lunes, 29 de febrero de 2016

"La salvación de Dios proviene de las cosas pequeñas..."

(RV).- La salvación de Dios no viene de las cosas grandes, del poder o del dinero, de las alianzas clericales o políticas, sino de las cosas pequeñas y sencillas. Lo afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta.
Las lecturas del día nos hablan de la indignación: se indigna un leproso, Naamán el Sirio, que pide al profeta Eliseo que lo cure, aunque no aprecia el modo sencillo con que esta curación debería producirse. Y se indignan los habitantes de Nazaret ante las palabras de Jesús, su conterráneo. Es la indignación frente al proyecto de salvación de Dios que no sigue nuestros esquemas. No es “como nosotros pensamos que es la salvación, aquella salvación que todos nosotros queremos”. Jesús siente el “desprecio” de los “doctores de la Ley que buscaban la salvación en la casuística de la moral” y en tantos preceptos, pero el pueblo no tenía confianza en ellos:
“O los saduceos que buscaban la salvación en los acuerdos con los poderes del mundo, con el Imperio… unos con los acuerdos clericales, otros con los acuerdos políticos, buscaban la salvación así. Pero el pueblo era sagaz y no creía. Sí creía a Jesús, porque hablaba ‘con autoridad’. Pero, ¿por qué esta indignación? Porque en nuestra imaginación, la salvación debe venir de algo grande, de algo majestuoso; sólo nos salvan los poderosos, aquellos que tienen fuerza, que tienen dinero, que tienen poder: estos pueden salvarnos. ¡Y el plan de Dios es otro! Se indignan porque no pueden comprender que la salvación sólo viene de lo pequeño, de la simplicidad de las cosas de Dios”.
“Cuando Jesús hace la propuesta del camino de salvación – prosiguió explicando el Papa Bergoglio –  jamás habla de cosas grandes”, sino “de cosas pequeñas”. Son “las dos columnas del Evangelio” que se leen en Mateo, las Bienaventuranzas y, en el capítulo 25, el Juicio final, “Ven, ven conmigo porque hiciste esto”:
“Cosas sencillas. Tú no has buscado la salvación o tu esperanza en el poder, en los acuerdos, en las tratativas… no… has hecho sencillamente esto. Y esto indigna a tantos. Como preparación a la Pascua, yo lo invito – también lo haré yo – a leer las Bienaventuranzas y a leer Mateo 25, y pensar y ver si algo de esto me indigna, me quita la paz. Porque la indignación es un lujo que sólo pueden permitirse los vanidosos, los orgullosos. Si al final de las Bienaventuranzas Jesús dice una palabra que parece… ‘Pero, ¿por qué dice esto?’. ‘Bienaventurado aquel que no se escandaliza de mí’, que no tiene desdén de esto, que no siente indignación”.
El Papa Francisco concluyó su homilía con estas palabras:
“Nos hará bien dedicar un poco de tiempo – hoy, mañana – y leer las Bienaventuranzas, leer Mateo 25, y estar atentos a lo que sucede en nuestro corazón: si hay algo de indignación y pedir la gracia al Señor de comprender que la única vía de la salvación es la ‘locura de la Cruz’, es decir el aniquilamiento del Hijo de Dios, del hacerse pequeño. Representado, aquí, en el baño en el Jordán o en la pequeña aldea de Nazaret”.

viernes, 26 de febrero de 2016

Athenas - Siempre te amaré

En mi trabajo también hay dificultades, como en todos...

Cuaresma: tiempo de conversión

Atravesar el tiempo de cuaresma es peligro y desafío, riesgo y posibilidad. Trae consigo el peligro de quedar atascados en un ya agotado esquema de “pensar que malo soy, intentar acceder al perdón de un dios triturado por nuestra culpa y esbozar un inútil voluntarismo para intentar cambiar algo por cuarenta días”… pero también es un desafío y una invitación para tomar cada día más conciencia de nuestra fragilidad y la de nuestros hermanos y así confiarnos a la infinita misericordia de Dios e intentar ser signos de la misma para aquellos que más sufren. 


Conlleva el riesgo de que en vez de ser un tiempo de compasión acabe siendo de frustración, por no poder ni asomarnos a altos ideales de perfección que parecieran deben ser de los cristianos, sumergiéndonos de inmediato en un luto que nos aleja muchísimo de la propuesta de Jesús…pero es también una posibilidad de revisión de mi cotidianeidad, la de mi barrio, la de los pibes, la de las pibas, para intentar acercarnos a las distintas vulnerabilidades (tanto las nuestras, como las de los más pobres) que más necesitan del amor de Dios y la solidaridad de los hombres. Por todo esto...

Cuaresma es tiempo para convertir la mirada…

…para pasar de la mirada estigmatizadora o rotuladora, a la mirada esperanzada que sabe reconocer lo bueno que hay en el otro…
…para pasar de la mirada fatalista o catastrófica acerca de la vida de los pibes y las pibas, para nacer a una mirada compasiva, tierna, que sabe captar la presencia de Dios entre los últimos…
…para pasar de una mirada superficial, simple o incluso cómplice con algunos atropellos e injusticias de la realidad, para nacer a una mirada crítica, que sepa captar aquellas cosas que atentan contra el Evangelio, para adoptar una actitud profética de denuncia y anuncio…
…para pasar de una mirada que ve simplemente jóvenes, a una mirada eucarística que puede captar la presencia del otro como un sagrario vivo, como Dios mismo que sale al encuentro…

