el contexto de Cristo. Y como madre de Cristo y figura de la Iglesia. Por esto el Concilio no quiso discutir sobre mariología separadamente de la eclesiología. Y dejó claro que no somos nosotros quienes hacemos grande a María, sino que fue Dios quien hizo grandes cosas por Ella. La devoción mariana reconoce esta grandeza ya existente.
Un cristiano que no venera a María Santísima tiene que ser invitado a leer el capítulo VIII de la Lumen Gentium, y si no le basta puede ver Mateo y Lucas, en los dos primeros capítulos, o el capítulo XIX de Juan.
Se ha hablado mucho en el Sínodo sobre la confesión como instrumento de nueva evangelización

--Card. Arinze: ¿Cómo podemos dar testimonio o predicar a Jesús si no nos hemos convertido? Él nos invita: “Conviértanse y crean en el evangelio”, y nos dice: si no hacen penitencia no se salvarán. Entonces no es facultativa. Es el gran sacramento del pueblo de Dios para la reconciliación y la paz.

Ir a confesarse ante Dios no es como ir a hacerlo a un tribunal, en el cual el imputado niega todas las acusaciones, dice que ese día no estaba allí. La confesión no es así. Es decir: “por mi culpa”. No es por culpa del gobierno o de mi suegra. Quien acepta ser culpable acepta cambiar de vida, y vuelve a casa con la paz interior.
Y a veces quien no quiere confesarse después va al psiquiatra o al psicoanalista, paga una buena cantidad y no se lleva el perdón.

viernes, 19 de octubre de 2012

Ley del aborto es una herida para Uruguay

MONTEVIDEO, 18 Oct. 12 / 10:18 pm (ACI/EWTN Noticias).- La Vicaría de Familia y Vida de la Arquidiócesis de Montevideo (Uruguay), señaló que la ley del aborto aprobada por el Senado es una herida para el país, que se enorgullece de haber abolido la pena de muerte, pero que ahora condena a los no nacidos.




“Los diversos eufemismos con los que se disfraza esta ley no quitan nada a la gravedad de lo aprobado. Es un día triste para el Uruguay, un país que fue refugio de tanta gente que vino en busca de nuevas oportunidades, una sociedad donde muchos encontraron motivos para seguir viviendo, hoy niega a otros uruguayos el derecho a vivir. La ley aprobada hoy por el Senado es una herida a la nación”, afirmó en un comunicado.

Asimismo, indicó que esta ley no solo contradice la Constitución y el Pacto de San José de Costa Rica, sino que “es una agresión al ser humano más inocente, y por lo tanto a la sociedad uruguaya en su conjunto y es una ofensa a Dios Creador”.

“La Iglesia comprende el drama que muchas parejas y especialmente muchas mujeres viven frente a un embarazo no deseado, pero siempre ha entendido que esta situación desafía a los mismos involucrados, a las familias, a la sociedad civil y a las autoridades, a buscar soluciones que respeten la vida”, señaló.

En su comunicado, la Vicaría reiteró su confianza en Jesucristo y reafirmó que la Iglesia continuará “mirando con esperanza nuestro futuro, y contribuyendo a la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural”.

sábado, 13 de octubre de 2012

El testimonio de un padre conciliar de 97 años

Obispo italiano Felice Leonardo recuerda los días del Vaticano II

Por Luca Marcolivio

ROMA, sábado 13 octubre 2012 (ZENIT.org) - Monseñor Felice Leonardo, es uno de los obispos italianos que participaron en el Concilio Vaticano II. Con 97 años de edad, el ahora obispo emérito de Cerreto Sannita-Telese-Santa Ágata de Goti, es el más anciano de los que asistieron el jueves a la celebración eucarística en San Pedro por los 50 años de la apertura del Concilio.

Antes de dirigirse a la Audiencia de ayer, y posterior almuerzo del papa con sus selectos invitados, ZENIT conversó con este padre conciliar, quien nos manifestó con humildad de sentirse “honrado” por la entrevista. Así, monseñor Leonardo, más lúcido que nunca y lleno de ironía, nos hizo revivir en una conversación breve y agradable, momentos de su ilustre pasado.

¿Cuál fue su reacción cuando, en 1959, el hoy beato Juan XXIII anunció la convocatoria de un nuevo concilio?

- Monseñor Leonardo: La noticia de la convocatoria a un nuevo Concilio causó sensación porque el Concilio anterior --el Vaticano I--, se había celebrado 90 años antes (1869-70), por lo que ninguno de nosotros tenía experiencia alguna en este sentido.

En lo personal, ¿cómo vivió los años de las sesiones conciliares?

