viernes, 4 de octubre de 2013

Trabajar por amor

¿Para qué trabajamos? ¿sólo para subsistir? ¿para llevar adelante una vida sin problemas? La ocupación profesional tiene una relación directa con la felicidad, cuando nace y se ordena al amor, como se explica en este artículo.
El hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor[1]. Al leer estas palabras de san Josemaría, es posible que dentro de nuestras almas surjan algunas preguntas que den paso a un diálogo sincero con Dios: ¿para qué trabajo?, ¿cómo es mi trabajo?, ¿qué pretendo o qué busco con mi labor profesional? Es la hora de recordar que el fin de nuestra vida no es hacer cosas sino amar a Dios. La santidad no consiste en hacer cosas cada día más difíciles, sino en hacerlas cada día con más amor[2].
Mucha gente trabaja —y trabaja mucho—, pero no santifica su trabajo. Hacen cosas, construyen objetos, buscan resultados, por sentido del deber, por ganar dinero, o por ambición; unas veces triunfan y otras fracasan; se alegran o se entristecen; sienten interés y pasión por su tarea, o bien, decepción y hastío; tienen satisfacciones junto con inquietudes, temores y preocupaciones; unos se dejan llevar por la inclinación a la actividad, otros por la pereza; unos se cansan, otros procuran evitar a toda costa el cansancio...

Todo esto tiene un punto en común: pertenece a un mismo plano, el plano de la naturaleza humana herida por las consecuencias del pecado, con sus conflictos y contrastes, como un laberinto en el que el hombre que vive según la carne, en palabras de san Pablo —el animalis homo—, deambula, atrapado en un ir de aquí para allá, sin encontrar el camino de la libertad y su sentido.

Ese camino y ese sentido sólo se descubren cuando se levanta la mirada y se contempla la vida y el trabajo en esta tierra con la luz de Dios que ve desde de lo alto. La gente —escribe san Josemaría en Camino— tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen[3].

EL TRABAJO NACE DEL AMOR

¿Qué significa entonces, para un cristiano, que el trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor?[4]. Primero conviene considerar a qué amor se refiere san Josemaría. Hay un amor llamado de concupiscencia, cuando se ama algo para satisfacer el propio gusto sensible o el deseo de placer (concupiscentia). No es éste el amor del que nace, en último término, el trabajo de un hijo de Dios, aunque muchas veces trabaje con gusto y le apasione su tarea profesional.

Un cristiano no ha de trabajar solo o principalmente cuando tenga ganas, o le vayan las cosas bien. El trabajo de un cristiano nace de otro amor más alto: el amor de benevolencia, cuando directamente se quiere el bien de otra persona (benevolentia), no ya el propio interés. Si el amor de benevolencia es mutuo se llama amor de amistad[5], mayor cuanto se está dispuesto no sólo a dar algo por el bien de un amigo, sino a entregarse uno mismo: Nadie tiene amor más grande que el de dar uno la vida por sus amigos[6].

Los cristianos podemos amar a Dios con amor de amistad sobrenatural, porque Él nos ha hecho hijos suyos y quiere que le tratemos con confianza filial, y veamos en los demás hijos suyos a hermanos nuestros. A este amor se refiere el Fundador del Opus Dei cuando escribe que el trabajo nace del amor: es el amor de los hijos de Dios, el amor sobrenatural a Dios y a los demás por Dios: la caridad que ha sido derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado[7].

Querer el bien de una persona no lleva a complacer siempre su voluntad. Puede ocurrir que lo que quiere no sea un bien, como sucede muy a menudo a las madres, que no dan a sus hijos todo lo que piden, si les puede hacer daño. En cambio, amar a Dios es siempre querer su Voluntad, porque la Voluntad de Dios es el bien.

Por eso, para un cristiano, el trabajo nace del amor a Dios, ya que el amor filial nos lleva a querer cumplir su Voluntad, y la Voluntad divina es que trabajemos[8]. Decía san Josemaría que por amor a Dios quería trabajar como un borrico de noria[9]. Y Dios ha bendecido su generosidad derramando copiosamente su gracia que ha dado innumerables frutos de santidad en todo el mundo.

Vale la pena, por tanto, que nos preguntemos con frecuencia por qué trabajamos. ¿Por amor a Dios o por amor propio? Puede parecer que existen otras posibilidades, por ejemplo, que se puede trabajar por necesidad. Esto indica no ir al fondo en el examen, porque la necesidad no es la respuesta última.