Tiempo para convertir las manos y los pies…

…para pasar de la estabilidad de los escritorios y nuestras oficinas, a la desestabilidad de las calles, las barriadas, el barro santo de nuestra gente querida…
…para pasar de la praxis meramente asistencialista e improvisada, a la praxis de promoción integral de las personas, reivindicando la dignidad de todos y todas por medio de la unidad y la organización…
…para pasar de la oración confiada y esperanzada a Dios que nos llama y escucha siempre, a la respuesta creativa, a la acción comprometida y concreta con la construcción activa del Reino de Dios entre los últimos…

Tiempo para convertir el corazón…

…para pasar de un corazón insensible, duro y de piedra, a un corazón permeable ante la realidad de los más sufrientes, un corazón de barro que se conmueva ante el dolor y pueda sintonizar con el sentir del pueblo…
…para pasar de un corazón que juzga, critica y cuestiona a los demás, a un corazón compasivo que sabe sentir como el Padre misericordioso, que sabe perdonar y amar siempre…

Tiempo para volver a nacer…

…a la confianza en Dios que camina a la par de su pueblo estos cuarenta días…
…al servicio que se hace máxima expresión en el lavatorio de los pies el jueves santo…
…a la esperanza que nos consuela ante el dolor desgarrador del viernes santo…
…a la espera confiada y paciente que nos sostiene el sábado santo…
…a la Vida que tiene siempre la última palabra sobre la muerte y a la alegría que nos hace siempre más fuertes el domingo de resurrección…

Emiliano - Mauro

CULTURA DE BARRO


VER: http://culturadebarro.blogspot.com.ar/2016/02/cuaresma-tiempo-de-conversion.html

El Papa Francisco asiste a la segunda predicación de Cuaresma

(RV).-  Un Dios que habla; la lectio divina; acoger, contemplar y hacer la Palabra, fueron los temas que abordó el  Padre Raniero Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia en su segunda predicación de Cuaresma sobre el tema “Acoger la Palabra sembrada en ustedes”; una reflexión sobre la Constitución dogmática “Dei Verbum”.
Continuando sus consideraciones sobre los principales documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II, el Predicador de la Casa Pontificia explicó – ante la presencia del Papa Francisco y los miembros de la Curia Romana, reunidos el último viernes de febrero en la Capilla Redemtoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano – que de las cuatro “Constituciones” aprobadas, la de la Palabra de Dios, es decir la Dei Verbum,  junto a la de la Iglesia, o sea la Lumen gentium,  son las únicas calificadas como “dogmáticas”, a lo que añadió:
“Esto se explica con el hecho de que con este texto el Concilio pretendía reafirmar el dogma de la inspiración divina de la Escritura y precisar, al mismo tiempo, su relación con la tradición. Fiel al intento de dar luz a las implicaciones más estrictamente espirituales y edificantes de los textos conciliares, me limitaré, también aquí, a algunas reflexiones dirigidas a la práctica y a la meditación personal”.
Del primer punto, “un Dios que habla”, el Padre Cantalamessa dijo que ciertamente el “Dios bíblico es un Dios que habla”, y aunque “Dios no tiene boca ni respiración humana: su boca es el profeta, su respiración es el Espíritu Santo”.  De todos modos – agregó – “se trata de un hablar en sentido verdadero”, donde la criatura recibe un mensaje que puede traducir en palabras humanas. A la vez que destacó que ninguna voz humana alcanza al hombre en profundidad como lo hace la Palabra de Dios.
“Esta ‘penetra hasta la raíz del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón’ (Hb 4, 12). A veces el hablar de Dios es una voz que ‘parte los cedros del Líbano’ (Sal 29, 5), otras veces se parece al ‘rumor de una brisa suave’ (1 Re 19, 12). Conoce todas las tonalidades del hablar humano”.
Después de recordar que “¡El Verbo ha sido visto y oído!”, el Predicador afirmó que, sin embargo, lo que se escucha no es palabra de hombre, sino Palabra de Dios porque quien habla no es la naturaleza sino la persona, y la persona de Cristo es la misma persona divina del Hijo de Dios. En él Dios no nos habla más a través de un intermediario, “por medio de los profetas”, sino personalmente.
La lectio divina
“Después de estas observaciones sobre la Palabra de Dios en general – dijo el Predicador –  quisiera concentrarme en la Palabra de Dios como un camino de santificación personal”.
“La Palabra de Dios – dice la Dei Verbum –  es, en verdad, apoyo y vigor de la Iglesia, y fortaleza de la fe para sus hijos, alimento del alma, fuente pura y perenne de la vida espiritual”.
De ahí que el Padre Cantalamessa haya manifestado que por fortuna, la Escritura nos propone, por sí misma, un método de lectura de la Biblia al alcance de todos, tal como lo indica la Carta de Santiago (1, 18-25) en la que leemos un famoso texto sobre la Palabra de Dios. Y destacó que de allí obtenemos un esquema de la lectio divina que tiene tres etapas u operaciones sucesivas: acoger la Palabra, meditar la Palabra y poner en práctica la Palabra.
Acoger la Palabra
El Predicador afirmó que con la parábola de la semilla y el sembrador (Lc 8, 5-15)  Jesús nos ofrece una ayuda para descubrir dónde estamos, cada uno de nosotros, en cuanto a la recepción de la Palabra de Dios. Él distingue cuatro tipos de suelo: el camino, el terreno pedregoso, las espinas y el terreno bueno.
“Explica, entonces, lo que simbolizan los diferentes terrenos: el camino a aquellos en los que las Palabras de Dios no tienen tiempo ni para detenerse; el terreno pedregoso, a los superficiales e inconstantes que escuchan, tal vez con alegría pero no dan a la palabra una oportunidad de echar raíces; el terreno lleno de zarzas, a los que se dejan ahogar por las preocupaciones y los placeres de la vida; y el terreno bueno que son los que escuchan y dan fruto con perseverancia”.
Contemplar la Palabra
La segunda etapa sugerida por Santiago consiste en “fijar la mirada” en la Palabra, en el estar largo tiempo delante del espejo, es decir en la meditación o contemplación de la Palabra, añadió el Predicador de la Casa Pontificia.
“El alma que se mira en el espejo de la Palabra aprende a conocer  ‘cómo es’, aprende a conocerse a sí misma, descubre su deformidad de la imagen de Dios y de la imagen de Cristo”.
“Yo no busco mi gloria”, dice Jesús (Jn 8, 50): aquí el espejo está delante de ti y en seguida ves lo lejos que estás de Jesús –  afirmó el Padre Cantalamessa –  si buscas tu gloria;  “bienaventurados los pobres de espíritu”: el espejo está de nuevo delante de ti y en seguida te descubres lleno de apegos y lleno de cosas superfluas, lleno sobre todo de ti mismo; “la caridad es paciente...”  y de das cuenta cuanto tú eres impaciente, envidioso e interesado. Más que “escrutar la Escritura” (Cfr. Jn 5, 39),  se trata de “dejarse escrutar” por la Escritura”.
Hacer la Palabra
Llegamos así –  dijo el Padre Raniero Cantalamessa – a la tercera fase del camino, propuesto por el apóstol Santiago: “Sean de aquellos que ponen en práctica la Palabra..., quien la pone el práctica encontrará su felicidad en el practicarla... Si uno escucha solamente y no pone en práctica la Palabra, se asemeja a un hombre que observa el propio rostro en un espejo: apenas se siente observado se va, y enseguida se olvida de cómo era”. A lo que añadió:
“Esta es también la cosa que más le agrada a Jesús: ‘Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica’ (Lc 8, 21)”.
Sin este “hacer la Palabra” todo el resto acaba siendo una ilusión, una construcción en la arena (Mt 7, 26), dijo el Predicador. Porque “no se puede ni siquiera decir que se ha entendido la Palabra porque, como escribe san Gregorio Magno, la palabra de Dios se entiende verdaderamente sólo cuando uno comienza a ponerla en práctica”.
“La palabra particular que podemos poner hoy en el molino de nuestro espíritu – concluyó diciendo el Predicador de la Casa Pontificia –  es el lema del Año Jubilar de la Misericordia: ‘Sean misericordiosos como es misericordioso su Padre celestial’”.