- Monseñor Leonardo: Yo tenía 47 años y era uno de los obispos más jóvenes. Acababa de terminar los estudios, pero eso no me exceptuaba de la reflexión continua y de la relación con los padres conciliares.Todas las tardes, con los otros obispos y los laicos comprometidos, se continuaba la discusión. Lo que se definía o se discutía en la mañana era sometido a una consideración posterior hasta la noche. Había discusión más allá del aula…


Hubo mucho diálogo…

- Monseñor Leonardo: Se pedía y se obtenía la palabra por escrito; llegado el propio turno, el obispo tenía a disposición de 3 a 5 minutos, para expresar fielmente lo que pensaba (en aquel tiempo no se perdían en palabras como hoy...). Se presentaba por escrito la propia intervención, y luego un comité especial revisaba lo que se había dicho y se comparaba con lo que se habría dicho después. En resumen, la discusión era una actividad continua. Cuando llegaba el día de la votación, si yo no tenía algo claro, ¡la noche anterior no podía conciliar el sueño! Además, en ninguna votación se llegaba a la unanimidad. El voto pasaba a la comisión, luego a los tres presidentes, y así sucesivamente.

¿Algún recuerdo en particular o curiosidad de esos tres años?

-Monseñor Leonardo: Se sabía que el Concilio no sería breve, así que nos preparamos para una larga estancia en Roma. Estábamos esparcidos por toda la ciudad: el conocimiento que ya teníamos nos ayudó para alojarnos. Por ejemplo, yo estaba en una institución de religiosas donde residían la mayoría de los sobrevivientes de la China; para mí fue útil conocer la realidad china de la voz de los que lo vivieron. De vez en cuando, sea a través de cartas o con nuestra presencia, volvíamos a nuestras diócesis. Cada semana comunicaba a la diócesis los hechos y las deliberaciones del Concilio.Y cada dos o tres semanas volvía a la diócesis, regresando a Roma con un conductor que, en tres años nunca aprendió el camino a mi alojamiento (risas)...

¿Cuál es la mayor enseñanza que recibió de su participación en el Concilio Vaticano II?

-Monseñor Leonardo: El Concilio nos ha enseñado a pensar y a no creernos "sabios", sino confrontarnos siempre. También he aprendido lo que significa el "diálogo": no es uno que habla y el otro que escucha, sino que todos escuchan y responden, expresando su asentimiento o disentimiento.

¿Cuánto cambió su vida pastoral por este acontecimiento? ¿Qué le puede enseñar a los más jóvenes?

-Monseñor Leonardo: Cambió mi actividad pastoral, mi actitud hacia el clero y los laicos, como la de todos los obispos y sacerdotes…, que han cambiado radicalmente. ¡Hoy en día, ustedes los laicos cuentan mucho más!

jueves, 11 de octubre de 2012

Peregrinar en desiertos del mundo para evangelizar

VATICANO, 11 Oct. 12 / 11:01 am.

Venerables hermanos,

Queridos hermanos y hermanas

Hoy, con gran alegría, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, damos inicio al Año de la fe. Me complace saludar a todos, en particular a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, y a Su Gracia Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury. Un saludo especial a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales.

Para rememorar el Concilio, en el que algunos de los aquí presentes –a los que saludo con particular afecto– hemos tenido la gracia de vivir en primera persona, esta celebración se ha enriquecido con algunos signos específicos: la procesión de entrada, que ha querido recordar la que de modo memorable hicieron los Padres conciliares cuando ingresaron solemnemente en esta Basílica; la entronización del Evangeliario, copia del que se utilizó durante el Concilio; y la entrega de los siete mensajes finales del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica, que haré al final, antes de la bendición.

Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia.

El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50 años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre. Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).
El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo, consagrado por el Padre en el Espíritu Santo, es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual. La Iglesia es el instrumento principal y necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la cabeza. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así dice el Resucitado a los discípulos, y soplando sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (v. 22).

Dios por medio de Jesucristo es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena, dándole la fuerza de «proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista»; de «poner en libertad a los oprimidos» y de «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).

El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrase nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo.

A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI, en 1967.

Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792). Así decía el Papa Juan en la inauguración del Concilio.

A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible.

Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión.

Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad.

El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación.

Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depisito de la fe que Cristo le ha confiado.

Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.

Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos.
También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor.

Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es cómo podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa.

Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino.

La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años.

¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.

Venerados y queridos hermanos, el 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando a Loreto. La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización.

Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén.

VER VIDEO DE LA SOLEMNE MISA DE APERTURA EN: http://player.rv.va/vaticanplayer.asp?language=it&tic=VA_59TT8HUT