También hay que alimentarse por necesidad, para vivir, pero ¿para qué queremos vivir, para la gloria de Dios, como exhorta san Pablo[10], o para la propia gloria? Pues para eso mismo nos alimentamos y trabajamos. Es la pregunta radical, la que llega al fundamento. No hay más alternativas. Quien se examina sinceramente, pidiendo luces a Dios, descubre con claridad dónde tiene puesto en último término su corazón al realizar las tareas profesionales. Y el Señor le concederá también su gracia para decidirse a purificarlo y dar todo el fruto de amor que Él espera de los talentos que le ha confiado.

EL TRABAJO MANIFIESTA EL AMOR

El trabajo de un cristiano manifiesta el amor, no sólo porque el amor a Dios lleva a trabajar, como hemos considerado, sino porque lleva a trabajar bien, pues así lo quiere Dios. El trabajo humano es, en efecto, participación de su obra creadora[11], y Él —que ha creado todo por Amor— ha querido que sus obras fueran perfectas: Dei perfecta sunt opera[12], y que nosotros imitemos su modo de obrar.

Modelo perfecto del trabajo humano es el trabajo de Cristo, de quien dice el Evangelio que todo lo hizo bien[13]. Estas palabras de alabanza, que brotaban espontáneas al contemplar sus milagros, obrados en virtud de su divinidad, pueden aplicarse también —así lo hace san Josemaría— al trabajo en el taller de Nazaret, realizado en virtud de su humanidad. Era un trabajo cumplido por Amor al Padre y a nosotros. Un trabajo que manifestaba ese Amor por la perfección con que estaba hecho. No sólo perfección técnica sino fundamentalmente perfección humana: perfección de todas las virtudes que el amor logra poner en ejercicio dándoles un tono inconfundible: el tono de la felicidad de un corazón lleno de Amor que arde con el deseo de entregar la vida.

La tarea profesional de un cristiano manifiesta el amor a Dios cuando está bien hecha. No significa que el resultado salga bien, sino que se ha intentado hacer del mejor modo posible, poniendo los medios disponibles en las circunstancias concretas.

Entre el trabajo de una persona que obra por amor propio, y el de esa misma persona, si comienza a trabajar por amor a Dios y a los demás por Dios, hay tanta diferencia como entre el sacrificio de Caín y el de Abel. Éste último trabajó para ofrecer lo mejor a Dios, y su ofrenda fue agradable al Cielo. De nosotros espera otro tanto el Señor.

Para un católico, trabajar no es cumplir, ¡es amar!: excederse gustosamente, y siempre, en el deber y en el sacrificio[14]. Realizad pues vuestro trabajo sabiendo que Dios lo contempla: laborem manuum mearum respexit Deus (Gn 31, 42). Ha de ser la nuestra, por tanto, tarea santa y digna de Él: no sólo acabada hasta el detalle, sino llevada a cabo con rectitud moral, con hombría de bien, con nobleza, con lealtad, con justicia[15]. Entonces, el trabajo profesional no solo es recto y santo sino que se convierte en oración[16].

Al trabajar por amor a Dios, la actividad profesional manifiesta de un modo u otro ese amor. Es muy probable que una simple mirada a varias personas que estén realizando la misma actividad, no sea suficiente para captar el motivo por el que la realizan. Pero si se pudiera observar con más detalle y atención el conjunto de la conducta en el trabajo —no sólo los aspectos técnicos, sino también las relaciones humanas con los demás colegas, el espíritu de servicio, el modo de vivir la lealtad, la alegría y las demás virtudes—, sería difícil que pasara inadvertido, si efectivamente existe en alguno de ellos, el bonus odor Christi[17], el aroma del amor de Cristo que informa su trabajo.

Al final de los tiempos —enseña Jesús— dos estarán en el campo: uno será tomado y el otro dejado. Dos mujeres estarán moliendo en el molino: una será tomada y la otra dejada[18]. Realizaban el mismo trabajo, pero no del mismo modo: uno era agradable a Dios y el otro no.
Sin embargo, muchas veces el entorno materialista nos puede hacer olvidar que estamos llamados a la vida eterna y pensamos únicamente en los bienes inmediatos. Por este motivo afirma san Josemaría: trabajad cara a Dios, sin ambicionar gloria humana. Algunos ven en el trabajo un medio para conquistar honores, o para adquirir poder o riqueza que satisfaga su ambición personal, o para sentir el orgullo de la propia capacidad de obrar[19].