jueves, 25 de febrero de 2016

Papa Francisco en Santa Marta: ¿estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira?

(RV).- La fe verdadera es darse cuenta de los pobres que nos están cerca. Allí está Jesús, que llama a la puerta de nuestro corazón: lo dijo el Papa en la misa matutina en la Casa de Santa Marta.
Cristianos en una burbuja de vanidad
En el Evangelio del día Jesús relata la parábola del hombre rico “que vestía de púrpura y lino finísimo y cada día celebraba espléndidos banquetes” y no se daba cuenta que, en su puerta, estaba un pobre llamado Lázaro, cubierto de llagas. El Papa invita a preguntarse: “Si yo soy un cristiano en el camino de la mentira, solamente del ‘decir’, o soy un cristiano en el camino de la vida, es decir, de las obras, del hacer”. Este hombre rico, en efecto – nota el Papa – “conocía los mandamientos, seguramente todos los sábados iba a la sinagoga y una vez al año al templo”. “Tenía una cierta religiosidad”.
“Pero era un hombre cerrado, encerrado en su pequeño mundo – el mundo de los banquetes, de los vestidos, de la vanidad, de los amigos – un hombre encerrado, precisamente en una burbuja, allí, de vanidad. No tenía capacidad de mirar más allá, solamente a su propio mundo. Y este hombre no se daba cuenta de lo que sucedía fuera de su mundo cerrado. No pensaba, por ejemplo, a las necesidades de tanta gente o a la necesidad de compañía de los enfermos, solamente pensaba en él, en sus riquezas, en su buena vida”.
El pobre es el Señor que llama a la puerta de nuestro corazón
Era un “religioso aparente”, “no conocía alguna periferia, estaba completamente encerrado en sí mismo. Precisamente la periferia, que estaba cerca de la puerta de su casa, no la conocía”. Recorría “el camino de la mentira”, porque “se confiaba solamente de sí mismo, de sus cosas, no se confiaba de Dios”. “Uno hombre que no ha dejado herencia, no ha dejado vida, porque solamente estaba encerrado en sí mismo”. Y es curioso – subraya el Papa Francisco – que “había perdido el nombre. El Evangelio no dice cómo se llamaba, solamente dice que era un hombre rico, y cuando tu nombre es solamente un adjetivo es porque has perdido, has perdido sustancia, has perdido fuerza”:
“Éste es rico, éste es potente, éste puede hacer de todo, éste es un sacerdote en carrera, un obispo en carrera…” Cuántas veces a nosotros nos sale nombrar a la gente con adjetivos, no con nombres, porque no tienen sustancia. Pero yo me pregunto: ¿Dios que es Padre, no tuvo misericordia de este hombre? ¿No ha llamado a su corazón para moverlo? Pero sí, estaba en la puerta, estaba en la puerta en la persona de aquel Lázaro, que sí tenía nombre. Y aquel Lázaro con sus necesidades y sus miserias, sus enfermedades, era precisamente el Señor que llamaba a la puerta para que este hombre abriera su corazón y la misericordia pudiera entrar. Pero no, él no veía, solamente estaba cerrado: para él, más allá de la puerta, no había nada”.
La gracia de ver a los pobres
Estamos en Cuaresma – recuerda Francisco – y nos hará bien preguntarnos cuál camino estamos recorriendo:
“¿Yo estoy en el camino de la vida o en el camino de la mentira? ¿Cuántos cerrazones tengo en mi corazón todavía? ¿Dónde está mi alegría: en el hacer o en el decir? ¿En el salir de mí mismo para ir al encuentro de los demás, para ayudar? ¡Las obras de misericordia, eh! ¿O mi alegría es tener todo arreglado, encerrado en mí mismo? Pidamos al Señor, mientras pensamos esto, sobre nuestra vida, la gracia de ver siempre a los ‘Lázaros’ que están en nuestra puerta, los ‘Lazaros’ que llaman al corazón, y salir de nosotros mismos con generosidad, con actitud de misericordia, para que la misericordia de Dios pueda entrar en nuestro corazón.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Catequesis del Papa Francisco: “El poder es servicio”

