jueves, 24 de noviembre de 2016

¿Qué sentido tiene el purgatorio?

El purgatorio, un nuevo tabúPara entender la lógica del purgatorio
Entre los muchos nuevos tabú… está el purgatorio. A muchos les parece un invento raro… y prefieren eliminarlo absolutamente de sus consideraciones…
Les resulta una idea desagradable, molesta, incómoda, innecesaria…,  como si fuera un invento de la Iglesia medieval que necesitamos superar definitivamente.
Así encontramos mucha gente -incluso personas con bastante poca o ninguna fe- que cuando muere algún ser querido afirman con gran seguridad que “ya está en el cielo”… como una manera de conseguir un fácil consuelo para ese momento doloroso. Y casi resulta de mal gusto que un sacerdote lo mencione en un velorio…
Pero ¿es razonable semejante afirmación? Y además, ¿es conveniente hacerla?
¿Quiénes están en el cielo? Los católicos sabemos que los santos canonizados allí están.
Porque al cielo van los santos… Y la Iglesia se toma el trabajo de estudiar concienzudamente la vida de algunos cristianos ejemplares, para “certificar” -por decirlo de alguna manera- que están gozando de Dios. Un estudio que lleva años, presentación de muchos testigos, análisis de sus escritos, comisiones de teólogos estudiando… y hasta se exige la comprobación de dos milagros para la declaración de la santidad (uno antes de la beatificación y otro antes de la canonización).
De manera que esos “procesos de canonización express”, sin proceso, sin estudio, personales (sin intervención de la Iglesia) que determinan la santidad de un fiel resultan al menos curiosos.
Y estos procesos de canonización “truchos”, tienen consecuencias prácticas negativas; entre otras, se reza mucho menos por los difuntos. Obvio, no rezamos por los santos porque no lo necesitan; nos encomendamos a ellos para que intercedan por nosotros.
Porque dejémoslo claro, al cielo sólo van los santos. Este es el punto de partida. El cielo es el estado definitivo de dicha, de quien ha completado su proceso de alcanzar la plenitud humana y cristiana – que es para lo que estamos en esta vida,  para ser santos-, que ha purificado todos sus defectos y pecados… y así está “listo” para la eternidad. Precisamente la dicha de haber alcanzado la meta, que no es un lugar sino un estado de comunión plena con Dios (el amor absoluto, la plenitud). En el cielo no hay desarrollo… uno permanece toda la eternidad en la perfección con la que llega (la eternidad del cielo supone una plenitud, y por tanto ausencia de cambio).
Por eso quien muere en el amor de Dios (quien muere sin Él, elige el infierno), pero sin haber alcanzado la plenitud para la que fue creado e imperfectamente purificado… no es solo que no puede, sino que no quiere ir cielo en ese estado. Es como una fruta verde o una comida cruda… a la que falta cocción, maduración.
La misericordia infinita de Dios lo purifica en el purgatorio, que no es un lugar,  sino un estado, un estado de purificación.
El purgatorio es un estado de gran alegría que procede de la seguridad de la salvación. El alma todavía no posee a Dios -a quien desea con todas sus fuerzas-,  pero tiene la certeza de su posesión. Una certeza que nosotros no tenemos. Nosotros podemos confiar en nuestra salvación (esa es la virtud de la esperanza) pero no tenemos certeza absoluta de ella, ya que somos libres y podemos alejarnos de Dios (es un hecho que nosotros mientras estamos en la tierra podemos acabar en el infierno, porque podemos rechazar el amor de Dios). Las almas del purgatorio son consoladas con esta certeza, que llena absolutamente de paz.
Es verdad que en el purgatorio se sufre –y se sufre mucho–, pero es un sufrimiento fecundo y gozoso porque el alma experimenta el propio avance, progreso, acercamiento a Dios.
El alma quiere identificarse con Dios, va superando todo rencor, mal deseo, inclinación desordenada, defecto, heridas del pecado… La libertad va identificándose con la voluntad de Dios. Va progresivamente comprendiendo los planes de Dios, va entrando en sintonía con Él. Para esta transformación del alma es necesario el purgatorio. Y eso la fe nos enseña que se hace vía la purificación. Una purificación que es costosa, dolorosa; pero al mismo tiempo terriblemente gozosa.
Este sufrimiento es radicalmente diferente del que sufren los condenados en el infierno. No es un castigo, sino una bendición. No es eterno sino provisional, no es amargo sino lleno de amor y esperanza, no es estéril sino transformador.
Esto que hemos explicado es lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
La Iglesia desde el principio ha rezado por los difuntos. Lo hace porque está convencida de que así alivia sus sufrimientos y acelera su avance hacia el cielo. Es una muestra de solidaridad con nuestros hermanos difuntos. Lo único que puede hacer por ellos, y  por cierto muy valioso. De hecho no faltan testimonios de almas del purgatorio que han aparecido pidiendo oraciones y también agradeciéndolas.
De modo que quizá sea conveniente que perdamos el miedo a hablar del purgatorio, nuestros hermanos que allí están, nos lo agradecerán mucho.
Eduardo Volpacchio
La Plata, 11.11.2016

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