En un clima así, ¿cómo no se va a notar que se trabaja por amor a Dios? ¿Cómo va a pasar inadvertida la justicia informada por la caridad, y no simplemente la justicia dura y seca; o la honradez ante Dios, no ya la honradez interesada, ante los hombres; o la ayuda, el favor, el servicio a los demás, por amor a Dios, no por cálculo...?

Si el trabajo no manifiesta el amor a Dios, quizá es que se está apagando el fuego del amor. Si no se nota el calor, si después de un cierto tiempo de trato diario con los colegas de profesión, no saben si tienen a su lado un cristiano cabal o solo un hombre decente y cumplidor, entonces quizá es que la sal se ha vuelto insípida[20]. El amor a Dios no necesita etiquetas para darse a conocer. Es contagioso, es difusivo de por sí como el mayor de los bienes. ¿Manifiesta mi trabajo el amor a Dios? ¡Cuánta oración puede manar de esta pregunta!

EL TRABAJO SE ORDENA AL AMOR

Un trabajo realizado por amor y con amor, es un trabajo que se ordena al amor: al crecimiento del amor en quien lo realiza, al crecimiento de la caridad, esencia de la santidad, esencia de la perfección humana y sobrenatural de un hijo de Dios. Un trabajo, por tanto, que nos santifica.

Santificarse en el trabajo no es otra cosa que dejarse santificar por el Espíritu Santo, Amor subsistente intratrinitario que habita en nuestra alma en gracia, y nos infunde la caridad. Es cooperar con Él poniendo en práctica el amor que derrama en nuestros corazones al ejercer la tarea profesional. Porque si somos dóciles a su acción, si obramos por amor en el trabajo, el Paráclito nos santifica: acrecienta la caridad, la capacidad de amar y de tener una vida contemplativa cada vez más honda y continua.

Que el trabajo se ordena al amor, y por tanto a nuestra santificación, significa igualmente que nos perfecciona: que se ordena a nuestra identificación con Cristo, perfectus Deus, perfectus homo[21],perfecto Dios y perfecto hombre. Trabajar por amor a Dios y a los demás por Dios reclama poner en ejercicio las virtudes cristianas. Ante todo la fe y la esperanza, a las que la caridad presupone y vivifica. Y después las virtudes humanas, a través de las cuales obra y se despliega la caridad. La tarea profesional ha de ser una palestra donde se ejercitan las más variadas virtudes humanas y sobrenaturales: la laboriosidad, el orden, el aprovechamiento del tiempo, la fortaleza para rematar la faena, el cuidado de las cosas pequeñas...; y tantos detalles de atención a los demás, que son manifestaciones de una caridad sincera y delicada[22]. La práctica de las virtudes humanas es imprescindible para ser contemplativos en medio del mundo, y concretamente para transformar el trabajo profesional en oración y ofrenda agradable a Dios, medio y ocasión de vida contemplativa.


Contemplo porque trabajo; y trabajo porque contemplo[23], comentaba san Josemaría en una ocasión. El amor y el conocimiento de Dios —la contemplación— le llevaban a trabajar, y por eso afirma: trabajo porque contemplo. Y ese trabajo se convertía en medio de santificación y de contemplación: contemplo porque trabajo.

Es como un movimiento circular —de la contemplación al trabajo, y del trabajo a la contemplación— que se va estrechando cada vez más en torno a su centro, Cristo, que nos atrae hacia sí atrayendo con nosotros todas las cosas, para que por Él, con Él y en Él sea dado todo honor y toda gloria a Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo[24].

La realidad de que el trabajo de un hijo de Dios se ordena al amor y por eso le santifica, es el motivo profundo de que no se pueda hablar, bajo la perspectiva de la santidad —que en definitiva es la que cuenta—, de profesiones de mayor o de menor categoría.

La dignidad del trabajo está fundada en el Amor[25]. Todos los trabajos pueden tener la misma calidad sobrenatural: no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor. Las que se tienen como tareas grandes se empequeñecen, cuando se pierde el sentido cristiano de la vida[26].

Si falta la caridad, el trabajo pierde su valor ante Dios, por brillante que resulte ante los hombres. Aunque conociera todos los misterios y toda la ciencia,... si no tengo caridad, nada soy[27], escribe san Pablo. Lo que importa es el empeño para hacer a lo divino las cosas humanas, grandes o pequeñas, porque por el Amor todas adquieren una nueva dimensión[28].

No hay comentarios: