domingo, 20 de septiembre de 2015

«Quien no vive para servir, no sirve para vivir». El Papa en la Misa de La Habana

(RV).- En el segundo día de su Viaje Apostólico a Cuba la mañana del Papa inició con la Santa Misa en el XXV domingo del tiempo ordinario en la Plaza de la Revolución José Martí de La Habana. La Plaza, lugar simbólico del país, fue escenario de la histórica Misa presidida por el Santo Padre Francisco con la presencia de miles de fieles y peregrinos que se dieron cita para oír las palabras del Sucesor de Pedro.
Reflexionando sobre el Evangelio del Apóstol Marcos el Obispo de Roma desarrolló su homilía a partir de la pregunta “aparentemente indiscreta” que Jesus hace a sus discípulos «¿De qué discutían por el camino?» (Mc 9, 30-37). Una pregunta, dijo el Papa, que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones?
El Santo Padre señaló que “la historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta” e indicó que Jesús “conoce los recovecos del corazón humano”, y “logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido”. “Jesús – dijo Francisco - siempre plantea la lógica del amor”.
Porque el horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a distintos niveles de espiritualidad, Él es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos»; y porque en gran parte servir significa, “cuidar la fragilidad”, de “nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo”, Jesús nos propone mirar y amar con gestos concretos a quienes sufren, están desprotegidos o angustiados. Es un Amor que se plasma en acciones y decisiones, dijo el Padre y Pastor de la Iglesia Universal, y que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar.
Por otra parte el Papa no dejó de poner en guardia sobre las tentaciones que encontramos en el camino, como la “tentación del servicio que se sirve a sí mismo en nombre de lo nuestro”, y que “genera una dinámica de exclusión”, y recordó asimismo que “el servicio nunca es ideológico”porque “no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas”.
Finalizando la homilía el Sucesor de Pedro invitó al santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, “pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas, pero que también tiene heridas”, y que “marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza”, a cuidar “los dones que Dios les ha regalado” y a no descuidarlos “por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado”, exhortándolos, asimismo a no olvidar que “la importancia de un pueblo, de una nación, de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos”. En eso, concluyó el Papa Francisco “encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad”.
(GM – RV)
HOMILÍA COMPLETA DEL SANTO PADRE
El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole una pregunta aparentemente indiscreta a sus discípulos: «¿De qué discutían por el camino?». Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante». Los discípulos tenían vergüenza de decirle a Jesús de lo que hablaban. En los discípulos de ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es el más importante?
Jesús no insiste con la pregunta, no los obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente, sino en el corazón de los discípulos.
¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a responderla. No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta.
Jesús no le teme a las preguntas de los hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta realiza. Al contrario, Él conoce los «recovecos» del corazón humano, y como buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume nuestras búsquedas, aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo, logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos, porque es para todos.
Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús, siempre es una oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra isla»; una oferta que siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad.
¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás.     
He ahí la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas.
Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo.
La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la  mirada concreta a los más frágiles.
Hay un «servicio» que sirve; pero debemos cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve.  Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión.
Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del «servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar al costado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». No dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús.
Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro de la cuestión al hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas.
El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Hoy los invito a que cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado. Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección, que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf. Evangelii gaudium, 276.278).
No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad.
«Quien no vive para servir, no sirve para vivir».

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