(RV).- “La misericordia puede sanar las heridas y puede cambiar la historia. ¡Abre tu corazón a la misericordia! La misericordia divina es más fuerte del pecado de los hombres. ¡Es más fuerte, este es el ejemplo de Ajab!”, lo dijo el Papa Francisco en la Audiencia General del último miércoles de febrero, donde explicó la relación entre “misericordia y poder”.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó la historia del rey Ajab y el episodio de la viña de Nabot, descrito en el Primer Libro de los Reyes, capítulo 21. En este texto – dijo el Papa – se narra la historia de un rey poderoso y los planes para apropiarse de las tierras de Nabot. Recordando esta escena, el Pontífice señaló que: “Si se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominio y atropello. Es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot”.
“Es aquí donde llega el ejercicio de la autoridad sin respeto por la vida, sin justicia, sin misericordia, agregó el Sucesor de Pedro. Pero Dios, dijo, es más grande de la maldad y de los juegos sucios hechos por los seres humanos”. Por ello, “la misericordia puede sanar las heridas y puede cambiar la historia. La misericordia divina es más fuerte del pecado de los hombres. Nosotros conocemos su poder, cuando recordamos la venida del Inocente Hijo de Dios que se ha hecho hombre para destruir el mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es completamente diverso. Su trono es la cruz. Él no es un rey asesina, sino al contrario da la vida”.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Proseguimos las catequesis sobre la misericordia en la Sagrada Escritura. En diversos pasajes se habla de los potentes, de los reyes, de los hombres que están “en lo alto”, y también de su arrogancia y de sus prepotencias. La riqueza y el poder son realidades que pueden ser buenas y útiles al bien común, si son puestos al servicio de los pobres y de todos, con justicia y caridad. Pero, como muchas veces sucede, si son vividas como privilegio, con egoísmo y prepotencia, se transforman en instrumentos de corrupción y de muerte. Es cuanto sucede en el episodio de la viña de Nabot, descrito en el Primer Libro de los Reyes, capítulo 21, sobre el cual hoy nos detenemos.
En este texto se narra que el rey de Israel, Ajab, quiere comprar la viña de un hombre de nombre Nabot, porque esta viña confina con el palacio real. La propuesta parece legítima, incluso generosa, pero en Israel las propiedades agrícolas eran consideradas casi inalienables. De hecho, el Libro del Levítico prescribe: «La tierra no podrá venderse definitivamente, porque la tierra es mía, y ustedes son para mí como extranjeros y huéspedes» (Lev 25,23). La tierra es sagrada, porque es un don del Señor, que como tal va cuidada y conservada, en cuanto signo de la bendición divina que pasa de generación en generación y garantía de dignidad para todos. Se comprende entonces la respuesta negativa de Nabot al rey: «¡El Señor me libre de cederte la herencia de mis padres!» (1 Re 21,3).
El rey Ajab reacciona ante este rechazo con amargura e indignación. Se siente ofendido – él es el rey, el potente –, disminuido en su autoridad de soberano, y frustrado por la posibilidad de satisfacer su deseo de posesión. Viéndolo así abatido, su mujer Jezabel, una reina pagana que había difundido los cultos idolátricos y mandaba asesinar a los profetas del Señor (Cfr. 1 Re 18,4) – ¡no era fea, era malvada! –, decide intervenir. Las palabras con las cuales se dirige al rey son muy significativas. Escuchen la maldad que está detrás de esta mujer: «¿Así ejerces tú la realeza sobre Israel? ¡Levántate, come y alégrate! ¡Yo te daré la viña de Nabot, el israelita!» (v. 7). Ella pone énfasis en el prestigio y el poder del rey, que, según su modo de vivir, es puesto en discusión por el rechazo de Nabot. Un poder que ella en cambio considera absoluto, y por el cual todo deseo se convierte en orden. El gran San Ambrosio ha escrito en un pequeño libro sobre este episodio. Se llama “Nabot”. Nos hará bien leerlo en este tiempo de Cuaresma. Es muy bello, es muy concreto.
Jesús, recordando estas cosas, nos dice: «Ustedes saben que los jefes de las naciones dominan sobre ellas y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo» (Mt 20,25-27). Si se pierde la dimensión del servicio, el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominio y atropello. Es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot. Jezabel, la reina, de modo despreocupado, decide eliminar a Nabot y pone en obra su plan. Se sirve de las apariencias mentirosas de una legalidad perversa: envía, en nombre del rey, cartas a los ancianos y a los importantes de la ciudad ordenando que falsos testigos acusen públicamente a Nabot de haber maldecido a Dios y al rey, un crimen que se castiga con la muerte. Así, muerto Nabot, el rey puede apropiarse de su viña. Y esta no es una historia de otros tiempos, es también historia de hoy, de los poderosos que para tener más dinero explotan a los pobres, explotan a la gente. Es la historia de la trata de personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja clandestinamente y con el salario mínimo para enriquecer a los poderosos. Es la historia de los políticos corruptos que quieren más y más y más. Por esto decía que nos hará bien leer aquel libro de San Ambrosio sobre Nabot, porque es un libro de actualidad.
Es aquí donde llega el ejercicio de la autoridad sin respeto por la vida, sin justicia, sin misericordia. Y a esta cosa lleva la sed de poder: se hace codicia que quiere poseer todo. Un texto del profeta Isaías es particularmente iluminante al respecto. En ello, el Señor advierte contra la avidez de los ricos latifundistas que quieren poseer siempre más casas y terrenos. Y dice el profeta Isaías: «¡Ay de los que acumulan una casa tras otra y anexionan un campo a otro, hasta no dejar más espacio y habitar ustedes solos en medio del país!» (Is 5,8).
Y el profeta Isaías ¡no era comunista! Dios, pero, es más grande de la maldad y de los juegos sucios hechos por los seres humanos. En su misericordia envía al profeta Elías para ayudar a Ajab a convertirse. Ahora giremos la página, y ¿cómo sigue la historia? Dios ve este crimen y toca también el corazón de Ajab y el rey, puesto delante a su pecado, entiende, se humilla y pide perdón. ¡Qué bello sería si los poderosos explotadores de hoy hicieran lo mismo! El Señor acepta su arrepentimiento; sin embargo, un inocente ha sido asesinado, y la culpa cometida tendrá inevitables consecuencias. El mal realizado de hecho deja sus huellas dolorosas, y la historia de los hombres lleva sus heridas.
La misericordia muestra también en este caso la vía maestra que debe ser buscada. La misericordia puede sanar las heridas y puede cambiar la historia. ¡Abre tu corazón a la misericordia! La misericordia divina es más fuerte del pecado de los hombres. ¡Es más fuerte, este es el ejemplo de Ajab! Nosotros conocemos su poder, cuando recordamos la venida del Inocente Hijo de Dios que se ha hecho hombre para destruir el mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es completamente diverso. Su trono es la cruz. Él no es un rey asesino, sino al contrario da la vida. El dirigirse hacia todos, sobre todo a los más débiles, derrota la soledad y el destino de muerte al cual conduce el pecado. Jesucristo con su cercanía y ternura lleva a los pecadores al espacio de la gracia y del perdón. Y esta es la misericordia de Dios.

martes, 23 de febrero de 2016

Papa en Santa Marta: Decir y no hacer conduce a la hipocresía





La vida cristiana es concreta, “Dios es concreto”, pero tantos son los cristianos que simulan serlo, los que hacen de la pertenencia a la Iglesia un adorno sin comprimo, una ocasión de prestigio en lugar de una experiencia de servicio hacia los más pobres.
El camino del hacer
El Papa relacionó el texto litúrgico del día, del Profeta Isaías, con el pasaje del Evangelio de Mateo para explicar, una vez más, la “dialéctica evangélica” existente entre “el decir y el hacer”. Francisco destacó las palabras de Jesús, quien desenmascara la hipocresía de los escribas y de los fariseos invitando a los discípulos y a la multitud a observar lo que enseñan pero a no comportarse como ellos:
“El Señor nos enseña el camino del hacer. Y cuántas veces encontramos gente – ¡también nosotros, eh! – tantas veces en la Iglesia: ‘¡Oh soy muy católico!’. ‘¿Pero qué cosa haces?’. Cuántos padres se dicen católicos, pero jamás tienen tiempo para hablar con sus propios hijos, para jugar con sus propios hijos, para escuchar a sus propios hijos. Quizás tengan a sus padres en una casa para ancianos, pero siempre están ocupados y no pueden ir a verlos y los dejan abandonados. ‘¡Pero soy muy católico, eh! Yo pertenezco a aquella asociación’. Esta es la religión del decir: yo digo que soy así, pero estoy en la mundanidad”.
Lo que Dios quiere
Eso de “decir y no hacer” – afirmó el Papa Bergoglio –  “es un engaño”. Las palabras de Isaías, subrayó, indican qué es lo que Dios prefiere: “Dejen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien”. “Socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan la causa de la viuda”. Y demuestran también otra cosa, la infinita misericordia de Dios, que dice a la humanidad: “Vamos, vengan y discutamos. Incluso si sus pecados fueran como la púrpura, se volverán blancos como la nieve”:
“La misericordia del Señor sale al encuentro de aquellos que tienen el coraje de discutir con Él, pero discutir sobre la verdad, sobre las cosas que yo hago o aquellas que no hago, para corregirme. Y éste es el gran amor del Señor, en esta dialéctica entre el decir y el hacer. Ser cristiano significa hacer: hacer la voluntad de Dios. Y el último día  – porque todos nosotros tendremos uno, eh! – aquel día, ¿qué nos preguntará el Señor? Nos dirá: “¿Qué cosa han dicho sobre mí?”. ¡No! Nos preguntará acerca de las cosas que hemos hecho”.
Los cristianos por simulación
Y aquí el Santo Padre citó el amado capítulo del Evangelio de Mateo sobre el juicio final, cuando Dios pedirá cuentas al hombre de lo que habrá hecho a hambrientos, sedientes, encarcelados, extranjeros. “Ésta  – exclamó Francisco – es la vida cristiana. En cambio, el sólo decir nos lleva a la vanidad, a aquel hacer de cuenta que somos cristianos. Pero no, no se es cristianos así”:
“Que el Señor nos dé esta sabiduría de entender bien dónde está la diferencia entre el decir y el hacer, nos enseñe el camino del hacer y nos ayude a ir por aquel camino, porque el camino del decir nos lleva al lugar donde estaban estos doctores de la ley, estos clérigos, a los cuales les gustaba vestirse y actuar precisamente como si fueran una majestad, ¿no? ¡Y esto no es la realidad del Evangelio! Que el Señor nos enseñe este camino”.

lunes, 22 de febrero de 2016

Fidelidad y misericordia son un binomio inseparable...

(RV).- En la fiesta litúrgica de la Cátedra de San Pedro Apóstol, el Papa Francisco presidió, la mañana del lunes 22 de febrero, la concelebración de la Santa Misa en la Basílica de San Pedro para celebrar el Jubileo de la Misericordia como comunidad de servicio de la Curia Romana, del Gobernatorato y de las Instituciones relacionadas con la Santa Sede.
En su homilía el Papa Bergoglio destacó que tras atravesar la Puerta Santa y llegar hasta la tumba del Apóstol Pedro, para realizar la profesión de fe, la Palabra de Dios ilumina de modo especial todos los gestos, en el momento en a cada uno el Señor Jesús repite la pregunta que se lee en el Evangelio de Mateo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?”.
“Una pregunta clara, ante la cual no es posible escapar o permanecer neutrales, ni postergar la respuesta o delegarla a otro. Pero en ella no hay nada de inquisitorio, es más, ¡Está llena de amor! El amor de nuestro único Maestro, que hoy nos llama a renovare la fe en Él, reconociéndolo como Hijo de Dios y Señor de nuestra vida. Y el primero llamado a renovar su profesión de fe es el Sucesor de Pedro, que lleva consigo la responsabilidad de confirmar a los hermanos” (Cfr. Lc 22, 32).
El Pontífice invitó a la asamblea a dejar que la gracia plasme nuevamente los corazones para creer, y abra las bocas para realizar la profesión de fe, y obtener así la salvación (Cfr. Rm 10,10), haciendo nuestras – dijo – las palabras de Pedro en su respuesta a aquella pregunta del Maestro: “Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16).
“Que nuestro pensamiento y nuestra mirada estén fijos en Jesucristo, inicio y fin de toda acción de la Iglesia. Él es el fundamento y nadie puede poner uno diverso (1 Co 3, 11). Él es la roca sobre la que debemos construir. Lo recuerda con palabras expresivas San Agustín cuando escribe que la Iglesia, aun agitada y sacudida por las vicisitudes de la historia, ‘no se derrumba, porque está fundada en la piedra, de la que deriva el nombre de Pedro. No es la piedra la que toma su nombre de Pedro, sino que es Pedro quien lo toma de la piedra; así como el nombre de Cristo no deriva de cristiano, sino que el nombre cristiano deriva de Cristo. […] La piedra es Cristo, sobre cuyo fundamento también Pedro ha sido edificado’” (In Joh 124, 5: PL 35, 1972).
El Santo Padre afirmó asimismo en su homilía que de esta profesión de fe deriva para cada uno de nosotros el deber de corresponder a la llamada de Dios, a la vez que recordó que, ante todo a los pastores se les pide que tengan como modelo a Dios que cuida su rebaño, tal como lo describe el Profeta Ezequiel cuando afirma que Dios sale en busca de la oveja perdida, y cura a la herida o a la enferma. Un comportamiento – dijo el Papa – que es signo del amor que no conoce límites, porque su entrega es fiel, constante e incondicional, a fin de que su misericordia pueda alcanzar a los más débiles.
“Y sin embargo, no debemos olvidar que la profecía de Ezequiel parte de la constatación de las faltas de los pastores de Israel. Por tanto, nos hace bien también a nosotros, llamados a ser Pastores en la Iglesia, a dejar que el rostro de Dios, Buen Pastor, nos ilumine, nos purifique, nos transforme y nos devuelva plenamente renovados a nuestra misión. Que también en nuestros ue Que tQue ta ambientes de trabajo podamos sentir, cultivar y poner en práctica un fuerte sentido pastoral, ante todo hacia las personas que encontramos todos los días. Que nadie se sienta descuidado o maltratado, sino que cada uno pueda experimentar, ante todo aquí, el cuidado premuroso del Buen Pastor”.
Francisco reafirmó textualmente: “Estamos llamados a ser los colaboradores de Dios en una empresa tan fundamental y única como la de testimoniar con nuestra existencia la fuerza de la gracia que transforma y el poder del Espíritu que renueva”. Y añadió antes de concluir: “Dejemos que el Señor nos libere de toda tentación que aleja de lo esencial de nuestra misión y redescubramos la belleza de profesar la fe en el Señor Jesús”. Porque como dijo el Santo Padre“la fidelidad al ministerio bien se conjuga con la Misericordia de la que queremos hacer experiencia”.
“Por otra parte, en la Sagrada Escritura, fidelidad y misericordia son un binomio inseparable. Donde está una, allí se encuentra también la otra, y precisamente en su reciprocidad y complementariedad se puede ver la presencia misma del Buen Pastor. La fidelidad que se nos pide es la de actuar según el corazón de Cristo”.
Como hemos escuchado de las palabras del Apóstol Pedro – concluyó diciendo el Pontífice – debemos apacentar al rebaño con ánimo generoso a fin de llegar a ser modelo para todos. De modo que cuando aparezca el Pastor supremo, podamos recibir la corona de la gloria que no se marchita (1 P 5, 14).

domingo, 21 de febrero de 2016

Misericordina, medicina para el mundo de hoy, con el Papa Francisco




Francisco \ Audiencias, Catequesis y Ángelus

Abolir la pena de muerte y ninguna ejecución en el Año de la Misericordia. Apremiante llamamiento del Papa Francisco


El Papa en el rezo del Ángelus - REUTERS
21/02/2016 11:56

 
(RV).- Encontrándose con miles de fieles y peregrinos reunidos en la Plaza de San Pedro este segundo domingo de Cuaresma para rezar el Ángelus, el Papa Francisco se refirió al Evangelio de la Transfiguración de Jesús. “Elviaje apostólico que cumplí hace unos días a México fue una experiencia de transfiguración”, reflexionó el Pontífice. “El Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en aquella tierra”. “Un cuerpo herido tantas veces, un Pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. En efecto, los diversos encuentros vividos en México han sido encuentros llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros y aclara el camino”,  puntualizó el Papa, quien agradeció al Señor y a la Virgen de Guadalupe “por el don de esta peregrinación”. Francisco también pidió dar gracias a la Santísima Trinidadpor el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de todas la Rusias. “También este evento es una luz profética de Resurrección, de la que hoy en día el mundo tiene más que nunca necesidad”, concluyó.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
El segundo domingo de Cuaresma nos presenta el Evangelio de la Transfiguración de Jesús.
El viaje apostólico que cumplí hace unos días a México fue una experiencia de transfiguración.
¿Por que? Porque el Señor nos ha mostrado la luz de su gloria a través del cuerpo de su Iglesia, de su Pueblo santo que vive en aquella tierra. Un cuerpo tantas veces herido, un Pueblo tantas veces oprimido, despreciado, violado en su dignidad. En efecto, los diversos encuentros vividos en México han sido encuentros llenos de luz: la luz de la fe que transfigura los rostros y aclara el camino.
El “baricentro” espiritual de mi peregrinación ha sido el Santuario de la Virgen de Guadalupe. Permanecer en silencio ante la imagen de la Madre era aquello que me propuse ante todo.  Y agradezco a Dios que me lo haya concedido. He contemplado, y me he dejado mirar por Aquella que lleva impresos en sus ojos las miradas de todos sus hijos, y recoge los  dolores por las violencias, los secuestros, los asesinatos, los abusos en perjuicio de tanta gente pobre, de tantas mujeres. Guadalupe es el Santuario mariano más visitado del mundo. De toda América van a rezar allí donde la Virgen Morenita se mostró al indio san Juan Diego, dando comienzo a la evangelización del continente y a su nueva civilización, fruto del encuentro entre diversas culturas.
Y esta es precisamente la herencia que el Señor ha entregado a México: custodiar la riqueza de las diversidades y, al mismo tiempo, manifestar la armonía de la fe común, una fe inquieta y robusta, acompañada por una gran carga de vitalidad y de humanidad. Como mis Predecesores, también yo he ido a confirmar la fe del pueblo mexicano, pero al mismo tiempo a ser confirmado; he recogido a manos llenas este don para que sea en beneficio de la Iglesia universal.
Un ejemplo luminoso de lo que estoy diciendo es dado por las familias: las familias mexicanas me han acogido con alegría como mensajero de Cristo, Pastor de la Iglesia; pero a su vez me han donado testimonios límpidos y fuertes, testimonios de fe vivida, de fe que transfigura la vida, y esto para la edificación de todas las familias cristianas del mundo. Y lo mismo se puede decir de los jóvenes, de los consagrados, de los sacerdotes, de los trabajadores, de los carcelados.
Por esto doy gracias al Señor y a la Virgen de Guadalupe por el don de esta peregrinación. Además, agradezco al Presidente de México y a las demás Autoridades civiles por la afectuosa acogida; agradezco vivamente a mis hermanos en el Episcopado, y a todas las personas que han colaborado en tantas maneras.
Elevemos una alabanza especial a la Santísima Trinidad por haber querido que, en esta ocasión, se realizase en Cuba el encuentro entre el Papa y el Patriarca de Moscú y de todas la Rusias, el querido hermano Kiril; un encuentro tan deseado también por mis Predecesores. Este evento es  asimismo una luz profética de Resurrección, de la que hoy en día el mundo tiene más que nunca necesidad. Que la Santa Madre de Dios continúe a guiarnos en el camino de la unidad. Recemos a la Virgen de Kazan, de la que el Patriarca Kiril me ha regalado un ícono.
Después del rezo a la Madre de Dios, del segundo Domingo de Cuaresma, el Papa Francisco reiteró su anhelo de que se impulse la abolición de la pena de muerte. En la víspera de un encuentro internacional sobre este tema, en la capital italiana, el Obispo de Roma dirigió un llamamiento a las conciencias de los gobernantes, en especial a los católicos, en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia:
Mañana tendrá lugar en Roma un encuentro internacional sobre el tema: ‘Por un mundo sin la pena de muerte’ promovido por la Comunidad de San Egidio. Deseo que el simposio pueda dar un renovado impulso al compromiso en favor de la abolición de la pena capital. Es un signo de esperanza ver que se desarrolla y difunde cada vez más en la opinión pública  una posición contraria a la pena de muerte, también como instrumento de legítima defensa social. En efecto, las sociedades modernas tienen la posibilidad de reprimir eficazmente el crimen, sin quitarle definitivamente a aquel que lo ha cometido la posibilidad de redimirse. El problema se debe enfocar en la perspectiva de una justicia penal, que sea cada vez más conforme a la dignidad del hombrey al designio de Dios sobre el hombre y sobre la sociedad,  y también a una justicia penal abierta a la esperanza de la reinserción en la sociedad. El mandamiento ‘no matarás’ tiene valor absoluto y se refiere tanto al inocente como al culpable.
El Jubileo extraordinario de la Misericordia es una ocasión propicia para promover en el mundo formas cada vez más maduras de respeto de la vida y de la dignidad de toda persona. También el criminal mantiene el inviolable derecho a la vida, don de Dios. Me apelo a la conciencia de los gobernantes, para que se alcance un consenso internacional para la abolición de la pena de muerte. Y propongo a cuantos entre ellos son católicos que cumplan un gesto valiente y ejemplar: que no se ejecute ninguna condena a la pena de muerte en este Año Santo de la Misericordia.
Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados hoy a obrar no solo en favor de la abolición de la pena de muerte, sino también con el fin de mejorar las condiciones de reclusión, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de la libertad».
Después de su cordial saludo a los numerosos peregrinos de Roma, de Italia y de otros países, entre ellos provenientes de España: Sevilla, Cádiz y Ceuta,  el Papa dirigió unas palabras en especial a la comunidad Papa Juan XXIII, fundada por el Siervo de Dios Don Oreste Benzi, que ha promovido para  el próximo viernes por las calles del centro de Roma, un ‘Vía crucis’ de solidaridad y de oración por las mujeres víctimas de la trata de personas
Y como se había anunciado, el Papa aconsejó la medicina espiritual de la Misericordina, en especial en la Cuaresma del Año de la Misericordia:
«La Cuaresma es un tiempo propicio para cumplir un camino de conversión que tiene como centro la misericordia. Por lo tanto, hoy, he pensado regalarles a ustedes que están aquí en la plaza una ‘medicina espiritual’ llamada Misericordina. Ya lo hicimos una vez, pero ésta es de mejor calidad: es la Misericordina plus. Una cajita que contiene un Rosario y una imagen de Jesús Misericordioso. Ahora la van a distribuir los voluntarios, entre los cuales hay pobres, sin techo, prófugos y también religiosos. Reciban este don como una ayuda espiritual para difundir, en especial en este Año de la Misericordia, el amor, el perdón y la fraternidad».
(RV).- Un comunicado de la Limosnería Apostólica anuncia que el «Domingo 21 de febrero, II de Cuaresma de 2016, después de la oración mariana del Ángelus se distribuirá en la Plaza de San Pedro la ‘medicina’ para el mundo de hoy: «Misericordina», como ya se hizo en noviembre de 2013, pero especialmente indicada en este Jubileo extraordinario de la Misericordia convocado por el Papa Francisco».
La misma Limosnería Apostólica, que, siguiendo una antigua misión es la Oficina de la Santa Sede que tiene la tarea de practicar la caridad a favor de los pobres en nombre del Sumo Pontífice, señala que las cajitas de la mencionada ‘medicina espiritual’, que se distribuirán gratuitamente, contienen una explicación en tres lenguas: italiano, español e inglés, para conocer la posología y detalles de este medicamento.
También contiene la «coronilla de la Divina Misericordia», con 59 grageas, y la imagen de Jesús Misericordioso.
El Santo Padre Francisco presentará y mostrará la Misericordina desde la ventana del Palacio Apostólico y, cuando terminará la oración mariana, serán una vez más los pobres, los sintecho y los prófugos, junto con numerosos voluntarios y religiosos los que donarán 40 mil confecciones de esta medicina que «revigoriza la Misericordia en el alma» a las personas presentes en la Plaza de San Pedro.
Recordamos las palabras del Papa Francisco sobre la Misericordina, que se distribuyó la primera vez en la Plaza de San Pedro, el 17 de noviembre de 2013:
«Ahora quisiera aconsejarles a todos ustedes una medicina. Pero alguien puede pensar: «¿El Papa ahora es farmacéutico?» Es una medicina especial para concretar los frutos del Año de la fe, que llega a su fin. Es una medicina de 59 pastillas para el corazón. Se trata de una «medicina espiritual» llamadaMisericordina. Una cajita con 59 grageas para el corazón. En esta cajita está la medicina y algunos voluntarios la distribuirán mientras ustedes salgan de la Plaza. ¡Tómenlas! Hay un rosario, con el que se puede rezar también la «coronilla de la Misericordia», ayuda espiritual para nuestra alma y para difundir por todos lados el amor, el perdón y la fraternidad. No se olviden de tomarla, porque hace bien. Hace bien al corazón, al alma y a toda la vida».